lunes, 17 de noviembre de 2014

EL AUTOR INVITADO: CARMEN ROSA SIGNES



SET THE CONTROL FOR THE HEART OF THE SUN

Over the mountain watching the watcher.
Breaking the darkness, waking the grapevine
One inch of love is one inch of shadow
Love is the shadow that ripens the wine. 
Set the controls for the heart of the sun
The heart of the sun, the heart of the sun.

Pink Floyd - Set the control for de heart of the sun
El reloj de cuco marcó las diez, quizá ese hecho no significara nada para él, un inútil conteo sonoro comparado con la marcación natural del universo, pero antaño sugirió toda suerte de sucesos, pautó ritmos y costumbres, hoy, olvidados.
Los frágiles tallos, que apuntan hacia el singular cielo, se yerguen buscando en el espacio suspendido la luz y el calor −ahora inducido− del corazón del sol. Los sarmientos se enredan en las formas metalizadas de una nave, que gira al ritmo olvidado del planeta madre, para proporcionar la falsa sensación de normalidad,  aquella que reproduce las condiciones de Vignoble de Bourgognecon necesaria para conseguir el caldo dulce y oloroso del mejor vino de Francia y que descansará, hasta su consumo, en las bodegas de la I.N.W (Internacional NUMBER-WINE).
Se acerca la vendimia, en sus manos recae la única cosecha con la que satisfacer a los paladares más exigentes; mientras, sin reprochar el destino, su vida pende de los designios de una estrella que, día a día, inunda de radiación su cuerpo  y que acabará por matarle.
Se cierran las puertas, la forma de loto impide que la luz traspase. Por doce horas, la oscuridad que abriga los racimos, enmudece el entorno.
Lejos queda el mundo básico y decadente que a punto estuvo de perder su legado: la cultura vinícola. Todos los países lanzaron naves, ante la destrucción de sus cosechas. Sólo unas pocas consiguieron ser rescatadas, pero a un alto precio.  Las máquinas harían el trabajo. A las cepas, modificadas genéticamente para resistir la radiación directa del sol, se les proporcionarían las mismas condiciones climáticas, ahora extintas en la Tierra, pero nadie pensó en los hombres que las acompañaban. No se consideró la necesidad de que fueran sustituidos, ni rescatados, simplemente, no estaba previsto y, después,  cuando comenzaron a fallecer fruto de las enfermedades generadas por la exposición a la estrella, ya era tarde.
Ahora, él brinda con su copa alzada hacia la abertura que le muestra el astro que se aproxima.
Por once veces, el reloj deja escapar su pájaro delator del tiempo, mientras,  la luz furtiva del sol, colada desde la rendija, proyecta la sombra del perfil de su rostro,  sobre el rojo granate esmerilado en destellos que surge desde el vino que degusta, resultado de la crianza en las barricas centenarias. Siempre se preguntó cómo lograron subir a la nave, sin alterar sus propiedades, aquellas piezas de artesanía, fabricadas  con las más nobles y perfectas piezas de roble americano y cómo consiguieron que, en su interior, el buen borgoña envejeciera manteniendo las excelencias y características del trabajo bien hecho. La garganta le arde, el vino envejecido anima su alma, hace que su pecho se infle con los efluvios de su espíritu y el aire viciado de la fermentación, latente en las bodegas, le embriaga. Su pulso se acelera.
El latido del sol libera las corrientes magnéticas que, en ocasiones, zarandean la nave desplazándola de su rumbo pero que, prontamente, es corregido evitando el desastre.
Él no podrá contemplar los tiempos infinitos que marca el astro viviente, está desahuciado. De nuevo, y por doce veces, escucha el rítmico cuco, pero, esta vez, se le aventura eterno, parece no acabar nunca. Ha llegado la hora, debe recostarse y descansar.
“El amor es la sombra que madura el vino”, le recuerda, antes de retirarse,  a la sombra en la pared que él mismo proyecta y que parece contemplarle a su vez. Luego de invitarle a otra copa, insiste: “El amor es la sombra que madura… sin amor, sin mi amor no hay vino”. La locura del tiempo encontrado. “¿Por qué no?”, se pregunta a sí mismo. Cuando accedió a partir sabía de los conflictos que la soledad implica, del final irremediable de su vida, menos longevo que la del caldo que, ahora,  paladea.
Su amigo desaparece, el control automático es el culpable, a las doce la luz es totalmente aniquilada. Con la oscuridad inundándolo todo,  decide seguir adelante.
Mirando nuevamente a la estrella que tiene enfrente, se lanza en su búsqueda, desvía la trayectoria, toma los controles y parte directamente hacia el corazón del sol.

© Carmen Rosa Signes




Carmen Rosa Signes U. (Castellón-España, 1963), ceramista, fotógrafa e ilustradora. Lleva escribiendo desde niña, tiene publicadas obras en páginas web, revistas digitales y blogs (Revista Red Ciencia Ficción, Axxón, NGC3660, Portal Cifi, Revista Digital miNatura, Revista Planetas Prohibidos, Albim Off, Breves no tan breves, Químicamente impuro, Ráfagas parpadeos, Letras para soñar, Predicado.com, La Gran Calabaza, Cuentanet, Blog Contemos cuentos, El libro de Monelle, 365 contes, etc.). Ha escrito bajo el seudónimo de Monelle. Actualmente gestiona varios blogs, dos de ellos relacionados con la Revista Digital miNatura que co-dirige con su esposo Ricardo Acevedo, publicación especializada en microcuento y cuento breve del género fantástico. Ha sido finalista de algunos certámenes de relato breve y microcuento: las dos primeras ediciones del concurso anual Grupo Búho; en ambas ediciones del certamen de cuento fantástico Letras para soñar; I Certamen de relato corto de terror el niño cuadrado; Certamen Literatura móvil 2010, Revista Eñe, El Dinosaurio 2008 (Cuba). Ha ejercido de jurado en concursos tanto literarios como de cerámica, e impartiendo talleres de fotografía, cerámica y literarios. 

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