Y CAERÁ EL MURO DE LA CIUDAD
―Crux Sancti Patris
Benedicti, Crux Sacra sit mihi lux, non draco sit mihi dux, ¡vade retro
Satanas!...
El sacerdote, alto y desgarbado, se
preparó, con esta oración, para comenzar el ritual, mientras besaba la medalla
de San Benito, y alistaba el crucifijo, el agua y el aspersor, la sal, la
estola violeta y la imagen de la Virgen, acomodándolos prolijamente en el
mueble, a los pies de la cama donde estaba tendido el poseído.
―Per
signum Sanctae Crucis … ―dijo mientras se plantaba frente al
atormentado hombre, que lo miraba con odio y rojo de furia.
Tomó el copón con agua, y mientras
echaba en él la sal, la bendijo
―…ut fias aqua exorcizata ad effugandam omnem
potestatem inimici…
El endemoniado gritaba, con voz
cavernosa, en algún idioma olvidado hacía milenios. El sacerdote, introdujo el
aspersor en el agua bendita, y mojando al otro comenzó:
―Abjuro
te, spiritus nequissime, per Deum omnipotentem…
Él, el único y oculto sacerdote de toda
la Archidioecesis Bonaerensis autorizado
para exorcizar demonios, ya entrado en sus cincuenta años; solitario, hosco y
huraño, con más de un cuarto de siglo enfrentándose, cara a cara, con el
enemigo, estaba otra vez en batalla.
Y dentro del hombre poseído, nosotros.
El ritual fue largo, muy largo. No nos
importó, teníamos tiempo
―
…ut descedas ab hoc plasmate Dei…
Estudiamos a fondo los viejos libros,
desde el Statua del año quinientos, pasando por el Malleus de Sprenger y
Kramer, por el Flagellum de Girolamo Menghi, el Exorcistarum de Brognolus, la
Summa Daemoniaca, todos los catecismos; hasta llegar al Rituale Romanum de mil
novecientos noventa y nueve. Después de más de dos mil años, por fin,
encontramos la forma de derrotarlo: por un lado, el sacerdote estaba solo, y
nos enfrentamos a él de a uno por vez; por otro, mientras él continuaba con sus
letanías, hora tras hora y día tras día, el que estaba en el turno de enfrentarlo
repetía, paciente y para sí, la tabla del nueve, en cualquier idioma que se le
viniese en gana.
―Exorcizo
te, omnis spiritus immunde, in nomine Dei, Patris omnipotentis…
―Nou
per sis, cinquanta-quatre.
―Tu
autem effugare, diabole; appropinquabit enim judicium Dei.
― naw gwaith saith, chwe deg tri
Lo hicimos. La Ciudad de La Santísima
Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre no tiene a nadie que
la proteja de nosotros. Llevará tiempo formar un reemplazo para el sacerdote.
Mientras tanto, nosotros seguimos entrando en el cuerpo de los porteños.
Nuestro nombre es Legión.
© Daniel Frini
DANIEL FRINI
Ingeniero, escritor y artista plástico argentino (Berrotarán, Provincia de Córdoba, 1963). En 2000 publicó “Poemas de Adriana” (Ed. Libros en Red, Buenos Aires); y tiene dos libros de cuentos, a punto de ser editados en papel: “El Diluvio Universal y otros efectos especiales” (Ed. Andrómeda, Buenos Aires) y “Manual de autoayuda para fantasmas” (Ed. Micrópolis, Lima, Perú). Colabora en varios blogs y ha sido publicado en e-zines y en revistas digitales y en papel. Ha sido traducido al inglés, francés, italiano, portugués y uzbeko. Fue distinguido con varios premios literarios, participó en varias antologías de relatos y poemas y participó como jurado en varios concursos.
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