DE CONVENTOS, IGLESIAS, NOVICIADOS.
DE SEMINARISTAS y CASAS SOLARIEGAS
DEL BARRIO SUR SANTAFESINO
A pocas cuadras
de la polvorienta y larga calle del Saladero, las matronas tras los visillos al
crochet, curiosean el paso de caminantes al amparo de sus ventanas. Un grupo de
Hermanos de La Salle pasa con andar firme y militar, los manteos al viento y el
blanco rabat característico que refulge sobre el
negro del santo hábito. Llevan fajas en las cinturas y sombrero tricornio. Vienen
de un paseo recreativo por la ribera del río y los acompaña el Hermano Director
de Novicios.
También pasa otro
grupo de seminarista, de sotanas negras, dejando ver el cuello eclesiástico de algodón
blanco que asoma debajo de las gruesas capas con detalles de terciopelo y finos
broches que los cubren. Las fajas de raso violeta los identifican como del clero
secular. En sus cabezas siempre la teja o sombrero de salida. Van musitando las
letanías a Nuestra Señora de Loreto a coro:"Mater amabilis... ora pro nobis...", y con paso raudo
trasponen el umbral del Convento de los Padres Domínicos (Orden de los
Predicadores) para reunirse en el Refractario y preparar el Triduo en honor de
Santo Domingo, fundador de la Orden. Sobre la tosca mesa conventual están
distribuidos los tazones en los que se servirá el refrigerio frugal junto con pan
casero. Y para bajarlo, agua del pozo en los jarros. Ya el Prefecto Fray Andrés
(O.P), ordena los libros congregacionales, el tintero y la pluma que servirán, más
luego, para las labores en el scriptorium.
En el patio
conventual, se escucha el trinar de unos pájaros cerca del aljibe, y el perfume
del naranjo en flor embriaga el aire. Bajo el sol, las sombras imponentes de
las siluetas de los campanarios se dibujan en el pasto. Saliendo de su celda,
Fray Eusebio, Prior del convento, pasa raudamente cubierto con su capucha,
resonando los pasos que da con sus sandalias en las relucientes baldosas rojas,
junto al tintineo de su largo rosario. Se encamina diligente al templo al
escuchar el sonido de la campana de llamada a confesión de alguna beata dama.
Toda la nave
está impregnada aún del fuerte olor a incienso que en espiraladas formas se pierden
entre las cúpulas y artesonado. Los últimos feligreses se retiraban saludando
ceremoniosamente al deán con un beso en su mano derecha por las damas y los
caballeros, con sus sombreros en las manos, inclinando las cabezas. Un grupo de
chiquilines con trajes de marineritos, jugueteaba en la vereda, bajo la atenta
mirada de las criadas. Al retirarse los últimos parroquianos don Justo cierra
la sacristía mientras se entrega a una amena conversación con el boticario don
Clemente Aberesturri Ecarri, un vasco afincado en estos lares, cuya Botica está
ubicada a pocos metros de la calle Comercio. La droguería es un primor, con el severo
mostrador de madera noble con su mármol de Carrara de color azul, unas
estanterías hasta el techo, con vitrinas de vidrios biselados que lucen las
iniciales del boticario, que dejan ver los frascos de porcelanas de
herboristería importada. Unos sillones regentes de pana verde ornamentaban esta
estancia curativa.
La conversación
discurría en la cantidad de enfermos que don Clemente visitaba en este tiempo.
De vez en cuando, pasaba a pie un parroquiano que se descubre y los saludaba
muy respetuosamente. Entre otros temas, el señor deán aceptó gustoso la
invitación del boticario para probar un vinito de La Rioja y saborear una
riquísima comida vasca.
Raudamente por
la calle pasa una berlina tirada por caballos de reluciente azabache. El
conductor lleva un traje corto y sombrero. Por entre las cortinas de raso
oscuro, se divisa una mano femenina cubierta con guante de terciopelo negro que,
con un pañuelo de hilo de Damasco, saluda a su Merced y contertulio. Es doña
Manuela Gertrudis Tobal, viuda del General de Fronteras, Coronel Dn Evaristo
Sañudo Leiva, familia tradicional santafesina y presidenta de la Cofradía del
Niño Jesús. Iba a su trabajo apostólico, al Hospital de Caridad en su visita
casi a diario. También hay otra manita que saluda, y es la de su nieto Carmelo
de cinco años, hijo de su hija mayor La Niña Concepción Sañudo Leiva de
Inchauspe Soler, casada, con el destacado letrado, Doctor, don Gabriel de la
Dolorosa Inchauspe Soler.
Las campanas
anuncian la hora del crepúsculo. Algunas carretas continúan su andar cansino
para tomar el Camino Real y se cruzan con gauchos de a caballo. Un pescador
pasa con su cosecha de bagres y sábalos. Varios candiles se encienden, una
brisa suave de río, trae el rasgueado de una vidala campera. Se anuncia la hora
del descanso.
Las matronas, ya
entornaron sus persianas y los quehaceres de la cena cobran intensidad. En uno de los fogones de la cocina, ‘ña María,
viaja criada del Señor Cabildante Notario don José Manuel Monasterio Aldao, prepara
en la olla de barro un humeante guiso criollo. Numeroso personal doméstico. ordena
sobre la larga mesa del comedor, un fino y blanco mantel de Manila bordado,
platos de porcelanas china, cubiertos de plata y copas de cristal francés, los
botellones haciendo juego con las copas, contienen el rico vino en pequeños
cascos de roble de Nancy importado de la cava familiar.
En las calles,
vacías y lúgubres, se dibujan figuras fantasmales, ladridos de perros a los
lejos y solo la silueta conventual se refleja sobre la Plaza Mayor. Un farol se
sacude en la penumbra. La voz del sereno anuncia la primera hora de la
madrugada.
Todo a la Mayor
Gloria de Dios y bien de las almas de los fieles.
© Pepe Martínez (o sea, mi papá),
2012
Interesante narración, sobretodo en la parte descriptiva. Hilvana muy bien una escena tras otra. Lo encuentro muy interesante porque leo y me pongo en contacto con tiempos lejanos de tierras todavía más lejanas y para mi, desconocidas. Saludos.
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