por Daniel Frini (Argentina)
Cuando un gigante decide
proponerle casamiento a su novia, le ofrece una primorosa caja de madera de
incienso rojo, más o menos del tamaño de sus manos y le dice, con voz quebrada:
―¿Te quieres casar conmigo?
Ella la toma y
exclama:
―¡Ay! ¡Por
supuesto, mi vida! ¡Gracias, mi amor! ¡Qué hermosa!
Temblorosa y con
gran expectativa, la gigante abre la cajita y encuentra, sobre terciopelo azul
―color que entre esta raza simboliza fidelidad— un humano atado de pies y
manos, su boca amordazada y un terror indecible en su mirada. Alrededor de su
cuello, anudado un hilo ―hilo para los gigantes, gruesa cuerda para los
humanos— de oro y plata.
En una ceremonia
muy emotiva, la mujer se inclina sobre la cajita y el gigante ata el cordel en
la nuca de su amada, cuidando de que quede adecuadamente flojo. A continuación,
ella se levanta de golpe y el hilo se tensa. El humano pendula sobre el pecho
sonrojado, se contorsiona, encoje y estira sus piernas varias veces, gira
apenas su cabeza a un lado y otro buscando una bocanada de aire que no está,
completamente ajeno al beso con que los novios sellan su compromiso. Luego
muere.
La novia llevará
el cadáver del hombre en su cuello hasta el casamiento, más o menos un año más
tarde. El olor a putrefacción se considera de buen augurio y es motivo de orgullo
para las gigantes, debido a que indica su condición de mujer comprometida en
matrimonio.
Después de la
boda, será el marido quien quite el colgante y lo guardarán, juntos, dentro de
algún libro de poemas que él le habrá regalado durante el noviazgo.
Unos doscientos
años después, el esposo habrá muerto.
Un día cualquiera,
su viuda estará sola ―los hijos también se habrán ido y verá a los nietos una o
dos veces por año— y sumida en la nostalgia tomará el viejo libro, lo abrirá
con temor respetuoso y encontrará el pequeño esqueleto casi formando parte de
las páginas. Dejará caer una lágrima, más o menos donde el humano tenía su
corazón. Ella creerá, por un segundo, sentir de nuevo el olor tan amado a carne
putrefacta.
© Daniel Frini
DANIEL FRINI
Ingeniero, escritor y artista plástico argentino (Berrotarán, Provincia de Córdoba, 1963). En 2000 publicó “Poemas de Adriana” (Ed. Libros en Red, Buenos Aires); y tiene dos libros de cuentos, a punto de ser editados en papel: “El Diluvio Universal y otros efectos especiales” (Ed. Andrómeda, Buenos Aires) y “Manual de autoayuda para fantasmas” (Ed. Micrópolis, Lima, Perú). Colabora en varios blogs y ha sido publicado en e-zines y en revistas digitales y en papel. Ha sido traducido al inglés, francés, italiano, portugués y uzbeko. Fue distinguido con varios premios literarios, participó en varias antologías de relatos y poemas y participó como jurado en varios concursos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario