ABDUCIDO
Román estaba
confundido. No sabía lo que sucedía, lo que venía sucediendo desde hacía un
tiempo atrás. Era una luz brillante, como uno de esos spots que se usan para
iluminar a los artistas sobre un escenario. Tras esa luz, se encontraba en un
ambiente de estética futurista, rodeado por una aparatología intimidante, y
observado por un grupo de humanoides grises, cual enanos macro-encefálicos con
ojos de mosquitos hiper-desarrollados.
Ellos lo cortaban a su
gusto y placer, parecían poseer un dejo de sadismo. Él podía sentir el dolor,
asistía inmóvil a su propia ablación sujeto a la camilla quirúrgica en la que
se hallaba. Lo investigaban como si se tratara de una rata de laboratorio.
Discutían entre ellos sobre su funcionamiento orgánico y sus reacciones
espasmódicas que, en forma de actos reflejos, se manifestaban ante cada acción
exploratoria. Quería escapar, ¡claro que quería! Con todas sus fuerzas
intentaba levantarse de esa cama de tortura. Pero no podía, ninguna de sus extremidades
respondía a su voluntad.
Oía el zumbido del
torno y se recordaba a sí mismo cuando niño en las sesiones odontológicas, por
alguna caries que lo tuviera a mal traer; obvio que para que la comparación
fuese más cabal debía agregar una sierra eléctrica, instrumental para cirugía
torácica y multiplicar el dolor por diez. Después, volvía a ver la luz. Aunque
exhausto, la contemplaba con alivio; ya que había aprendido, luego de varias
abducciones, que ese fenómeno lumínico anunciaba el final; que tras esa luz
despertaba en su cama, bañado en sudor, tembloroso y dolorido, pero sin
cicatrices. Entonces venía lo más difícil: dilucidar si el incidente había sido
real, si era uno de esos humanos que podían narrar en primera persona un
encuentro cercano con criaturas del espacio, o sólo un hombre perturbado con
pesadillas escalofriantes; dado que la inmovilidad de los miembros, además de
ser denunciada por las supuestas víctimas de abducciones, es también una de las
características de la etapa más profunda de los sueños.
Por lo general, las
mañanas posteriores a sus abducciones solía faltar al trabajo. Luego se veía
obligado a inventar alguna excusa para justificar su ausencia. Pero eso era
necesario, no podía ser de otra manera, debido a que si bien sus secuestros
estelares duraban apenas unos pocos minutos en la Tierra , el tiempo
transcurrido en el espacio exterior era mayor, como para medirlo en horas. De allí
que quedara agotado, y sin ánimo de emprender una jornada laboral. Por otra
parte, su natural estado de paranoia crecía considerablemente, y no se hallaba
en condiciones de entablar relaciones normales con el resto de la gente.
Estaba seguro de tener
un chip en alguna parte de su cuerpo, conectado a su sistema nervioso central;
una suerte de transmisor que mantenía informado a los humanoides grises de sus
actividades terrestres. Pero en qué se basaban ellos para decidir el momento de
sus raptos era un misterio aún vedado para Román. De saberlo, intentaría
controlar sus propios patrones de conducta para evitar realizar aquellas
acciones que llamaban la atención de los captores, eludiendo de esa manera el
rapto. Aunque también existía la posibilidad de que las abducciones se
decidieran por causas ajenas a él, esto es obedeciendo a las necesidades de
conocimiento de la comunidad científica alienígena; en caso de que el motivo de
los secuestros fuese estudiar el funcionamiento y estado evolutivo del cuerpo
humano, y no iniciar una colonización de nuestro planeta.
Los testimonios sobre
alienígenas infiltrados en los estamentos más influyentes de la humanidad eran
numerosos, aunque todos de dudosa veracidad. La mayoría de esos relatos
hablaban de mestizos, híbridos de humanoides grises y hembras humanas. Al
parecer, algunas de las mujeres abducidas, seleccionadas especialmente entre
las más sanas, eran fecundadas con embriones creados en probeta, de manera que
los bebés conservaran la apariencia humana pero tuvieran la inteligencia
alienígena.
Eso abonaba la teoría
de la colonización. Cuando leía esas historias, Román solía recordar que nunca
había conocido a su verdadero padre.
También existían otros
relatos, que hablaban de una nave comandada por seres de luz que sobrevolaban
la tierra dispuestos a salvar a unos pocos privilegiados durante el
Apocalipsis, el cual se anunciaría con una seguidilla de catástrofes naturales
tales como terremotos, maremotos, actividad volcánica...
Muchas de esas cosas
venían sucediendo con mayor frecuencia últimamente, en el mismo período en que
él había comenzado a ser perseguido por esa luz. ¿Sería señal de que el fin
estaba cerca? Sólo sabía lo que veía a través de la ventana: gente con
barbijos, y esas cenizas volcánicas que ahora empezaban a cubrir toda la
ciudad.
© Luciano Doti
Luciano Doti (Buenos
Aires, 1977). Autor de obras narrativas y poemas. Desde 2003 publica en
antologías colectivas de sellos editores como De los Cuatro Vientos, Dunken,
Ediciones Irreverentes, Desde la Gente, Pasión de Escritores, Latin Heritage
Foundation, Diversidad Literaria, Mis Escritos; y también en revistas y blogs,
entre los que se destacan LiterArte (declarada de interés cultural por la
Secretaría de Cultura de la Nación Argentina), NM, miNatura, Tiempos Oscuros,
Entropía, Gaceta Virtual, Qu, Insomnia, Noticias Día x Día y Heliconia. En 2015
comenzó a seleccionar microficciones que se publican en el Diario NCO, de La
Matanza.
Ha obtenido los premios
Kapasulino a la Inspiración 2009 (otorgado por el taller literario “Los
Kapasulinos”), Sexto Continente de Relato 2011 (por “Sexto Continente”
-audición de Radio Exterior de España-), Microrrelato de Miedo 2013 (por un
grupo de estudiantes de la Universidad de Navarra) y 2° Premio de Microcuento
2014 (por Ed. Mis Escritos). Ha sido finalista en otros y destacado como “Autor
del Mes” por Xinxii – agosto 2012.
Algunos de sus textos
fueron leídos en audiciones, entre ellas “La Vuelta de Zloto” de Radio Del
Plata, y ha participado en presentaciones en la Feria Internacional del Libro
de Buenos Aires, en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, y en los centros
culturales del Teatro General San Martín y de la Cooperación, en la misma
ciudad.
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