ANDROIDE
—Andrew
—ella paladeó el sonido en su boca—. ¡Muy conveniente para un androide!
Los ojos absolutamente azules y sin
vida de él, la miraron un instante; luego argumentó, mientras se tendía delicadamente
en la cama:
—“Androide”. “Andros”. En griego significa “varón” —la voz no era en absoluto lo
que ella se había imaginado al enterarse de que se trataba de un modelo tan
anticuado. No tenía el típico sonido metálico de los androides de servicio; al
contrario, poseía una cualidad aterciopelada—. Pero puedo adoptar la apariencia
que sea necesaria, tanto fisonómica como genital.
Ella negó enfáticamente con la
cabeza, mientras replicaba:
—¡No, no, por mí así está perfecto!
El cuerpo de Andrew, que resemblaba vagamente
a un humano XY, no tenía ningún tipo de ropas ni las necesitaba. Su modelo era
tan vetusto que no había posibilidad de confundirlo con un humano verdadero o
con uno de esos gendroides de carne y hueso que llevaban tatuados visiblemente
su condición de producto manufacturado.
La tosca estructura de Andrew estaba
conformada por un modelo a todas vistas mecánico, con un rostro tan ambiguamente
varonil como el de un maniquí: brazos y piernas azul cobalto, juntas blancas,
el pecho y los costados de cristal brillando con una luminosidad sutil y
ambarina.
Terminó de tenderse en el camastro
viejo y desvencijado que crujió bajo su peso, y apoyó su espalda sobre el
estómago de la joven mujer, quien se hallaba recostada contra la pared. Luego colocó
melosa y expertamente su nuca sobre uno de los cálidos pechos de ella.
—¿Y cómo debo llamarte? —preguntó con
dulzura su voz de barítono.
Ella puso una mano sobre el hombro
de él y la otra encima del cristal de su brillante pecho. Al instante, el
androide tomó esa mano en la suya y comenzó a acariciarle los dedos.
—Linda —susurró la muchacha mientras
dejaba descansar su mentón sobre la crisma metálica del androide—, puedes
llamarme Linda.
Andrew alzó la cabeza y sus ojos sin
iris ni pupila la miraron desde abajo: los cabellos rubios le caían lacios y
con calculada negligencia sobre los hombros. La boca era frondosa, tal vez un tanto
exagerada por algún retoque quirúrgico, pero innegablemente incitante. Los ojos
grises eran, evidentemente, lentes de contacto (podía ver el color verde que
disimulaban). Él sabía que el gris estaba de moda entre los humanos en esta
temporada. O, tal vez, ella no deseaba ser reconocida por los escáneres de
identidad… Bueno, eso no importaba.
Mientras tanto Linda miró a su
alrededor. La habitación era realmente sórdida. Nada de lo que ella hubiera
deseado jamás. Pero lo importante ahora era otra cosa, ¿no?; desde luego no
aquel desvencijado papel tapiz color bronce, ni el vaso de agua sobre la mesita,
con las flores secas, ni siquiera las ofensivas monedas del último cambio
atrozmente amontonadas a un costado de esa cama que compartirían las próxima
dos horas, y que era más bien un catre.
Por un momento la chica dudó. Y esa
duda se convirtió en una leve vacilación física. Fue un movimiento tan
imperceptible que sólo una máquina lo hubiese notado. Y él lo hizo:
—¡No, espera! Tranquila. ¡Verás que
te gustará! No haremos nada que tú no quieras. Te lo prometo —entonces Andrew
rodó sobre sí mismo y, lentamente, empezó a quitarle la camiseta. Aquellos
pequeños pezones mostraban que algo en él sí estaba despertando su deseo— ¿Entiendes…
linda? —agregó en un tono más bajo. Y
esta vez el nombre era el adjetivo.
Ella sonrió y asintió con fingida
timidez, dejándose abrazar por esos apéndices metálicos color cobalto. Sabía
que a los androides le gustaba esa actitud en ella; que aumentaba la ilusión
que venían a buscar en su cama. La ilusión de ser humanos de verdad y de sentir
realmente algo cuando la contrataban para tener sexo… O, como ellos insistían
en llamarlo: “para hacer el amor”.
©Teresa P. Mira de Echeverría
(Argentina, 1971). Doctora en
Filosofía, trabaja como docente universitaria e investiga acerca de la relación
entre ciencia ficción, filosofía y mitología.
Es una de los fundadores del
taller literario “Los clanes de luna Dickeana”. Sus cuentos han aparecido en
las revistas Próxima, Axxón, NM, Opera galáctica, Valinor,
Ficción Científica y SuperSonic entre otras publicaciones. También
ha publicado artículos y ensayos en diversos medios especializados como Signos
Universitarios, El hilo de Ariadna, NM y Cuasar. Con
"La trama del vacío" (aparecida en las revistas NM y Cuasar)
obtuvo el 2do. accésit en la categoría Ensayo del III Premio Internacional de
las Editoriales Electrónicas. Su cuento “Memoria” (candidato al Premio Ignotus
2013), integra la celebrada antología internacional Terra Nova publicada
en España y Argentina, tanto en la versión castellana, como en la inglesa. El
cuento "Dextrógiro" fue traducido al francés dentro del proyecto que
integran traductores de diversas universidades francesas, encabezados por
profesores de la universidad de Poitiers, Francia; y apareció en la antología: Lectures
d'Argentine —auteurs argentins du XXIe siècle—. Su cuento "La tenue
lluvia sobre los arces", integra la antología erótica de fantasía y
ciencia ficción Psychopomp II: Bunny Love. El cuento "Vidrio
líquido" forma parte de la antología Tiempos Oscuros II —una visión del
fantástico internacional—, dedicada a escritores argentinos. Su cuento
"Purgatorio-42" aparece en la antología Erídano, Suplemento
Número 24 de Alfa Eridani. Además, "N. Bs. As.", escrito en
colaboración con su esposo, el escritor Guillermo Echeverría, forma parte de la
celebrada antología Buenos Aires Próxima. El cuento "La
Terpsícore" resultó ganador de la convocatoria Alucinadas (una
antología de relatos de ciencia ficción en español escritos por mujeres) e
integra dicha obra junto con otras prestigiosas escritoras y editoras. Su
cuento "Máquina de mi alma" integra la Antología Steampunk.
Relatos del retrofuturo, donde participan los escritores del Taller
"Los Clanes de la Luna Dickeana". Su novelette Memory,
traducida por el escritor y traductor Lawrence Schimel, fue publicada en USA,
por la editorial Upper Rubber Boot Books.
Acaba de salir publicada su
primera antología de sus cuentos: Diez variaciones sobre el amor (ed.
Ayarmanot), de temática estrictamente de ciencia ficción, abordando la
perspectiva de las relaciones humanas y algunas visiones queer. Y que tiene el plus de estar ilustrada por los grabados de
una notable artista argentina, Inés Saubidet, y prologada por la escritora y
editora Cristina Jurado. La edición estuvo al cuidado de Laura Ponce.
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