Once is happenstance. Twice is
coincidence. The third time it is enemy action.[1]
Ian Flemming - Goldfinger
No advertí el trazo del destino sino hasta
muy tarde. Admito que tendría que haberme dado cuenta muchos antes: la sucesión
de eventos no podía resultar del simple azar.
Nací en Bruselas, pues mi padre
trabajaba en nuestra embajada allí. Mi madre pertenecía a una familia
tradicional del noroeste argentino. Cuando el autor de mis días nos abandonó,
vivíamos en Banfield, con mi abuela y Beatriz, mi hermana menor. A pesar de que
mis pulmones no eran del todo vigorosos, tuve una infancia feliz, mayormente
sumergido en los libros que me imponía mi madre.
A su instancia, me recibí de maestro
normal y me fui a trabajar a una escuela rural. Matizaba las soledades leyendo
y ensayando los primeros arrestos compositivos. Para aumentar los ingresos,
estudié traductorado de inglés y francés. Con discreta perseverancia, mi madre
vigilaba los avances de la incipiente carrera literaria, logrando inesperados
canales de publicación.
En reconocimiento de sus muchos
afanes, una tarde le compré un vestido. Para darle una sorpresa, llegué temprano
y quise esconder el regalo en el roperito del fondo. Me topé con una caja con
un gran sello. Contenía cartas, certificados, manuales de instrucciones, una
libreta con un depravado calendario de efemérides a cumplir… en mi vida. Pensé
que alucinaba. Pero no. De repente, estaba todo tan claro.
Yo era el producto de un abominable
experimento dirigido por la subterránea Epiphanie Littéraire Siècle XXI, una
organización secreta que seleccionaba niños a quienes se les creaban
artificialmente condiciones familiares y sociales que emulaban la infancia de
un acreditado escritor latinoamericano. Por cada arquetipo había cinco
usurpadores y según las estadísticas del manual, se esperaba que al menos uno
resultara idéntico. A ese pobre esclavo intelectual se le garantizaba la fama.
El proyecto, claro, se quedaba con todos los contratos y demás negocios
periféricos. Si era menester, se dispensaban cegueras, se forjaban suicidios y
se inoculaban virus mortales. Pero eso no era lo peor; también se arreglaban
torturas y provocaban exilios.
Confieso que por un instante dudé.
Pero armé una valijita y me fui. París será el lugar óptimo para perderme.
Lástima, sé que podría haberlo hecho mejor que Julio Florencio.
© Pablo Martínez Burkett,
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