EL RELOJ
El
viejo relojero permaneció atónito ante el mecanismo que descubrió bajo la tapa
de aquel reloj pulsera, e instintivamente se quitó el monóculo ampliador como
si este hubiera sido el causante diabólico de haberle hecho ver algo increíble
y engañoso, y volviéndose dirigió la vista hacia la mujer que se lo había
entregado para que lo reparara.
Estaba
ahí, en la tienda, observando distraídamente una vitrina lateral en la que se
exponían relojes que no parecían nuevos sino los componentes de una colección
iniciada hacía mucho. Era evidente que sólo se entretenía mientras esperaba,
sin mayor interés ni curiosidad por ellos. Del mismo modo, era comprensible que
nunca se le hubiese ocurrido saber la maravilla que había llevado en la muñeca
desde hacía veinte años, como le había comentado al entregárselo mientras él,
en ese momento, lo recibía con aburrimiento. Le había dicho: “Llevaba
funcionando desde que lo tengo, hace unos cuantos años...”. Pero, ahora, tenía
una curiosidad enorme por saber cómo había ido a parar a su muñeca y por qué.
“Seguramente una herencia que se debe venir sucediendo desde vaya a saber
cuánto tiempo... y cuya historia desconoce... Una historia que tal vez
conociera el muerto del que lo recibió, y que no debió poder alcanzarle a contar.
¡Increíble!, ¡increíble!”, murmuró mientras se volvía a colocar el monóculo de
aumento y volvía a contemplar aquella maravilla que descansaba inocentemente
sobre la mesa, sin palpitar. “Sí, de saber algo no se le habría ocurrido que
pudiera yo ser capaz de reparar esta... –¡ay, le costaba aplicarle un adjetivo,
pero sentía que lo invadía algo más grande que el respeto..., sí, sí, era el
temor!–, esta máquina sobrenatural...”
Lo
que veía era, sí, un mecanismo... diabólico, donde en el espacio de cualquier
otro reloj pulsera había más piezas entrelazadas como jamás había visto en la
vida... Más piezas y más diminutas de lo que nunca habría sido capaz de
imaginar. Eran tantas que parecía superfluas... aunque tan bien engarzadas las
unas con las otras que quizás se tratara de un auténtico enigma, un sofisticado
arcano construido para que no se pudiera descifrar. Y, por supuesto, para que
no se pudiera reparar. Un número de piezas en cualquier caso excesivo. Sí,
posiblemente mal intencionado. Ningún reloj necesitaba tantos elementos para
funcionar, ni ello podía ayudar a que la precisión fuese excelente. Los
engranajes y las ruedecillas se multiplicaban lejos de cualquier sentido,
aunque ayudándose en lugar de perturbarse...
No sabría realmente por dónde empezar... además de que no debían existir
herramientas lo suficientemente finas para poder intervenir... Al menos él no
las tenía. Y no sabía que pudiera tenerlas nadie, o fabricarlas... Salvo quien
hubiese construido aquella maravilla de la miniaturización, la perfección y el
misterio.
Volvió
a poner la tapa y sin pensar en despojarse de la lupa en el ojo abandonó la
trastienda y extendió el reloj hacia la mujer, que se acercó sin demora con una
amplia sonrisa de satisfacción en la cara.
–¿Ya
está...? ¡Qué bien...; cuánto se lo agradezco!
El
relojero se sintió desolado, hundido no tanto a la vista de la esperanza de la
mujer como de su ignorancia.
–Lo...
lo siento..., no he podido hacer nada...
Pero
la mujer ya se lo estaba colocando, malinterpretando las palabras de disculpa
del viejo.
–¡Oh,
no, no sea modesto, le ha insuflado otra vida... Es excelente, excelente...,
mire: ¿no es encantador ver cómo se mueve el segundero, con esos saltitos
trémulos que lo hacen vibrar a cada paso..., ¿la ve, la ve...?, ¡siempre con la
misma insistencia! ¿Y esa forma de flechita llena de arabescos...? ¡Ay, qué
alegría me da poderlo ver andar de nuevo! ¡Y es usted tan simpático...! En fin,
ha conseguido enternecerme de verdad..., hacer que lo sienta mucho, de
verdad...
El
relojero, con una brusquedad en la que no se reconoció, no pudo evitar tomar a
la mujer por la muñeca y acercársela para mirar la esfera. En efecto, la
delicada agujilla se movía... La siguió así, apretando un poco la muñeca de la
mujer, que se lo permitió sin enfadarse por el daño que pudiera estar
haciéndole.
–Lo
siento... –repitió ella–. Pero tenía que mentirle o me hubiese tomado por
loca... En realidad, cada veinte años tengo que acudir a un relojero, y todos
hacen perfectamente su trabajo...
El
viejo aspiró hondo y contuvo la respiración durante el resto del minuto que
corría sin hacerle caso alguno. Dentro, su cuerpo, su cabeza, sus sueños,
registraron con absoluta precisión los segundos que se sucedieron; la sincronía
era total. Y cuando la aguja del minutero pegó el salto hasta la marca
siguiente soltó el aire. ¡El extraño relojito funcionaba después de haberlo
simplemente observado por dentro; pero nunca nadie lo sabría, lo comprendió de
repente, porque ya no podía volver a llenar el vacío que sentía dentro cada vez
más notablemente. Apenas podía seguir sosteniendo la muñeca de la mujer y, con
las fuerzas que le quedaban, alcanzó a volver a la trastienda, sentarse ante la
mesa de trabajo, apoyar la cabeza sobre los brazos cruzados y morir.
–Lo
siento, sí... –repitió ella mientras abandonaba la tienda–. Cada cuarenta años
necesita un relojero que se sacrifique para volver a funcionar.
©
Carlos Suchowolski
Primeros relatos en la prensa de mendoza en 1965. Tercer premio en el
concurso del diario “Mendoza” de 1968 con Marco Denevi de jurado.
Finalista en el concurso internacional de cuentos de 1988, organizado por
Ultramar con el cuento "Comer con el pico y batir las alas hasta que haya
máquinas en el cielo" y publicado en "La fragua y otros
inventos" por la mencionada editorial. Diversos relatos y microrrelatos en
revistas impresas y electrónicas de España, América y Europa, con traduciones
al flamenco, italiano, búlgaro, francés y alemán. Seleccionado en tres
ocasiones por la Sociedad Española de Ciencia Ficción, en 2004 y 2007 para sus
colecciones anuales de “los mejores cuentos” escritos en el año anterior. En
2007, Ed.Mandrágora publicó la novela “Una nueva conciencia”, reeditada en 2013
en Amazon. Finalista en el Concurso Kan de Oro de Sofía 2009, integrando la
antología impresa publicada al año siguiente en búlgaro. Microrrelatos en la
antología argentina “Primeros exiliados”. Traducido por el grupo Tradabordo de
las Universidades de Burdeos y Poitiers en 2013 en “Lectures d’Argentine” y “Le
livre d’or du Monsieur Dinosaure”. Ponente en los Congresos Internacionales de
Narrativa Fantástica de Barcelona en 2012 y 2014. Publicación de "Once
tiempos de futuro", relatos en Amazon, 2014, actualmente en traducción
para su aparición en Alemania en 2016. De ellos, el relato “Si una mala jugada
del tiempo”, aparecerá en Alemania en una antología de escritores españoles e
hispanoamericanos. Segunda novela en fase de corrección final, acabada una
colección de más de ochenta microrrelatos y dos colecciones de relatos, en
proyecto una novela para niños y un ensayo a medias sobre la producción de lo
simbólico.
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