LAS MANCHAS DE RORSCHACH
El profesor Sigmund me mandó a llamar a su despacho. El enfermero empuja
mi silla de ruedas a paso excesivamente lento, tanto así que podría haber visto
las hojas caer si hubiera tenido conexión al mundo exterior, en aquel pasillo. Abrió
la puerta con la frialdad característica de las personas que detestan su trabajo,
detestan el trato considerado entre personas y detestan su estilo de vida porque
no completan sus frustrados sueños de la infancia. La luz del día me encegueció
por un momento, mientras el orangután-enfermero me dio el impulso necesario para
detenerme antes de estrellarme en el escritorio y antes de golpear, mis rodillas
viejas y cansadas… y vaya a saber qué otra cosa más.
–Buen día Steve, hoy vamos a probar un método, que se inventó hace casi un
siglo, denominado las manchas de rorschach. Consiste básicamente en que me digas
la primera palabra que se te cruce por la mente al ver la tarjeta. ¿De acuerdo?
Veamos… Empecemos por esta…
Me mostró la primera. Parecía una mariposa pero mis labios pronunciaron realidad,
lo que provocó la inevitable pregunta: ¿Por qué realidad? Porque allí no hay nada
concreto. Noto leves líneas, que interpreto como sendas que llevan a la nada; poseen
un centro oscuro como los tiempos en que estamos inmersos, por ende, allí veo realidad.
El profesor con sus numerosos años de tratar a distintos pacientes, tomó
nota de todo lo balbuceado por mí áspera –y por momentos afónica voz– y luego sacó
la siguiente imagen.
Parecía un perro; un perro callejero; calle-padre; el libre albedrio me llevo
a pronunciar padre. Rememoré como escape de él y mi vida en la intemperie junto
con los perros –infaltables compañeros de experiencias–. Entre las muchas cosas
que recordé, su rostro no era una de ellas; la cara de mi antepasado se encuentra
amontonada en la pila del olvido, lleno de polvo. Simplemente se esfumó, pero siguen
presentes su voz profunda y demoledora, agobiándome con sus gritos y con la ambición
de que fuera copia fidedigna de él mismo. Su machismo, su política, su decadencia
alcohólica, quiso formar en mí, su descendencia bastarda.
Afortunadamente me detuvo Sigmund antes de explotar y cambio de tarjeta.
La imagen ya no era del bicolor blanco y negro, sino que se agregaban el celeste
y el rosa. Me inspiraba un roble, un ave y la torre de ajedrez (uno de mis juegos
favoritos); cuando el rey de los descalzos, perdió horas enseñándomelo, quedé profundamente
perplejo y atónito por la torre, las direcciones de movimiento, su marchar elegante
y fuerte y la trampa que logré tenderle. La torre fue la que me condujo por el brillante
camino de la lucidez mental, con el cual derrote al rey cuando menos lo esperaba…
–¡Suficiente! –Increpó, acto seguido levantó el tubo del teléfono y llamó
al enfermero– ¡Lleva al paciente a su cuarto!
El orangután-enfermero me llevó de nuevo a la cárcel sin vida blanca, abandonándome
delante de los ventanales de mi cuarto. Comencé a observar el exterior y pensé en
las películas que le comenté al profesor… pero lo que más ocupó mis pensamientos,
fue tratar de saber porque asistí a mi propio funeral.
© Gerhardo van Junker
Gerhardo van Junker es el pseudónimo de Gerardo Hidalgo, escritor nacido en Villa Mercedes (San Luis). Microficcionista, cuentista, a veces poeta e incursionando en la Novela, ha publicado los libros Feria de Sensaciones (23 Microrrelatos) y el microlibro Sobre el croto y el campana, ambos editados por la Editorial Rorschach (fundada por el mismo autor en 2013).
En la Segunda Feria del Libro Villa Mercedes 2014, presentó su nuevo libro de microficciones Entre el manicomio y el cementerio. El cuento Las manchas de Rorschach que aquí presentamos fue Finalista Concurso Nacional e Internacional Palabras sin fronteras y publicado en la antología Fisura de lo real (Cuentos; Mendoza, Bruma Ediciones, 2014).
Contacto:
Facebook: Gerhardo van Junker
Twitter: Theprofessor_g
Correo: gerardo_avj@hotmail.com
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