No se acerque a ella, señorita.
En el estado en que se encuentra, no podría soportar más de una persona a la
vez.
Sheridan Le Fanu
Milena,
aquella incorruptible que debía vigilar todos los movimientos de la pequeña
Ikito había fallado. Y de una manera estrepitosa. O peor aún, lasciva. Porque
la Sombra de Madre había sucumbido al llamado de la carne. Las mellizas Lursa y
Betor habían pagado con su vida el éxito de la celada pero el recuerdo del goce
aún le erizaba la piel y eso era, en definitiva, lo que la llenaba de tristeza.
Podría
haber inventado una coartada, una excusa razonable. Hasta podría haber huido.
No quedaban testigos de su claudicación. Pero se presentó ante Madre y contó
todo, tal cual como había sucedido. Sin ahorro de énfasis alguno, relató
detalladamente la persecución, el fuego engañoso y el otro fuego... Madre
escuchaba con espanto, Luana, con desinterés. Yo no podía dejar de imaginarme
la escena, con las tres mujeres entregadas al desenfreno. Por un instante,
añoré mis épocas como simple mortal.
La
seca voz de Madre me sacó del lúbrico ensueño. Las palabras “decepción”,
“responsabilidad”, “castigo” sonaban como latigazos y el eco amplificaba su íntima
significación. Milena asentía sin siquiera levantar la cabeza. Tuve piedad por
ella, su final ignominioso era inevitable. Madre llamó a algunos de los miembros
más destacados de los Doce Clanes. No quería citar al Consiliul porque los Hijos del Sol Negro no estaban del todo pacificados y revelar que Ikito y sus experimentos con la moxibustión estaban fuera de control traería mayor disenso. Los cinco pater familae más sensatos acudieron de inmediato a la convocatoria. Luana ofició de fiscal. A mí me tocó esbozar una lábil defensa. La enunciación de las pruebas fue contundente. Milena declinó su derecho a tener la última palabra y el veredicto resultó unánime: debía ser decapitada y su cuerpo, quemado. El Cancerbero de Madre apenas si parpadeo al oír la resolución condenatoria.
Mientras
se daban las órdenes finales Luana pidió hablar. En su condición de fiscal de
la causa invocó un nebuloso derecho a pedir la conmutación de la pena. Se hizo
un silencio siniestro. Los pater ya
habían decidido por aclamación que debía ajusticiarse al reo pero la dejaron
avanzar con su alegato. Con absoluto dominio de la situación, Luana consideró
que no eran tiempos de sacrificar a un colaborador fidelísimo como Milena. Pero
más importante aún, subrayó que cumplir con la ley de la Hermandad de la Noche
sería amplificar los efectos del ardid de Ikito. Y que en vista de que se
trataba de una cuestión urdida por la mafia china y la sagacidad nipona, proponía
se aplicara un antiguo escarmiento oriental: el Yubitsume. Ante el desconcierto generalizado, explicó que era un
ritual propio de los Yakuza, la mafia japonesa y que consistía en la autoamputación
del dedo meñique, en señal de castigo y sincera disculpa.
Hasta
a mí me pareció una permuta bastante irrisoria. Pero todavía quedaba lugar para
el toque fastuoso: Luana planteó que Milena se rebanara un meñique y que, con
la mano sangrando, desfilara por el medio de una doble fila de Criaturas de la
Oscuridad. Los vampiros no bebemos la sangre de nuestros hermanos, pero la
sangre es la sangre y su efusión puede provocar un ataque colectivo. Los jefes miraron
a Madre, que se quedó un momento reflexionando. Finalmente, ordenó que así se
sea y se requirió la presencia de una veintena de hermanos.
Alguien
alcanzó un oportuno cuchillo. Milena se sentó y puso el meñique izquierdo sobre
la mesa. Asentó el filo sobre la piel, sopesando su destino. El golpe fue
certero. No hizo ni una mueca y con la mano chorreando sangre, se levantó y empezó
a caminar por la calle de vampiros revolucionados que la aguardaba. Aunque hubo
exhibiciones de colmillos, palabras hostiles y hasta acercamientos peligrosos,
nadie agredió a la condenada, que llegó al final del patíbulo dejando un
reguero pero íntegra.
Pronto
todos se dispersaron. Madre también, no sé si enojada o aliviada. Milena se
quedó en el centro de la estancia, sin saber qué hacer. Luana se acercó, la
miró, le apoyó la mano en el hombro y se fue.
Y entonces Milena lloró desconsoladamente.
Y entonces Milena lloró desconsoladamente.
©
Pablo Martínez Burkett, 2014
Este es el vigésimo octavo capítulo del folletín por entregas "EL RETORNO DE LA CRISÁLIDA", que abre con el cuento del mismo nombre y que prosigue con (2) "Los ojos de Luana"; (3) “Tiempos mejores”; (4) “Frutos de la tierra nueva”; (5) "Fotos"; (6) "Venator"; (7) "Tu madre te ha dicho que no"; (8) "La otra plaga"; (9) "El inesperado John Gillan"; (10) "El color de la nieve"; (11) "Presagios de tempestad"; (12) "La perla de la noche"; (13) "Las llagas del Efecto Caldero"; (14) "Fait divers"; (15) "El sabor del futuro"; (16) "Un souvenir del infierno"; (17) "Primera sangre en Barrio Chino"; (18) "Los Hijos del Sol Negro"; (19) "La sombra de Madre"; (20) "La ordalía de John Gillan"; (21) “El día de la insensatez”; (22) "La estrella de la venganza"; (23) "El pérfido Doctor Wong"; (24) "El camino de la ira"; (25) "El dulce sabor de la sangre"; (26) "El destino de una mirada" y (27) "Gambito".
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