LA BABOSA HUMANA
Baboso, me dijiste. Que era un baboso.
Y ahora mirá si podés decir algo. No
podés hablar, y es mejor así. Escuchame. Vos, ahora, escuchá.
Estuve pensando un montón acerca de
cómo hablarte. De qué manera decirte lo que pienso. Lo que siento. Porque antes
a vos te importaba lo que sentía yo, ¿no? No me ignorabas. Antes de que te
piraras y me dijeras que te ibas, antes de dejarme solo, antes de irte, de
abandonarme, me dijiste que me amabas. Me amabas. ¿Entendés? No es joda. No
pudiste decir eso así nomás. No debiste decirlo. Con las palabras no se jode.
No podés traicionarlas. Porque me sentí traicionado. Me decías que íbamos a
estar juntos para siempre. Incluso eso tallaste con una lima de metal en un
banco de la plaza: ADMV. JPS. Amor De Mi Vida. Juntos Para Siempre. Y yo te
creí, como un boludo. Y me engañaste. Pero ya no me vas a engañar más.
Cuando te fuiste pensé que me habías
metido los cuernos. Quise encontrarte, verte con otro y arreglar las cuentas.
Incluso deseaba verte besando a otro, o manoseándose, veía imágenes en donde
estabas con otro. Llegué a ver esas imágenes todo el tiempo. Cada vez que salía
de casa te veía por todos lados. Se me hizo más difícil salir. Al principio
tenía terror de encontrarte, pero después algo en mí cambió. Quería verte.
Quería cruzarte con alguien. Calculo que si te hubiera visto nada más que
charlando con un muchacho me habría abalanzado sobre ambos. Pero no te vi más.
Te extrañé, Pilmayquén. Qué lindo
nombre. Bien de putita. Yo no quería que las cosas terminaran así.
Estuve muy deprimido. No es joda.
Pensaba en vos. Todo el tiempo. Me despertaba y te veía, me mordía los labios y
lloraba a mares, apretaba las sábanas y las retorcía con furia en la oscuridad
de mi habitación y veía tu cara, tu cara sonriente, y me daba bronca que
sonrieras sin mí. ¿Qué derecho tenías de sonreír, de ser feliz sin mí? Eso me
ofendía. Apretaba los puños hasta que me dolían. Viví en una época oscura.
Cuatro años, Queni. ¿Te acordás? Te gustaba que te dijera así. Vos nunca me diste
un apodo. Es que sospecho que yo te quería más de lo que vos me querías. En las
relaciones siempre hay uno que ama más que el otro.
Como te decía, cuatro años es bastante
tiempo, eh. Veo que se te pasa el efecto. Parpadeás. Mejor así. No tenemos
mucho tiempo. Oigo que se acercan.
Desde siempre trabajé acá. Cuando
empezamos a salir ya era peón en la empresa. Estamos en el patio. La Cruz, SRL.
Somos la puntualidad, es el slogan. Una
vez me viniste a buscar al laburo, ¿no? En un rato empiezan los primeros viajes
del día.
Si te fijás bien estoy en el medio de
un círculo pintado de blanco con una cruz en el centro. El logo de la empresa.
Yo pensaba todo el tiempo en vos y
quería que pagaras. Tenías que sufrir por haberme dejado. Quería hacerte daño.
Pero no podía hacerte mal. Yo te amaba. Perdón: yo te amo. No dejé de hacerlo
nunca. Y nunca voy a dejar de hacerlo.
Viví en esa nube densa que me oprimía la
cabeza y no me dejaba ver, ni oír, ni percibir nada.
¿Por qué me dejaste? ¿Porque me habías
sorprendido viendo porno? No, eso no lo creo. Si vos te copaste algunas veces.
Seguro que alguna de esas taraditas de tus amigas te hicieron la cabeza. Te
hicieron desconfiar. A veces me pegaste cuando me sorprendías mirando a una
chica que pasaba por la vereda cerca nuestro. Yo te decía que no fueras tan
celosa. Según vos no terminamos por eso, que sé yo. Nunca entendí tus excusas.
Como te estaba diciendo: vivía en una
nube que me oprimía el cuerpo, el pecho me dolía, inmerso en una nube negra
apenas respiraba. No tengo ningún recuerdo de los últimos años. Solo tu cara.
Siempre la veía. Todo el tiempo pensaba en vos.
Hasta que me di cuenta de lo que quería
hacer. La mente se me aclaró cuando concebí el plan.
Fue de casualidad. Iba una mañana
saliendo de mi habitación, cuando cruzo el patio de casa y veo la caca que
había hecho la perra. Sobre el patio de cemento brillaba. Pero algo rebullía
sobre la mierda. Me acerco y veo decenas de babosas que se retorcían, que
escalaban las deyecciones, mientras otras se acercaban desde alguna parte. La
imagen me dio mucho asco. Pero entonces entendí.
Tenía que hacer que no me olvidaras. Y
lo iba a hacer con lo que vos me habías lastimado. ¿Me trataste de baboso?
Entonces decidí que esa imagen te persiguiera. Que te arrepintieras de tus
palabras. Porque a las palabras no se las traiciona, Pilmayquén, Queni querida.
No vomité esa vez, y no sé si vos lo
harás.
Ya estás más despierta. No podés hablar
por la mordaza, ¿no? De todos modos no hay nada que quiera oírte decir. Por
suerte no habías cambiado tu número de teléfono. Y qué bueno que hayas aceptado
este pedido mío de vernos una vez más. Perdón por sedarte. Es que era parte del
plan.
Si yo no podía dejar de pensar en vos,
me dije, que vos no puedas dejar de pensar en mí. Y se me ocurrió esto. Quiero
dejarte una última imagen mía.
Ya casi arranca la jornada laboral.
¿Oís? Los choferes ya vienen. Los cuatro camiones de culata salen de reparto
desde el logo del patio. Y estas cadenas que atan mis muñecas y mis piernas,
¿ves? Una va a cada paragolpe. En un
minutito arrancan y me destrozarán. En apenas unos segundos vas a ver
confirmadas tus palabras. Espero que me queden fuerzas, destrozado, sin piernas
y sin brazos, como para arrastrarme una sola vez hacia vos. Supongo que del
tirón me voy a morder la lengua y un chorro de sangre oscura va a salir de mi boca.
Ahora que se te pasa la modorra, escuchá: ya cerraron las puertas de los
camiones. Todos al mismo tiempo. Como siempre hacen en la empresa. Somos la puntualidad, ¿eh? Qué sincronización,
che. Ahora no cierres los ojos. No parpadees. Prestá atención.
© Patricio Chaija
PATRICIO CHAIJA
Patricio Chaija nació en 1982. Profesor en Letras, publicó los libros de narrativa: "El cazador de mariposas", "El libro de Fede", "Pili", "Nuestra Señora de Hiroshima". También compiló "Osario comun. Summa de fantasía y horror".
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