Ese día se separarán dos monstruos, una hembra
llamada Leviathan, que habita en el fondo del mar
sobre la fuente de las aguas y un macho llamado
Behemoth, que posa su pecho sobre un
desierto inmenso llamado Duindain.
Libro de Enoc 60:7
SIEMPRE HE SIDO respetuoso de la regla de San Benito. Siempre he creído con fe verdadera que tal como enseña Escoto Eurigena: “salus nostra ex fide inchoat”. Siempre he cumplido con la servidumbre a la que nos tiene reducidos la perfidia del abad. Mis huesos se cobran con esta giba purulenta los devotos años cedidos en el scriptorium. Pero no peco de soberbio si afirmo que Dios ha consentido que sea el mejor iluminador. Las ilustraciones más delicadas son confiadas al fino trazo de mi cálamo. Una vez que los copistas cumplen con su tarea, trabajo con inspirado arte en las iniciales miniadas y las imágenes que adornan los folios. Soy un artista cuyo magisterio atrae los mejores encargos. A Heinrich der Löwe, Duque de Baviera, le estábamos duplicando con secreto, un libro de los tiempos antepasados, vertido al griego y llamado Physiologus. Es un bestiarium, tratado que comprende a todos los animales con los que la Divina Providencia ha querido poblar la faz de la tierra, los cielos y aún, los infiernos.
Una noche, se derramó un frasco de tinta y arruinó definitivamente gran parte de la labor. Tuvo que ser el viento, una rata o la mano del Todopoderoso, pero el abad me hizo único responsable, confinándome con la obligación de enmendar el daño en menos de una semana. También me ha impuesto mortificaciones capaces de turbar la razón.
No soy cualquier monje. Por mi fidelidad y celo apostólico he sido el único en copiar libros prohibidos y sacrílegos. Así conocí que por un pacto con el Demonio es posible valerse de las imágenes y darles vida. No es propio de un fraile, pero aprendí de memoria el conjuro. Esta afrenta clama un desagravio. Tracé en las paredes de mi celda un buey siniestro y una gran serpiente marina. Una vez que pronuncie las palabras propicias, mis bestias serán padre y madre de toda una progenie llamada a reparar la infamia. Y entonces esta pútrida abadía se convertirá en novísima arca, vientre abyecto de monstruos que no tendrán misericordia. Será una feliz anticipación de la Parusía. No me importa si en ello me va la condena de mi alma: “Legio diabolorum audite me…”.
© Pablo Martínez Burkett, 2011
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