domingo, 1 de junio de 2014

LA LISTA DE BEST-SELLERS ME SIGUE IGNORANDO




En esta mañana fría en medio de la nada, extraño la lectura de los diarios dominicales mientras el humito del café es culto agradable a los dioses sibaritas. Prudentemente, me traje lectura atrasada y manoteo el suplemento cultural de hace una semana atrás. Con resignación, compruebo, una vez más, que la lista de best-sellers me sigue ignorando.

No sólo la de no ficción, también la de ficción. Voy a eludir la tacha de repaso amañado, de compromiso venal, de aprovechado recurso para inducir las voluntades siempre deseosas de estar à la page. No voy a emitir un juicio de valor sobre el valor de las listas, simplemente voy a describir lo que me parece.

Y lo primero que se puede ver es que tras la exhibición de títulos y autores, se trompean los grandes conglomerados supranacionales que alguna vez decidieron comprar un sello editorial. Es probable que nunca sepamos qué designio corporativo los impulsó a diversificarse en libros pero en el balance consolidado mal no les debe ir porque si no, ya les hubieran devuelto las editoriales a los libreros.

Pero vamos a lo que nos convoca.

En la ficción, salvo el primer título que mi consabida barbarie ignora, se alinea la novela que ha suministrado lúbrico jolgorio a mujeres que ahora exhiben su impudor en subtes y mesas de café, con la novela capital de un premio nobel recientemente fallecido, con la codiciosa pelea por un trono poblado de espadas y las peripecias de una rescatadora de libros en medio del holocausto. Todas escurridas hacia el cine o la tele. El negocio es aprovechar cualesquier formato y si viene con merchandising, mejor.

¿Y qué lee la gente que no lee ficción? Porque al final de cuentas, todos aspiramos a un módico retazo del universo lector.

El enésimo exprimido de un psicólogo mediático; las perdonables recetas contra el paso del tiempo de otra psicóloga, pero trasandina; la lección sesgada del periodista opositor de la década y, en un contra-balance inverosímil, la hagiografía del relator oficialista del barrilete cómico (sí, dije cómico) y para completar (parece una tomadura de pelo) la recomendación de usar el cerebro, a cargo del neurólogo estrella.

No descarto que la Legítima tenga razón. Con su inveterada practicidad, me hace notar que si quiero persistir en este hobby de hippie trasnochado, mejor que escriba lo que la gente lee. Y yo, por no darle la derecha, sigo porfiando en componer ¡cuentos!, empeñado en narrar el extrañamiento de lo cotidiano, la irrupción subrepticia de lo ominoso. Fantástico rioplatense, que le dicen. Y encima con una tendencia al barroco que la rehabilitación todavía no logra domar del todo.


Será por eso que las listas de best-sellers me desconocen. 

Ojalá hubiera faltado a la clase de catecismo donde nos enseñaron la pelea entre David y Goliath.

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