OTRA VEZ(*)
Me hizo ver lo que es la Vida, lo que
significa la Muerte y por qué el amor
es más fuerte que la muerte.
Oscar Wilde - El fantasma de Canterville
Comenzó como
todas las cosas espeluznantes: sin darnos cuenta. Al principio fue la sensación
de algo entrevisto. Las explicaciones se ajustaron a una jugarreta de las
gafas, cansancio ocular, engaño sensorial. Después fueron los sonidos, a veces
como si alguien rascara los pisos (la culpa fue de los perros); otras, como si
alguien estuviera en una habitación. Más tarde llegaron los olores. A botella
de vino rota, a cigarrillo. Su tabaco, no había dudas. Pero aún así, lo
negamos. Soy médico bien conocido, persona racional. Empecé a preocuparme una
noche que vi pasar una sombra y a los pocos minutos sonó el teléfono. El
sistema de seguridad avisaba que se había disparado un sensor. Excusé la falsa
alarma mencionando el viento en la puerta de calle. Me dijeron que no era ese sensor, sino el de una ventana, ahí
donde había visto la manifestación. Asustado y todo, me obligué a negarlo. Lo
mismo cuando vino la señora que ayuda en la limpieza, blanca, descompuesta, la mandíbula
traqueteando palabras inconexas: “Vi al señor, lo vi”. Soy un intelectual, sólo
creo en la ciencia y sus explicaciones pero llamé a un cura. Lo admito, una concesión
a Hollywood. Sin embargo, parece que el agua bendita lo embraveció porque ahora
todos lo vemos. Contraté a una vidente, otra claudicación. Tampoco resultó. Una
embaucadora fingiendo enfrentar una fuerza que la expulsó de la casa. Ni quiso cobrarme.
Al huir musitó despavorida: “está furioso con ustedes dos”. Si no le hicimos
nada. Nada. Él se lo buscó. Cerdo lujurioso que no fue capaz de respetar el
duelo familiar. En pocas semanas presentó una “madrastra” aún más joven que yo.
Una modelo con cuerpo de diosa y mente de ajedrecista. Fue imposible no
enamorarme. Si siempre odié la sórdida vida de mi padre, su existencia se había
convertido en un obstáculo. Encontramos un atajo. La condición cardíaca, el
alcohol, el fármaco para la disfunción eréctil y una noche de sexo salvaje
fueron suficientes. Me dio asco imaginar su respiración entrecortada, sus
carnes fofas, su avidez cebándose en el cuerpo de mi amada. Ya lo matamos una
vez en el lecho de mi madre. Habrá que empezar de nuevo.
© Pablo Martínez Burkett, 2014
(*) El presente texto fue publicado en el #137 de la Revista Digital miNatura dedicado a los fenómenos paranormales.
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