CORONA VACANTE
El
hombre que puede, es rey.
Thomas Carlyle
Soy un hombre
de fortuna. En realidad, heredé a una tía. Y desde entonces me he dedicado a la
filantropía. Conmigo mismo. Así que viajo por el mundo. He decidido recibir el
advenimiento del siglo XX donde me pille. Nada de hoteles de lujo, prefiero
mezclarme con los locales. Probar sus comidas, hartarme de sus alcoholes, sus
drogas. Entregarme a la voluptuosidad de sus mujeres. Me tengo por un
humanista. Y así lo conocí. Me lo topé barriendo el patio de un lupanar.
Descalzo, pantalones cortos, la piel requemada. Lo confundí con un nativo y no
le presté mayor atención. Me disponía a atacar a un jugoso bistec de buey cuando
inesperadamente me increpó en nombre de una desconocida prohibición de comer y
beber sangre. Aunque su acento era gutural, y por momentos incomprensible, alguna
vez había sido súbdito del Imperio británico. Para su horror, mastiqué mi carne
con placer. Tenía algo de trastornado y santo a la vez. Por las prerrogativas
de mi abolengo y unas cuantas rupias, conseguí que la madama me lo prestara
para charlar. Le serví una ración doble de licor y le pregunté por tan curioso anatema.
Soltó frases incoherentes sobre el Predicador de la Ley. Pensé en otro desvarío
religioso tan a la moda. Pero me equivoqué. Habló de un naufragio, de una isla,
de un médico que era un místico pero también un depravado, que experimentaba
con animales vivos. Describió una colonia de seres monstruosos que se regían
por la Ley dictada por el doctor ese que, además, se creía un dios. Se río de
forma malsana. «Tanta divinidad no impidió que los felinos mutantes al final se
lo almorzaran», me dijo divertido. Siguió bebiendo y ya borracho, llorisqueó mientras
relataba su rescate por un barco fuera de rumbo y la furia de tener que fingir
para evitar el manicomio. Se durmió, murmurando incoherencias, con la añoranza
del inocente salvajismo. El pobre miserable nunca supo cuánto cambió mi vida. Abandoné
el libertinaje. Me compré un velero y cartas de navegación. Estoy determinado a
encontrar la isla de los hombres-bestia. Quiero ocupar la corona vacante. Voy a
darles una nueva moral, un nuevo orden. Voy a ser su dios.
© Pablo Martínez
Burkett, 2015
(*) El presente relato corto fue publicado en el #147 de la Revista Digital miNatura Dossier H. G. Wells
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