Desde la habitación contigua pude
oír sus voces, de un tono mucho más violento de lo que cabía esperar en una
discusión puramente científica
Sheridan Le Fanu
La
matanza había sido brutal. Pero el efecto macabro fue amplificado por los
portales de noticias instantáneas. La crudeza de las fotos no dejaba lugar a la
imaginación. El Barrio Chino lucía sombrío con el fruto macabro colgando de
farolas y balcones. Los titulares vaticinaban otro apocalipsis pero aún más
severo que el descalabro climático. La población entró en pánico. Y exigió una
respuesta de las autoridades. Sabido es que el miedo es un estado irracional
que reclama medidas irracionales. La gente se manifestó en las calles, pidiendo
represalias, expediciones punitivas, cacería casa por casa si era preciso. Sin
ahorro de recurso alguno. Las Criaturas de la Noche no eran seres humanos por
lo tanto cualquier medio podía ser utilizado si facilitaba el fin perseguido:
el exterminio total de la plaga que vino del Este. Se dictaron las leyes y se
emitieron las autorizaciones precisas. Los agentes del orden quedaron relevadas
de cualquier responsabilidad por el uso de la fuerza, el quebrantamiento de las
garantías ciudadanas y la represión desmesurada. El terror sería combatido con
más terror.
El
DCI Nakasawa sabía que por más que las leyes lo habilitaran a cometer cualquier
tropelía, poco podía hacer si en auxilio de los fusiles de haces ultravioletas
debidos al ingenio de la mafia china. Inexplicablemente, las orientales habían
suspendido las entregas luego del éxito en el rechazo de la expedición vampírica contra Servicio de Hematología Clínica del University College London Hospital. Tenía que recobrar esa capacidad de fuego formidable. Tenía que reunirse con el jefe Huàn yǔ wūshī.
Símbolo de los tiempos, lo que en otra ocasión fue una reunión secreta ahora se anunció por la prensa. Pero no resultó una conferencia amena. Al principio, los reproches mutuos fueron ineludibles. Los gritos por la inacción de unos y la ineptitud de otros se oían desde la calle. Poco faltó para fracasara. Pero ambas facciones sabían que se necesitaban para enfrentar la furia de los Hijos del Sol Oscuro. Se acordó restablecer la provisión de fusiles de haces ultravioletas y compartir toda la información disponible. A cambio, el cínico Rainmaker no sólo obtuvo el olvido de las fechorías pretéritas sino que reclamó carte blanche para la distribución de drogas ilegales y sobre todo, para el tráfico de órganos, cada vez más requeridos por una salud pública estragada por el “Efecto Caldero”, como se llamaron a las consecuencias del holocausto ambiental. A regañadientes, el DCI Nakasawa se lo concedió. Ya se ocuparía de la mafia china cuando no quedara un vampiro infectando la faz de la Tierra.
Gratificado por todas las ventajas arrancadas, Rainmaker quiso agasajar a su visitante. Lo invitó a bajar a un sótano. Un vampiro estaba maniatado con grilletes. Enardecido, el pobre infeliz echaba inútiles dentelladas al aire. Tenía signos visibles de tortura y le costaba hacer pie en un magma pestilente de orines y heces. Unos ancianos ataviados con ropaje sacerdotal atizaban un fuego que despedía un humo acre mientras disponían unas agujas. El policía era de la vieja escuela, creía en el honor, y los tormentos eran una bajeza entre guerreros así que se dispuso a asistir al espectáculo con resignación. Huàn yǔ wūshī le explicó que se trataba de una práctica ancestral de la medicina tradicional china. Que habían descubierto que con la moxibustión era posible mover la sangre de los vampiros a través de los meridianos y exterminarlos. Prudentemente, omitió mencionar los experimentos de la pequeña Ikito en el mismo terreno.
Los sacerdotes se acercaron a la criatura de la noche que supo que su final era inminente. Y que iba a ser doloroso. Le clavaron las agujas en los muslos y el pecho desnudo. También en los brazos. Le acercaron una especie de cigarrito de moxa ardiendo. Casi fue posible ver como reconducía la circulación de la sangre y de la energía. Progresivamente el vampiro se fue incendiando entre aullidos y blasfemias. Fue lento pero continuo. Fue tremendo. En un instante fue como una hoja de papel presa de las llamas y en el siguiente, desapareció. El golpe de los grilletes contra la pared conmovió a todos. El impúdico Rainmaker sonreía. El DCI Nakasawa, asqueado por el espectáculo, se retiró preguntándose si le tocaría asistir a la inmolación de su propia hija. Pronto lo sabría.
©
Pablo Martínez Burkett, 2014
Este es el trigésimo capítulo del folletín por entregas "EL RETORNO DE LA CRISÁLIDA", que abre con el cuento del mismo nombre y que prosigue con (2) "Los ojos de Luana"; (3) “Tiempos mejores”; (4) “Frutos de la tierra nueva”; (5) "Fotos"; (6) "Venator"; (7) "Tu madre te ha dicho que no"; (8) "La otra plaga"; (9) "El inesperado John Gillan"; (10) "El color de la nieve"; (11) "Presagios de tempestad"; (12) "La perla de la noche"; (13) "Las llagas del Efecto Caldero"; (14) "Fait divers"; (15) "El sabor del futuro"; (16) "Un souvenir del infierno"; (17) "Primera sangre en Barrio Chino"; (18) "Los Hijos del Sol Negro"; (19) "La sombra de Madre"; (20) "La ordalía de John Gillan"; (21) “El día de la insensatez”; (22) "La estrella de la venganza"; (23) "El pérfido Doctor Wong"; (24) "El camino de la ira"; (25) "El dulce sabor de la sangre"; (26) "El destino de una mirada"; (27) "Gambito"; (28) "El llanto de Milena"; (29) "Un sordo clarín llamando a batalla"; (30) "Carte blanche" ; (31) "Sombra y fuego"; (32) "Una visita de cortesía"; (33) "Sobre el trono del dragón"; (34) "Un golpe de efecto"; (35) "Escarmiento"; (36) "El último concilio", (37) "Fiesta"; (38) "No es más que sangre" y (39) "El talismán".
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