miércoles, 14 de octubre de 2015

EL AUTOR INVITADO: Fernando José Veglia























JOVEN CABALLERO (*)



Bla, ble, bli, blo, blu, ¡Bla! ¡Blablá! Hace mucho, mucho tiempo, conocí una doncella. Desde la almena de la torre en la que estaba prisionera me gritó: “Caballero, los hombres hacen de las palabras que conocen sus inexpugnables castillos”. Sorprendido por aquella declaración, grité: “No se preocupe hermosa doncella, he venido a liberarla”. Desmonté, me quité la pesada armadura y escalé la torre dificultosamente. La doncella no estaba contenta de mi heroica acción, miraba mis ojos con odio de huérfana. Desconcertado pregunté: “¿Qué pasa? En tus ojos sólo veo odio. Arriesgué mi vida escalando esta torre ¿Acaso no deseabas ser rescatada? ¿No eres víctima de un hechizo? ¿Prisionera de un dragón?” Con más odio me miró, dijo enfurecida: “Acaso no has escuchado lo que he dicho. No estoy en esta torre para ser rescatada. La he levantado con mis palabras, desde aquí veo el mundo sin necesidad de viajar en todas direcciones” No respondí; avergonzado, herido en el orgullo, me fui.

Cabalgué largas horas a través de un hermoso valle, los margaritones alegraban mis ojos y el cielo mostraba su mejor rostro. “Buena señal”, me dije. Era un joven caballero, el desaire de una doncella no desanimaría fácilmente mi férrea voluntad. Abandoné el frustrante episodio en el laberinto de la memoria, y juré acudir al primer pedido de socorro sin vacilar.

Un poderoso castillo, clavado en la cima de una colina, invitábame a probar mi valentía. El puente levadizo estaba bajo, las inmensas puertas de madera abiertas de par en par, un enorme foso vacío rodeaba la construcción. Nadie me recibió, ni anunció mi llegada. Deduje que el lugar estaba abandonado a causa de una peste, o de una invasión enemiga.

Desmonté en el patio principal, dispuesto a explorar cada dependencia a pie, pero un grito misterioso me obligó a desenfundar la espada: “¿Quién eres?” “Soy un caballero que ha jurado hacer el bien. ¿Tú quién eres?”, pregunté. Las puertas del establo crujieron al abrirse lentamente. Un hombre, de un metro cincuenta de estatura, pelirrojo, barbudo y vestido con una capa que envolvía todo su cuerpo, me sorprendió, exigiendo: “Inclínate ante el rey de Yolosé”. No cuestioné su pedido, arrodillado ante el pequeño hombre, besé su mano.

―¿Qué ha pasado con tu reino? ― pregunté.

― Este es mi reino ¿No lo ves? Lo he construido con mis propias palabras, desde los cimientos…

― Pero no hay súbditos, juglares, nobles… ¿Y tu reina?

― Mi reina vive en su castillo. No necesito súbditos, nobles, ni juglares. No necesito sus palabras…

― No entiendo ¿Qué valor puede tener tu palabra si no la compartes con nadie? Eres el rey de un reino muerto…

― Joven caballero… mi reina, los nobles, los súbditos y los juglares han construido sus moradas… algunos tienen castillos y otros humildes casas. Todo depende de las palabras ―contestó con impaciencia.

― Comprendo… pero eso no explica la soledad de este reino…

― ¡Tras los muros de nuestras palabras juzgamos el mundo! ―respondió con fastidio y señaló la puerta, invitándome a salir de su castillo.

Me fui sin saludar, pensando en no regresar jamás. Una doncella que no quería ser rescatada, un rey sin reina, ni reino. Era demasiado. Sentencié porfiadamente que el día no culminaría sin que yo, Pedro Della Cabeza, realizara una buena acción.

El camino de la montaña era estrecho y tortuoso, cuando llegué al llano agradecí la fidelidad de mi caballo, ambos necesitábamos descansar. Caminé entre los inmensos robles de un bosque interminable, hasta que vi las chozas de lo que parecía un mísero poblado. Supuse que era acosado por un recaudador de impuestos. Me presenté ante el primer hombre que crucé, le propuse me diera albergue y alimento a cambio de mis servicios. Todos los habitantes del lugar me rodearon; el jefe, un hombre robusto, de rulos negros como el carbón y mirada bondadosa, me dijo:

― No te necesitamos, caballero.

