Hiet hat das maere ein ende: das ist der Nibelunge not (1).
Nibelungenlied
No sé qué me gusta más, si atinar el mejor recorrido por las calles de una ciudad capital o las charlas entre compañeros mientras se prorroga la espera. Alineados juiciosamente en las afueras de un ministerio, nunciatura o presidencia, los choferes nos entregamos con saña al tráfico de ociosidades, chistes obscenos y alguna imprudencia sobre la vida privada de los embajadores. En realidad, somos el poder detrás del poder pues sabemos lo que hay que saber. Como por ejemplo, que Sigfried, el austríaco, cura de palabra. No hay dolor de espalda, resaca o impotencia que no pueda conjurar. Aunque es un hombre de corazón sensible, no lo hace para todos, sino con aquellos en cuya lealtad confía. Dicen que cierra los ojos, extiende las manos, eleva un rezo y se consuma el prodigio. Pese a mi codicia nunca había conseguido que me revelara el origen de su magia.
Cierta vez fuimos a su casa y logré emborracharlo. Para propiciar la infidencia, celebré su nombre de héroe germánico. Sonrió asintiendo y balbuceó algo sobre la progenie de los antiguos dioses. Luego, se quitó un collar de metal trenzado, en forma de herradura y rematado en cada extremo con una cabeza de dragón. Me confesó que era todo lo que conservaba de su fiel Gram. Mi versación en las sagas vikingas era bastante como para saber que aludía a la espada forjada por Völundr, herrero diestro en hechicerías. Por obra del abundante aquavit, torné a creer que esa pieza de orfebrería bestial provenía del acero homicida de Fafner, el dragón custodio del oro maldito. Y con un eco de pretéritas leyendas, confirmé que los revulsivos atajos temporales volvían a enfrentarnos.
Los noticieros anunciaron la desgraciada muerte del chofer de la embajada de Austria. Se descartaba cualquier hecho de violencia y nada se mencionaba del robo del collar, del oro o aún, las gemas. Al parecer, murió ahogado en su tina de baño, donde se quedó dormido por el abuso de alcohol y otras sustancias. Al poco tiempo, promovieron a mi jefe a la sede diplomática en la India. ¡Pero qué torpeza la mía! omití presentarme: soy Hagen Tronje, chofer de Gunnarr de Worms, el atrabiliario embajador de Islandia.
© Pablo Martínez Burkett, 2011
(1) Aquí tiene su fin el cantar: ésta es la desdicha de los Nibelungos – El Cantar de los Nibelungos.
El presente texto fue publicado en la edición # 111 (mayo-junio 2011) de la Revista miNatura, revista digital de lo breve y lo fantástico. Este número estuvo dedicado a las espadas y la brujería.
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