Caminando por el cementerio -ya confinado en el miserable olvido,
convertido en el basurero más grande del gran Buenos Aires- pensaba lo tarde que
me había recordado el amanecer porque temprano hicieron que me olvidara de su
esplendor. Suspendido, ofrendando la nobleza de mi vergüenza errante levito como
Jesús, para evitar los crepitares de las hojas y el barullo de las bolsas, las
botellas plásticas y demás porquerías que atenten con delatar mi presencia.
Desde este horror -que intuyo como preludio de otros aún peores- me extravío,
me enceguezco en las densas penumbras de manera peligrosa tratando de develar los
misterios que respiro. Así será que me reencarnaré en las consecuencias para
padecerlas y así tratar de entender lo que me ha sucedido. Aunque confieso que
estoy cada vez más ajeno a dicha causa. Ya no me detengo a escuchar los
murmullos de la vívida periferia, cruel melodía que antes sabía apoderarse de
mi nostalgia. Pero ya no quiero, ni puedo, ser un envase retornable, ni de
barrio ni de ciudad, ni de nada ni de nadie.
Dorado por el sol un gorrión que alguna vez fue ángel,
cuervo y demonio surcó mis narices. Tesoro que enriqueció mi aterradora sonrisa
capaz hasta de espantar a los perros ciegos. Petrichor de esta necrópolis son
mis bostezos, y cuando al fin me duermo mis propias pesadillas me proyectan
ante cualquier ojo insomne y aventurado. ¿Por qué me han enterrado vivo aquella
tarde noche tempestuosa? ¿Por amor, por transgredir accidentalmente alguna
clase de estadio y posterior brote de catatonia, por el vil metal o simplemente
por placer barbárico? Los vivos al verme, tan solo me responden con terror, repulsa
y recursos evasivos colmados de violencia. Hastiado al no hallar algún vestigio
de sabiduría, de esa contención que tanto anhelaba, sus susceptibles y egoístas
reacciones hace un tiempo me indujeron a que me adapte a esta maldita costumbre
de llevarme algunos -enrollándolos y arrastrándolos con mi cabellera- hasta las
entrañas del viejo osario o a “la ciénaga de los huesos” como me gusta llamarlo
cuando el morbo me gotea de las fauces; cuando esta hiel tan luctuosa e irrefrenable,
tan de otro mundo me recuerda a la miel, a esa sangre del sol con la que solía desayunarme
en solitario sin joderle la vida a nadie. En estos momentos escucho corridas. Carcajadas
enfermizas de un par de tipos empujan los gritos desgarradores de una niña. Sé cómo
terminara todo esto. A diario soy testigo de la inusitada criminalidad e
impunidad humana desatada por estos lares. Me atrevo a decir- mientras extiendo
hacia ellos mis brazos de pelo muerto - que los vivos, ocultos bajo sus vestiduras,
bajo sus pieles tersas, sus caras agraciadas y maquilladas, cuando dentro del
pecho tan solo puedo ver cómo les ondula un profuso charco de sangre en el cual
el alma harta de chapotear les flota ya ahogada… Me siento aterrado de impiadosa
manera.
© Sebastián Ariel Fontanarrosa
SEBASTIAN ARIEL FONTANARROSA
Escritor argentino de cuentos, microcuentos, poemas, y novelas
en género fantástico y terror. Colaborador en diversos sitios literarios:
Revista “Minatura de lo breve y lo fantástico”, Revista “Avalon enigmas y
misterios, Blog de Ediciones Ende, revista Disident Tales N4, Revista Palabras
N13, Blog “El Caleidoscopio”. Guionista de historieta propia “Filosofía
Pediculosa”. Creador de “Sebastián Fontanarrosa relatos y pensamientos” (Blog
literario en facebook). En el 2004 Escribió "Juan", (Justicia
Anónima) , obra premiada con mención honorífica y publicación de 3000
ejemplares por editorial Argentina “Zona”. Misma obra seleccionada por
editorial “Novel Arte” para integrar su antología. 2005 "Una fosa" obra
premiada con mención especial por autor meritorio en certamen de editorial “Décima
Musa”, mas otras obras en narrativa breve seleccionadas en diversos concursos internacionales.
Su último reconocimiento por su obra “El Apocalipsis según Hilario” publicada en
la Antología Fantástica Tiempos Oscuros N2 especial terror argentino.
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