SET
THE CONTROL FOR THE HEART OF THE SUN
Over the mountain
watching the watcher.
Breaking the
darkness, waking the grapevine
One inch of love is
one inch of shadow
Love is the shadow
that ripens the wine.
Set the controls
for the heart of the sun
The heart of the
sun, the heart of the sun.
Pink Floyd - Set
the control for de heart of the sun
El reloj de cuco marcó las diez, quizá ese hecho no
significara nada para él, un inútil conteo sonoro comparado con la marcación
natural del universo, pero antaño sugirió toda suerte de sucesos, pautó ritmos
y costumbres, hoy, olvidados.
Los frágiles tallos, que apuntan hacia el singular cielo, se
yerguen buscando en el espacio suspendido la luz y el calor −ahora inducido−
del corazón del sol. Los sarmientos se enredan en las formas metalizadas de una
nave, que gira al ritmo olvidado del planeta madre, para proporcionar la falsa
sensación de normalidad, aquella que
reproduce las condiciones de Vignoble de
Bourgognecon necesaria para conseguir el caldo dulce y oloroso del mejor
vino de Francia y que descansará, hasta su consumo, en las bodegas de la I.N.W
(Internacional NUMBER-WINE).
Se acerca la vendimia, en sus manos recae la única cosecha
con la que satisfacer a los paladares más exigentes; mientras, sin reprochar el
destino, su vida pende de los designios de una estrella que, día a día, inunda
de radiación su cuerpo y que acabará por
matarle.
Se cierran las puertas, la forma de loto impide que la luz
traspase. Por doce horas, la oscuridad que abriga los racimos, enmudece el
entorno.
Lejos queda el mundo básico y decadente que a punto estuvo
de perder su legado: la cultura vinícola. Todos los países lanzaron naves, ante
la destrucción de sus cosechas. Sólo unas pocas consiguieron ser rescatadas,
pero a un alto precio. Las máquinas
harían el trabajo. A las cepas, modificadas genéticamente para resistir la
radiación directa del sol, se les proporcionarían las mismas condiciones climáticas,
ahora extintas en la Tierra, pero nadie pensó en los hombres que las
acompañaban. No se consideró la necesidad de que fueran sustituidos, ni rescatados,
simplemente, no estaba previsto y, después, cuando comenzaron a fallecer fruto de las
enfermedades generadas por la exposición a la estrella, ya era tarde.
Ahora, él brinda con su copa alzada hacia la abertura que le
muestra el astro que se aproxima.
Por once veces, el reloj deja escapar su pájaro delator del
tiempo, mientras, la luz furtiva del
sol, colada desde la rendija, proyecta la sombra del perfil de su rostro, sobre el rojo granate esmerilado en destellos que
surge desde el vino que degusta, resultado de la crianza en las barricas
centenarias. Siempre se preguntó cómo lograron subir a la nave, sin alterar sus
propiedades, aquellas piezas de artesanía, fabricadas con las más nobles y perfectas piezas de
roble americano y cómo consiguieron que, en su interior, el buen borgoña
envejeciera manteniendo las excelencias y características del trabajo bien
hecho. La garganta le arde, el vino envejecido anima su alma, hace que su pecho
se infle con los efluvios de su espíritu y el aire viciado de la fermentación,
latente en las bodegas, le embriaga. Su pulso se acelera.
El latido del sol libera las corrientes magnéticas que, en
ocasiones, zarandean la nave desplazándola de su rumbo pero que, prontamente,
es corregido evitando el desastre.
Él no podrá contemplar los tiempos infinitos que marca el
astro viviente, está desahuciado. De nuevo, y por doce veces, escucha el
rítmico cuco, pero, esta vez, se le aventura eterno, parece no acabar nunca. Ha
llegado la hora, debe recostarse y descansar.
“El amor es la sombra que madura el vino”, le recuerda,
antes de retirarse, a la sombra en la
pared que él mismo proyecta y que parece contemplarle a su vez. Luego de
invitarle a otra copa, insiste: “El amor es la sombra que
madura… sin amor, sin mi amor no hay vino”. La locura del tiempo encontrado.
“¿Por qué no?”, se pregunta a sí mismo. Cuando accedió a partir sabía de los
conflictos que la soledad implica, del final irremediable de su vida, menos
longevo que la del caldo que, ahora, paladea.
Su amigo desaparece, el control automático es el culpable, a
las doce la luz es totalmente aniquilada. Con la oscuridad inundándolo todo, decide seguir adelante.
Mirando nuevamente a la estrella que tiene enfrente, se
lanza en su búsqueda, desvía la trayectoria, toma los controles y parte
directamente hacia el corazón del sol.
© Carmen Rosa Signes
Carmen Rosa Signes U. (Castellón-España, 1963),
ceramista, fotógrafa e ilustradora. Lleva escribiendo desde niña, tiene
publicadas obras en páginas web, revistas digitales y blogs (Revista Red
Ciencia Ficción, Axxón, NGC3660, Portal Cifi, Revista Digital miNatura, Revista
Planetas Prohibidos, Albim Off, Breves no tan breves, Químicamente impuro,
Ráfagas parpadeos, Letras para soñar, Predicado.com, La Gran Calabaza ,
Cuentanet, Blog Contemos cuentos, El libro de Monelle, 365 contes, etc.). Ha escrito bajo el seudónimo de Monelle. Actualmente
gestiona varios blogs, dos de ellos relacionados con la Revista Digital
miNatura que co-dirige con su esposo Ricardo Acevedo, publicación
especializada en microcuento y cuento breve del género fantástico. Ha sido
finalista de algunos certámenes de relato breve y microcuento: las dos primeras
ediciones del concurso anual Grupo Búho; en ambas ediciones del certamen de
cuento fantástico Letras para soñar; I Certamen de relato corto de
terror el niño cuadrado; Certamen Literatura móvil 2010, Revista Eñe, El
Dinosaurio 2008 (Cuba). Ha ejercido de jurado en concursos tanto literarios
como de cerámica, e impartiendo talleres de fotografía, cerámica y literarios.
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