«Il y a d'autres mondes, mais ils sont en celui-ci »
Paul Éluard
PARA DESCRIBIR ESTE calidoscopio de sensaciones, no tengo más remedio que acudir a una sinestesia. Sí, es que yo inhalo la música con la misma felicidad con la que se percibe el perfume de la mujer amada durmiendo en la oscuridad. Hay melodías que me transbordan a estados de elocuente bienaventuranza. Veo las notas con la clarividencia de quien se demora en un paisaje, sólo para encontrarse formando parte de ese paisaje. Pero empecé a contar por el medio, mejor nos ordenamos.
Quizás convenga abrir el juego declarando que nunca me he detenido a discurrir en cuál resquicio de lo porvenir me hallo, no pienso si este era uno de mis futuros posibles. Entretenerse con tales artificios es menos productivo que constatar que Julio Cortázar nació el mismo año que mi abuelo o que Jimi Hendrix hubiera tenido solo tres años menos que mi padre. Admito que con esa baldía indolencia voy por la vida, cualquiera sea la tempestad que se avecine. Mentiría, claro, si dijera que uno no tiene sus días, pero siempre hay que saber encontrarle el lado positivo, o al menos, el consuelo. Por ejemplo, tomemos la ausencia de hijos. Para algunos puede significar nada, para otros el oscilante equilibrio entre una porosa cordura y la definitiva enajenación. Sin embargo, que no haya bulliciosas almitas correteando una pelota embarrada sobre la alfombra, me permitió seguir escribiendo hasta las tantas, bajar a las cuatro de la mañana a comer unos brownies caseros, descorchar una botella de champagne y quedarme dormido en el sillón hasta babearme y despertar sin preocupaciones para cuando el reloj avisa que son las once y media. Un cremoso café espresso ayuda a recomponer la conciencia y resultando un horario más que propicio para considerar celebrar el Día del Trabajador con un asado, me dedico a preparar los enseres y avíos. Encender el fuego siempre tendrá algo de rito ancestral, de comunión ontológica, no me extraña que desde antiguo se le haya otorgado virtudes divinas. Hago yacer en la parrilla una regia colita de cuadril. Después, mientras abordo el examen de un singular vino malbec, me entrego con pasión a la lectura. El libro es “Spinoza: Filosofía Práctica” de Gilles Deleuze. Aplacadas las conductas tabernarias, los viejos prejuicios retroceden claudicantes. Uno no se ha convertido en un provecto existencialista porque ha leído a Camus, Focault, Martin Heidegger o aún el mismo Sartre; simplemente repasa sus argumentos porque, de forma inadvertida, ha completado el tránsito desde un nihilismo juvenil a este pragmatismo experimental.
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“Baila, baila, baila sirenita... Baila, para mi”.
Calado por la lluvia pero también por una curiosa beatitud, retomo la lectura de este Spinoza deleuzizado y me detengo en el párrafo que explica la ilusión teológica por la cual allí donde ya no es posible imaginarse ni la causa primera ni la causa organizadora de los fines, la conciencia tiende a invocar a un Dios dotado de entendimiento y de voluntad que, mediante causas finales o decretos libres, dispone para el hombre un mundo a la medida de su gloria y de sus castigos. El fraseo es tan profundo como el violín que rasga el majestuoso final del blues.
Empecé por el medio, seguí por el principio y todavía no tengo una conclusión. Puede ser que como enseñaba Freud, los sueños no sean imágenes irreales sino otra expresión de la realidad. Sabrán disculpar entonces el imperativo de confeccionar esta desmadejada profesión de fe.
© Pablo Martínez Burkett, 2007
A manera de requiem para una almita que desde ayer regresó a su condición primera de angelito.
Puedes decirme de que texto viene la frase
ResponderEliminar«Il y a d'autres mondes, mais ils sont en celui-ci »
Paul Éluard
No encuentro por ningún lado el origen de esa frase, más aun no la encuentro ni en citas en francés de la página francesa de Wikipedia.