LA PESADILLA
Los personajes que intervienen en el
sueño entran y salen a placer,
burlándose de los cerrojos
Sheridan Le Fanu
Sexton, de los Bloody Sunset, le hablaba al oído. Luana asentía mientras me observaba con los ojos entrecerrados. Cada tanto acariciaba el talismán, demorándose en la sangre seca que adornaba los rayos del sol negro. Sangre del escarmiento, sangre de vampiros. Sangre que me podía costar la vida.
No tenía dudas de haber cumplido con fidelidad su encargo. En Cheshire todos los desmanes habían cesado. Y los insurrectos, ajusticiados por mi mano. Pero era mi palabra contra la de un jefe de clan. Y Sexton seguía narrando en voz baja. Luchaba contra el instinto y el razonamiento. Mis entrañas me impelían a sostenerle la mirada. No sólo por la certeza de haber obrado con fidelidad, bajar la vista era consentir un error, admitir mi final. Pero por otra parte, sólo aquél que estimara en poco su vida puede mirar a los ojos a un pater. Más temprano que tarde me cobraría la audacia.
Un estrépito interrumpió mis cavilaciones y el cuchicheo de Sexton. A pesar de que estábamos en la sala del Consiliul, Ikito irrumpió sin pompa ni modales. Tan rápido que ni Cujo, el javato, podía alcanzarla con sus patitas cortas. La Pequeña se mordía el labio inferior. Hablaba con atropello y se retorcía las manos. Nunca la ví tan desvalida. Pero ni la peor pesadilla igualaba a las noticias. La alianza entre las Tríadas chinas y la División Roja de Scotland Yard preparaban en ese mismo instante el ataque final. Un chino con intenciones de galán le había confesado los planes urdidos por su padre, el DCI Brian Nakasawa y el infame Huàn yǔ wūshī.
El amante charlatán se había explayado sobre los niveles abrumadores de granadas de cápsulas pegajosas que las fábricas ya tenían estibados en distintas partes del Barrio Chino. El Dr. Hsiao Mi, creador de estas bombas personales, nos confirmó que no había antídoto para prevenir el desbalance en la energía vital. Pero esa no era la única pesadilla que se avecinaba. La promesa de sexo tornó locuaz al infidente y contó que las tropas de la coalición se estaban pertrechando con una suerte de cota de malla de kevlar que tornaba imposibles las mordeduras. Si le sumamos los fusiles de haces ultravioletas, nuestra posición era de clara desventaja.
El miedo se puede oler. Aún entre las Criaturas de la Noche. Sobre todo cuando Ikito contó que los humanos planeaban una guerra relámpago con ajuste a un plan minucioso: primero nos iban a bombardear con las granadas de moxibustión e inmediatamente, múltiples escuadrones de altísima movilidad nos atacarían para evitar cualquier arresto defensivo y rematar la faena. Pese a los cerrojos, el terror se nos había metido y nos arropaba con generosidad de mortaja.
Es cierto que ya no contaban con la sorpresa pero no sé qué era mejor: ahora estábamos anoticiados de la inminencia de nuestro total exterminio. Sea por las granadas sea por los fusiles de haces ultravioletas, íbamos a arder como teas.
Las voces empezaron a alzarse. Se maldecía en idiomas ininteligibles, se invocaban juramentos milenarios. Pero nadie sabía qué hacer. Luana los dejó reprocharse hasta llegar a escenas de pugilato y dentelladas. Los dejó gritar hasta el llanto. Asistía impasible al concierto desordenado de voces sin siquiera modificar ese antiguo desdén. Incluso me animo a decir que dejó que la situación llegara a su punto de ebullición. Cuando los Hijos del Sol Negro clamaban por una respuesta hizo un gesto y todos callaron al unísono.
Los miró uno por uno. Había desprecio en esa mirada. Luana no toleraba ninguna debilidad. Al enfrentarme, sonrió. Después giro, abrió los brazos como quien recibe una multitud y dijo simplemente: ¡No teman! Es mejor que crean que nos van ganando… Los hombrecitos presumidos no saben lo que les espera. Pronto serán una serpiente sin cabeza.
Y se fue con una risotada.
© Pablo Martínez Burkett, 2015
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