viernes, 8 de noviembre de 2019

EL CAMALEÓN DE BARRANQUITAS


Hospital Psiquiátrico de Santa Fe

EL CAMALEÓN DE BARRANQUITAS (*)
Yo soy un alegre mensajero como no ha habido ningún otro, conozco tareas tan elevadas que hasta ahora faltaba el concepto para comprenderlas.
Friedrich Nietzsche – Ecce homo
Se empezó a manifestar temprano. Al principio era una curiosidad, pero pronto la novedad cedió a la preocupación. Con milimétrico detalle y progresiva destreza, el niño era capaz de replicar todos los gestos de otra persona. Ningún rigor fue suficiente para enderezarlo. Los cintazos de su padre dibujaban la encarnada caligrafía de la impotencia. También lo encadenaban al pie de la cama y el tipo igual se las ingeniaba para hacer el numerito de circo. Los médicos no acertaban con el diagnóstico y quedó como un caso raro de personalidad múltiple. Al llegar a la adultez, todo se agravó: para el ojo normal era imposible hacer distingos con las imitaciones, salvo por un hilito de baba. Nadie sabía qué hacer. Lo alojaron en el Psiquiátrico cuando se pasó una semana espiando a una vecina. Estudiarla para lograr su mejor copia era una forma desviada de quererla, pero la chica no quiso saber nada del homenaje y lo denunció. El juez tampoco supo qué hacer y a pedido de la familia, lo institucionalizó. Lo etiquetaron como “Trastorno psicótico atípico”, lo medicaron con generosidad y todos se desentendieron del interno. Es probable que el tratamiento fuera efectivo porque la intermitencia de los estadios se hizo más prolongada y en lugar de meses, ahora se pasaba un par de años imitando a la misma persona. Como había una alta rotación de personal, para la mayoría, Flores siempre fue un señor con aspecto de oficinista que se pasaba todo el día pegado al alambrado pidiendo cigarrillos, monedas o caramelos. Una mañana alguien gritó: “¡Se escapó el Camaleón! ¡Está en la parada de ómnibus!” A nadie le extrañó, los controles en la puerta nunca fueron muy rígidos. Con más urgencia que pericia se organizó la captura y recios enfermeros lo metieron a la rastra mientras el pobre infeliz chillaba que era una confusión, que estaba esperando el omnibus para ir a trabajar. Lo confinaron con sedación como para dopar a un elefante y le suspendieron la libertad ambulatoria. Mientras arrancaba el colectivo, un hombre sentado en el fondo sonreía con una mueca horrenda. Con un pañuelo sucio se limpió la saliva delatora. Volvía para Barranquitas. Estaba por cobrarse una vieja afrenta.

© Pablo Martínez Burkett, 2019


(*) El presente relato corto ha sido publicado en el #169 de la Revista miNatura, edición dedicada a la locura.


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1 comentario:

  1. El miedo a la locura a la inversa. La locura del miedo a lo diferente, a lo que no entendemos o no podemos clasificar. Aislar al a-normal para controlar el miedo terrible de estar en el lugar del otro

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