INURIMENYEN
por Fernando José Veglia (Argentina)
La ciudad de Inurimenyen fue la biblioteca más extraordinaria de la historia de los hombres. Numerosos edificios contenían libros de ciencia y arte, otros estaban destinados a la enseñanza, lectura, edición, comparación y a albergar miles de estudiantes, maestros y trabajadores.
En su época de esplendor, con más
de treinta millones de ejemplares provenientes de diversos rincones del planeta
y atesorados por más de dos milenios, fue declarada capital mundial de la
sabiduría y lugar neutral durante los conflictos bélicos. Sin embargo, nada
quedó de la inigualable ciudad, sus muros fueron devorados por el rigor del
tiempo.
Sólo el hálito de los escritos que custodiaba llegó hasta nosotros, bajo los misterios de la reminiscencia y las escasas evidencias arqueológicas que suponen su existencia.
Al principio de los tiempos,
Inurimenyen fue un precario asentamiento situado en el lecho de un río,
supuestamente el primero de la historia. Sus habitantes desarrollaron técnicas
agrícolas, domesticaron animales, conocieron la ganadería, la rueda y la
escritura.
La prosperidad aumentó la
población originaria, tribus de los cuatro puntos cardinales llegaron
diariamente y otras ciudades, tomándola como ejemplo, crecieron a su alrededor.
Naturalmente, forjó un gran
imperio, culto y valeroso ejército. Atesoró, en la primera biblioteca, las
tablillas de arcilla, papiros y pergaminos que la inmortalizarían como la
fuente del saber antiguo y clásico.
El destino quiso que su larga
dinastía de emperadores culminase en una cruel guerra, haciendo súbditos a los
gobernantes y libres a los esclavos. Durante un largo tiempo, un manto de
sombras descendió sobre las ciencias y las artes.
A lo largo de los siglos, la
ciudad fue asediada, invadida, destruida y reconstruida. La biblioteca corrió
la misma suerte hasta que, después de muchos siglos, los líderes mundiales
decidieron concentrar el saber en el lugar donde había nacido. La fama y el
sufrimiento del pasado, revelado por antiguas lenguas impresas en tablillas,
valieron el esplendor y la gloria futura. Inurimenyen renacía y el mundo la
admiraba.
El hombre había atravesado la era
agraria, industrial y atómica hasta alcanzar el máximo desarrollo tecnológico,
cultural y espiritual en la era digital. La guerra, la desigualdad social y las
enfermedades mortales no existían. Si bien las ciencias eran utilizadas en
beneficio de la humanidad, jamás se pudo revertir el efecto invernadero,
arrastrado desde la era industrial, ni predecir con exactitud los caprichos
climáticos que causaría. La decadencia, la lucha sin sentido y el retorno al
primitivismo, tuvo por testigo a Inurimenyen.
Todo esfuerzo por evitar las
emanaciones de gases invernadero y fomentar el uso de fuentes energéticas
naturales fue en vano. Era demasiado tarde, la naturaleza tenía sus propios
planes y los dirigentes sus propios caprichos e intereses.
Los océanos aumentaron su volumen
gradualmente, sumergiendo a la mayoría de los territorios costeros e
innumerables islas. Los climas tropicales y desérticos impusieron sus
condiciones, malogrando cosechas y las economías de muchos países. Cientos de
especies animales y vegetales perecieron. Las enfermedades tropicales se
propagaron rápidamente, arrebatando millones de vidas. La temperatura promedio
del planeta alcanzó los sesenta grados Celsius.
Finalmente la guerra por los
recursos naturales y la supervivencia estalló, acelerando el proceso de
destrucción. Las naciones, las fronteras y las diferencias fueron
desapareciendo gradualmente, ante el avance de un enemigo implacable y
silencioso. Un enemigo que, provocado durante años, había desatado su furia y
era capaz, en cuestión de segundos, de desalentar cualquier férrea voluntad,
desbaratar osados planes y desmantelar enormes ejércitos.
Las grandes ciudades fueron
reducidas a escombros o abandonadas. Miles de personas vagaron sin rumbo,
escapando del calor y buscando algo que comer; la mayoría perecía a manos del
clima o de otros grupos desesperados. En algunos lugares del planeta el hombre
adoptó hábitos nocturnos. La humanidad entera estaba siendo humillada y
ultrajada y, en cierto modo, la naturaleza vengada.
Los hombres y mujeres de
Inurimenyen, ante el caos, abandonaron la ciudad jurando conservar y transmitir
sus conocimientos de generación en generación. El paso del tiempo y la crudeza
de la vida cotidiana deshicieron la tecnología y los libros que protegían.
Debieron reescribir lo que recordaban de manera rudimentaria y, en la mayoría
de los casos, confiar en la tradición oral. La tarea, aunque pareciese inútil,
era realizada como un acto sagrado.
Durante siglos, fueron un pueblo
nómada, conformándose con sobrevivir y recordar que descendían de una casta de
sabios.
Cuando la tierra comenzó a
enfriarse naturalmente, eliminando los gases invernadero, decidieron detenerse
cerca de un río. Nuestra historia antigua los llamó sumerios; fundaron los
asentamientos de Uruk, Ur, Nippur, Adab, Eridú, Lagash y quizás, sin
proponérselo, cumplieron con el juramento de los hijos de Inurimenyen.
FERNANDO JOSÉ VEGLIA
Nací el 01 de Marzo de 1979 en la Ciudad de Bs. As., vivo en Isidro Casanova, partido de La Matanza, Bs.As. Mi relación con las letras comenzó en la escuela secundaria; obtuve la 3era mención de las Novenas Olimpiadas Federales “Vivencias Estudiantiles ´96”. A pesar de las advertencias, me decidí a editar mi primer libro en el año 2005: “Líneas” Ed. de los Cuatro Vientos. Tiempo después me arrepentí y continué corrigiendo los textos. Creo que corregiré todo lo que escriba hasta que muera. Participé, en el stand “Escritores Matanceros”, de la feria municipal del libro del año 2008 al 2010. Fui parte de las siguientes antologías de editorial Dunken: “Manos que cuentan” 2008, “Habitar en secretos” 2009, “Mundos desnudos” 2010, "Selección de las provincias" 2012, "Magia registrada" 2013, "...El diálogo nos amontona" 2014 y de la antología del “III Concurso de Relatos Cortos de Viaje 2008”, organizado por Vagamundos, en colaboración con la editorial “Ediciones del Viento”(España). He tenido el honor de elogiar "Del glamour a la ciénaga" de Marita Rodríguez-Cazaux (Editorial Dunken 2013). He colaborado con Periódico Irreverentes (www.periodicoirreverentes.org) desde 2012 y tengo la fortuna, gracias al escritor Santiago García Tirado, de editarlo desde Junio del 2013.
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