― ¿Por qué? Están vestidos con harapos, sus chozas son de paja. Este pueblo parece una aldea bárbara…

― Lo que ves es lo que hemos podido construir, el recaudador de impuestos nos quita demasiado oro por pocas…

― Pídeme que haga justicia y le cortaré la cabeza, con el oro que ahorrarán levantarán una ciudad…

― No, joven caballero. Eso sería una locura, el recaudador a cambio del oro nos da las palabras, con las cuales construimos nuestros hogares. Somos ignorantes, si lo matas ¿Quién nos dará palabras? ¿Tú? Otro recaudador vendrá…

― Pídeme que lo castigue para que el pago sea justo…

― Entonces, cuando te vayas, nos dará palabras vulgares, condenándonos a la ignorancia. Vete, caballero; no hay lugar para ti…

Al borde de la ira, caminé hasta un claro del bosque y encendí una fogata. Enterré la pesada armadura al pie de un roble. Quité todas las ataduras a mi fiel caballo y lo liberé dándole un chirlo en las ancas. En el centro del claro, señalé el cielo con la espada y la clavé en el suelo, gritando: “Me has engañado, ¿de qué sirve ser un caballero errante, que por obra debe hacer el bien, si no hay doncellas que rescatar, reinos que salvar o campesinos que ayudar?”. Lloré abrazado a mi espada y una lágrima corrió por su afilada hoja hasta sumergirse en la tierra herida.

De la herida nació una dama blanca como la nieve, de rostro calmo y mirada celeste, desenterró la espada y dijo: “Joven caballero, nadie te ha engañado, toma esta flauta, ve de reino en reino, recitando los versos que tu corazón manda y verás cómo, en poco tiempo, logras hacer el bien sin tu espada”.

Así fue: rescaté bellas doncellas de sus palabras, regalé cuanta palabra pude a los campesinos de todos los feudos, las distancias de un reino a otro se acortaron con mis versos y hasta los prejuicios huyeron.


© Fernando José Veglia

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(*) Relato incluido en el libro Líneas (Ed. de los Cuatro Vientos, 2005)



FERNANDO JOSÉ VEGLIA






Nací el 01 de Marzo de 1979 en la Ciudad de Bs. As., vivo en Isidro Casanova, partido de La Matanza, Bs.As. Mi relación con las letras comenzó en la escuela secundaria; obtuve la 3era mención de las Novenas Olimpiadas Federales “Vivencias Estudiantiles ´96”. A pesar de las advertencias, me decidí a editar mi primer libro en el año 2005: “Líneas” Ed. de los Cuatro Vientos. Tiempo después me arrepentí y continué corrigiendo los textos. Creo que corregiré todo lo que escriba hasta que muera. Participé, en el stand “Escritores Matanceros”, de la feria municipal del libro del año 2008 al 2010. Resulté finalista del concurso nacional de cuentos cortos de la editorial “Autores de Argentina” (2013) y ganador del concurso de relatos policiacos de la Semana Negra de Gijón (2015) con el relato “Culatero”. Fui parte de las siguientes antologías de editorial Dunken: “Manos que cuentan” 2008, “Habitar en secretos” 2009, “Mundos desnudos” 2010, "Selección de las provincias" 2012, "Magia registrada" 2013, "...El diálogo nos amontona" 2014, de la antología del “III Concurso de Relatos Cortos de Viaje 2008”, organizado por Vagamundos, en colaboración con la editorial “Ediciones del Viento”(España) y de la antología del relato negro V: “Matar a quienes manejan la economía”, Ediciones Irreverentes 2015 (España). He tenido el honor de elogiar "Del glamour a la ciénaga" de Marita Rodríguez-Cazaux (Editorial Dunken 2013), halagar “Rumbo a Zoar y otros relatos” de Violeta Balián (eriginal Books 2014) y prologar “Tengo un amante. 15 relatos devoradores” de Estefanía Farias Martínez (MRV Editor independiente 2015). He colaborado con Periódico Irreverentes (www.periodicoirreverentes.org) desde 2012 y tengo la fortuna, gracias al escritor Santiago García Tirado, de editarlo desde Junio del 2013.



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