UN PRÓLOGO
NONATO
Por Bárbara
Duahu (Argentina)
Algunas veces la
imaginación se encuentra como a sus anchas, escoge el camino que se le antoja,
y entre mil senderos decide que éste o aquél son los más convenientes. Pongamos
un ejemplo: una nena recorre la casa de su abuela. Entra a la baulera y mira
detenidamente el techo. Se siente observada. Descubre un agujero, vestigio de
algún arreglo, quizás. Un olor emana de ahí. El hedor pútrido y la humedad del
ambiente convierten a la habitación en una atmósfera inhabitable. Sin embargo, ese
cuarto despierta en ella un gran enigma; la intriga de lo que no se conoce, la
atracción de lo inescrutable. Sus pequeñas fosas nasales se mueven en dirección
a esa abertura cada vez que merodea por el arrumbadero de la casa de su abuela.
Un día, entra otra vez en aquel cuarto. Mientras da vueltas sintiendo una
presencia tras ella, vislumbra un trozo de tejido con pústulas y uñas
renegridas que se asoma por el orificio y trata de asirla por el hombro.
¿Por qué se le
ocurre investigar ese espacio? ¿Qué la impulsa a entrar otra vez en ese lugar?
Por un lado, es la imagen de un lugar conocido interrumpido por un agujero
extraño; y por otro, un supuesto golpe a una calma que produce la fractura de
su percepción. Tal vez, simplemente –como afirmaría Flannery O’connor- es lo
concreto y el detalle mismo lo que nos lleva a la exasperación y logra volver
simbólico un lugar. Es la incertidumbre que requiere su explicación, la sutil
satisfacción frente a reconocer de otra forma un lugar que creíamos familiar.
El hecho narrado
posee ciertos límites que se omiten, y es ahí cuando la imaginación del lector
entra en juego. ¿Es esto posible? ¿Podría un día cualquiera en la casa de mi
abuela asomarse una mano inmunda por un agujero e intentar agarrarme? ¿Por qué
no? ¿Sería solo parte de mi imaginación? Quizás no. Por eso el suceso narrado,
como dice Cortazar, “abre de par en par una realidad mucho más amplia”. Es
precisamente lo cotidiano, lo ignorado por su continua presencia, lo que nos proporciona
el punto de partida de la reflexión. El efecto de shock es más completo cuanto
más cercanas a nosotros son las imágenes que vemos: un cuarto en la casa de la
abuela, una habitación de un hotel, la zapatería del barrio, la propia casa, un
bar al que vamos todos los jueves, la facultad, la parada del colectivo; lugares
que frecuentamos a diario y que un día se vuelven extraños, intrigantes, dignos
de explorar o de mirar otra vez, para descubrir lo que nos perdimos de vista.
¿Les ha pasado alguna vez entrar a
un lugar y percibir un cambio? ¿Tener la sensación de que hay algo que cambió
de lugar pero no pueden nombrar qué? ¿No se sintieron inquietos cuando no pudieron
encontrar explicación a ciertos hechos de la vida?
Como bien dice Cortázar, “es
hurgando nuestra vida diaria donde podemos encontrar el misterio y reconocer
que no todo en el mundo es definitivamente como lo vemos”. Y lo fantástico nos pone en ese lugar de inquietud. Nos abre
la posibilidad de encontrar un oso polar en medio de una isla desierta; siempre
y cuando aceptemos la existencia física del animal en medio de una maraña de
palmeras. Más allá de eso, solo nos queda confiar en nuestros sentidos y seguir
leyendo.
Nació en 1989 y vive en Buenos Aires. Sus cuentos fueron publicados en diversas revistas y antologías. En 2009 publicó el libro de cuentos "Criaturas insensibles" (Ed. Galmort) y en 2013 la novela "Forasteras" (Ed. La Parte Maldita).
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