Te siento respirar, lejos de tu lugar.
Hoy tuve un sueño con vos.
SERÚ GIRÁN – Llorando en el espejo
EL RESPALDAR TIENE que estar orientado al oeste. Probó con otros puntos cardinales, pero la primera intuición fue la correcta. La recepción es mejor así. Plaza Francia es muy bonita al comenzar el otoño, las hojas de los árboles caen en tirabuzones de variado ocre.
Hasta hace unos días era un feroz ejecutivo, de oficina panorámica al Río de la Plata. Los clientes se admiraban con la vista pero siempre contestaba que no tenía tiempo de fijarse en otra cosa que no fueran las cuatro pantallas. Aunque era sincero, no le creían, lo tomaban como otra excentricidad de quien mágicamente les multiplicaba sus ahorros. Sí, era un mago. Y lo disfrutaba con la misma intensidad que sus trajes oscuros; las camisas a medida; las corbatas de crêpe de seda; el departamento descomunal frente a la Recoleta; el auto alemán y los amores mercenarios. Ese era el orgulloso inventario que se había labrado como señor de la guerra.
La madrugada del evento trabajó hasta muy tarde. No obstante las callecitas de Buenos Aires no son lo que eran, prefirió remontar Azcuénaga de a pie, por el paredón del cementerio. Caminaba tan absorto con el último dispositivo electrónico que no la vio venir y tropezó con ella. La chica le dedicó una mirada divertida, pero con algo de entomólogo. A manera de disculpa, se ofreció a acompañarla. Accedió por dos cuadras y con ademán anacrónico, lo tomó del brazo. Había en su andar una errática languidez. Aunque conversaron bastante no pudo retener ni una palabra, salvo la última frase:
- Se está demorando mucho – afirmó la joven.
- ¿Qué cosa…? – exploró él, dubitativo.
- La resurrección, claro – le respondió con una sonrisa franca, antes de desparecer en la pared.
Pasó el resto de la noche en vela y ya no regresó al trabajo. Ahora anda descalzo, prácticamente desnudo, despojado de todos sus atributos pretéritos. Se sienta tomar sol en Plaza Francia mientras la espera. La sillita oficia de antena parabólica. Lo descubrió por casualidad. O quizás ella se lo dijo en la parte del diálogo que no recuerda. De cualquier forma, si cierra los ojos y se esfuerza, imagina que podrá escucharla. El bochorno de la siesta facilita el letargo donde sucederá el reencuentro. Porque le prometió que volvería a buscarlo.
Se llamaba Rufina y lucía un vestido de crêpe de seda que alguna vez fue blanco.
© PABLO MARTÍNEZ BURKETT, 2011
El presente relato participó de la iniciativa La Ciudad Captada de ETERNAUTAS, donde se "ilustraba" con un texto una foto de la ciudad de Buenos Aires y fue leído por el autor durante La Noche de las Librerías el 26/11/2011 en el Bar La Paz de Buenos Aires - Argentina.
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