Todo
oscurecía y la lobreguez insensiblemente afinaba mi mente, de por sí preparada
para lo siniestro.
Sheridan Le Fanu
A
Luana le gustaba vagabundear por el cementerio de automóviles de Staines-upon-Thames,
en el oeste de Londres. Disfrutaba del silencio apenas quebrado por el viento entre
las ventanas rotas, los asientos desvencijados, los chapones retorcidos. Había atardeceres
en los que se sentía inquieta y entonces volaba hasta allí buscando pacificar
su espíritu. La miríada de coches semisumergidos le traía recuerdos de otras
épocas, anteriores al cataclismo climático y el desborde de los océanos. Épocas
bajo la regencia de los combustibles fósiles y la clara distinción entre el día
y la noche. Luana dividía la historia en tres partes: la anterior a su
existencia, que no le interesaba; el derrotero vital entre su nacimiento y
renacimiento al reino de la oscuridad (que era como si nunca hubiera sucedido) y
el abrumador futuro. No es que sufriera por su condición pero a veces se
preguntaba cómo sería sobrellevar las acechanzas de la muerte. Los hombrecitos eludían
lo efímero de la vida fingiendo atarearse en cuestiones impostergables. Si
supieran que ya no verían el nuevo sol: ¿prestarían mayor atención a los matices
de las hojas secas? ¿Atesorarían un beso? ¿Se arrancarían las lentes reticulares
y verían como alguna vez dicen que vio Adán en el Paraíso? ¿Matarían por gusto,
liberados de toda sanción? Estos interrogantes la llenaban de perplejidad. No podía
haber mejor combustible que la zozobra de saberse mortales y sin embargo, los
humanos persistían en conducirse como si fueran inmortales.
Por eso Luana se había consagrado a liberarles
los sentidos. No llevaba la cuenta de los hermanos que había iniciado pero se
jactaba del tropel de criaturas de la noche que vivían inmersas en una sinfonía
de colores, una explosión de sabores, un ansia extraordinaria. Seres renacidos
por la sangre y por el fuego que, con igual intensidad, disfrutaban del terror
y de los placeres de la carne.
Pero Luana también se había determinado
a restaurar el viejo orden. Con júbilo se ensañaba con los que vivían como si
fueran dueños de un perdurable mañana. Se complacía en desangrarlos mientras se
preguntaban, inermes, por qué a ellos. Esa última pregunta, ese estertor
postrero, la abismaba en un éxtasis de lujuria. A veces, se sobrepasaba, pero
no podía evitarlo porque también era una anarquista. En una de sus últimas
correrías quiso escarmentar al policía que les venía dando caza y puso asedio a
la hija del DCI Brian Nakasawa. La pequeña Ikito casi no se resistió. Algo no
resuelto habría latente porque la chiquilla le facilitó las cosas, desbaratando
por las noches los esfuerzos preventivos que durante el día desplegaba su
padre.
Cuando regresó
a la guarida con la debutante, Luana fue reprendida con severidad. Su madre
estaba furiosa. Los gritos podían escucharse desde la superficie. El eco amplificaba
el rugido. Tanto era el enojo que a punto estuvo de descabezarla. La madre
sabía que esa insensatez les costaría muy caro. En lugar de restituir el
equilibrio iba a engendrar una ola de represalias, más obscena aún que la padecida
luego de la Guerra de los Elementos. La había prevenido tantas veces y otras
tantas, su hija la había desafiado.
La
pequeña Ikito, ajena al diferendo familiar, desfogaba sus ansias de novata con
las viandas provistas por los gitanos, en esta ocasión, una primorosa partida
de niños secuestrados de un jardín de infantes. Luana aguantaba las iras de su
madre intuyendo que quizás tuviera razón. Pero no lo podía evitar. El insistente
no de su madre, el plañidero no de las víctimas era un aguijón que devolvía los
latidos a su marchito corazón.
© Pablo Martínez Burkett, 2013
Este
es el séptimo capítulo de la saga "EL RETORNO DE LA CRISÁLIDA", que abre con el cuento del mismo nombre y que prosigue con (2) "Los ojos de Luana"; (3) “Tiempos mejores”; (4) “Frutos de la tierra nueva”; (5) "Fotos"; (6) "Venator"; (7) "Tu madre te ha dicho que no"; (8) "La otra plaga"; (9) "El inesperado John Gillan"; (10) "El color de la nieve"; (11) "Presagios de tempestad"; (12) "La perla de la noche"; (13) "Las llagas del Efecto Caldero"; (14) "Fait divers"; (15) "El sabor del futuro"; (16) "Un souvenir del infierno"; (17) "Primera sangre en Barrio Chino"; (18) "Los Hijos del Sol Negro"; (19) "La sombra de Madre"; (20) "La ordalía de John Gillan"; (21) “El día de la insensatez”; (22) "La estrella de la venganza"; (23) "El pérfido Doctor Wong"; (24) "El camino de la ira"; (25) "El dulce sabor de la sangre"; (26) "El destino de una mirada"; (27) "Gambito"; (28) "El llanto de Milena"; (29) "Un sordo clarín llamando a batalla"; (30) "Carte blanche" ; (31) "Sombra y fuego"; (32) "Una visita de cortesía"; (33) "Sobre el trono del dragón"; (34) "Un golpe de efecto"; (35) "Escarmiento"; (36) "El último concilio", (37) "Fiesta"; (38) "No es más que sangre" y (39) "El talismán".
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