LAS PROFECÍAS DEL ESPEJO
Entre Maitines y Laudes del dos de
julio del Año del Señor de mil quinientos cuarenta y uno, Mosén Miquel bajó a
las cavas de la Abadía de Nôtre-Dame d’Orval, cerca de la muy Cristiana Villa
de Florenville, entre los bosques de Watinsart y Houdrée, en busca de una
botella del licor fabricado por los monjes cistercienses, para llevárselo al
Abad, a la Sala Capitular.
El hermano Miquel llevaba
sólo una semana en el Monasterio, por lo que los pasadizos subterráneos le eran
desconocidos; y a pesar de las indicaciones recibidas, la luz escasa de las
candelas hizo que desviase su rumbo y llegase, sin querer, a las mazmorras, las
mismas donde, casi cinco siglos antes, Pedro el Ermitaño incitara a Godofredo
de Bouillon para marchar a Jerusalén, a la Primera Cruzada y donde, se dice,
estuvo guardado el Grial.
Tratando de encontrar el
camino, Miquel abrió una vieja puerta de goznes herrumbrosos y entró a una
pequeña habitación de no más de dos varas de alto.
Allí encontró el espejo.
Estaba en el centro de la
estancia, tapado con una tela de hilo, muy vieja, que se deshizo al tocarla.
Era extraño, más ancho que alto, muy opaco y apenas reflejaba las velas.
Mosén Miquel pasó su mano
por el marco, y en cierto instante el espejo cobró vida. Asustado, el monje
cayó hacia atrás, sentado contra la pared cercana a la puerta. Allí quedó
petrificado, mientras el espejo le mostró cosas increíbles.
Entre vahos de vapor, vio
altísimos castillos de vidrio nunca imaginados, carrozas que se movían sin
caballos, sendas oscuras y enormes por las que caminaban multitudes con
curiosos vestidos; máquinas gigantes que remontaban vuelo como los pájaros; en
los mares vio naves sin velas y que no eran de madera. Vio armas que no
existían y explosiones gigantes y guerras que desafiaban la imaginación. Vio
luces brillantísimas y de colores extraños. Y el espejo le habló en idiomas
desconocidos y le hizo escuchar músicas nuevas; le mostró pestes mucho peores
que la Peste Negra y enfermedades sin nombre y muertes atroces. Miquel vio
barcos flotando fuera de la Tierra, y a la Tierra desde la Luna; y vio que la
tierra era redonda. Y conoció el hielo que flota en el mar y animales
rarísimos…
La sucesión de cosas
extraordinarias continuó durante horas. Finalmente Miquel, con una enorme
aflicción en el pecho, ya incapaz de soportar lo que veía, tomó una piedra
desprendida de la pared de la celda, y la arrojó a las imágenes.
El espejo estalló en un
fogonazo apagado. Y quedó en el suelo. Mudo. Destruido.
Hasta dentro de unos
cuatrocientos cincuenta años en el futuro nadie volvería a ver un televisor de
pantalla de cristal líquido de cuarenta pulgadas.
Mosén Miquel, Miquel de
Nôtre-Dame, Nostradamus salió al sol del dos de julio del Año del Señor de mil
quinientos cuarenta y uno, en Orval. Su vida había cambiado para siempre. Era
ya la hora Tercia.
© Daniel Frini
DANIEL FRINI
Ingeniero, escritor y artista plástico argentino (Berrotarán, Provincia de Córdoba, 1963). En 2000 publicó “Poemas de Adriana” (Ed. Libros en Red, Buenos Aires); y tiene dos libros de cuentos, a punto de ser editados en papel: “El Diluvio Universal y otros efectos especiales” (Ed. Andrómeda, Buenos Aires) y “Manual de autoayuda para fantasmas” (Ed. Micrópolis, Lima, Perú). Colabora en varios blogs y ha sido publicado en e-zines y en revistas digitales y en papel. Ha sido traducido al inglés, francés, italiano, portugués y uzbeko. Fue distinguido con varios premios literarios, participó en varias antologías de relatos y poemas y participó como jurado en varios concursos.
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