LA DIOSA
Morgo tenía una corazonada de que todo saldría bien. Ese
día, su partida de cazadores del Mercado Negro iba a conseguir la cabeza de la
Diosa del Lago: una mujer de cuerpo brillante que se transformaba en serpiente y
asolaba el río Azona en época de crecidas. Muchos intentaron aniquilarla, pero
según las circunstancias actuales, era obvio que sus huesos reposaban entre
algas. Los pocos sobrevivientes de los ataques hablaban de un zumbido metálico
que rasga el viento, de súbito, y ya sus compañeros estaban muertos. O puede
ser que desmembrados, pero a nadie le apetecía mirar dos veces antes de poner
pies en polvorosa. Otra referencia del poder de la criatura, más fantasiosa, se
sostenía en que algún que otro poblador de las orillas juraba que en sueños,
una mujer de plata yacía con ellos hasta dejarles seca la vaina y, desde ese
entonces, eran libres de pescar en el Azona sin temor alguno. Testimonio dado,
por supuesto, antes de que desapareciesen misteriosamente a los pocos días. Otros
afirmaban la existencia de chamanes de tribus salvajes que la adoraban:
realizaban sacrificios de sangre y criaban a su prole nacida del apareamiento onírico
con gentiums hasta que pudiesen
valerse por sí mismas. Si todo era cierto o no, no importaba, porque los ataques
de la Diosa del Lago continuaban muy frecuentes durante las crecidas:
desaparecían barcazas de pescadores y, en las noches sin luna, una mujer
luminosa danzaba sobre el agua, cerca de los poblados asentados en las orillas
del Azona para después masacrarlos. Si las autoridades de Terra Oeste pagaban muy bien a quien les llevase la cabeza de la
Diosa, el Mercado Negro pagaba el doble. Por eso Morgo prefería asociarse al
último y, si su empresa tenía éxito, significaba buen dinero para vivir sin
necesidades por al menos los próximos cinco años.
El jefe cazador confirmó que tendrían suerte. El cielo se
perfilaba sin tormentas que volviesen el suelo del bosque un enorme lodazal. Aunque
eso nunca era problema para los bestchanĭcus que usaban como monturas. Las
máquinas a vapor con formas animales, eran el transporte ideal en Terra Oeste: construidas con placas de
metal que protegían sus decenas de tuberías flexibles y articulaciones, avanzaban
infatigablemente mientras recirculase agua en sus depósitos. Los
aerodeslizadores quedaban para los Domini, que odiaban ensuciarse siquiera con
el pensamiento y preferían las carreteras pavimentadas a los senderos
intrincados de la selva. Tampoco era que pudiesen servir de mucho en los
bosques, debido a sus grandes proporciones y formas acorazadas.
Ante el
repentino sonido de un galope de precisión militar, Morgo se irguió sobre su bestchanĭcus:
un caballo de bruñido revestimiento negro. Detrás de él se movían dos bestchanĭcus
bueyes con las provisiones y equipamiento. Congregados a su alrededor, iban seis
cazadores sobre máquinas equinas, más uno de repuesto. Formaban un conjunto ruidoso
de entrechoque metálico, siseos de vapor que escapaba de las articulaciones y
rechinar de placas faltas de aceite. Morgo admitía que no era apropiado si
querían pasar desapercibidos, pero no había otra solución: era peligroso
trasladarse a pie en Terra Oeste. Distinguió
a uno de sus cazadores, Palco, quien se acercaba aprisa. Su máquina no tenía la
terminación y gracia del que pertenecía a Morgo. Palco se apresuró en abrir y
cerrar las llaves que regulaban la presión las cuales estaban en la base de la nuca
de la máquina y ésta redujo velocidad hasta caminar a la par de Morgo.
—¿Todo bien
atrá? —le preguntó Morgo. Sin esperar respuesta, continuó—: ya ahoritica
llegamo. La Diosa debe star en el Lago, porque no ha llovío ná en esto día y no
va pa´l río. Vamo a montar campamento a una milla, pá que ella no pueda oírno
llegar. Hay que coger carná pá que venga pá arriba…
—Tenemo
problema —lo cortó Palco. Era un gentium
de piel broncínea con ojos de lobo—. Eso dó pobladore que recogimo, piensan que
somo negociante y creen que lo vamo a llevar al poblao cercano… No podemo
llevarlo, el lago tá mu cerca y nó van a descubrir. Pueden decirle a lo
guardiane que nosotro somo cazadore de Mercado Negro y nó matan a tó. ¿Qué
hacemo? Tú di, que tó el mundo tá preocupao…
Morgo
volvió a alzarse en su montura para mirar al final de la partida. En el
bestchanĭcus de repuesto iban a horcajadas dos pobladores perdidos que les
habían rogado caridad. Él no se pudo negar, porque pretendían ser negociantes
por si se tropezaban con guardianes encubiertos, con una infalible media docena
de refuerzos escondidos entre los árboles. Los rescatados eran un gentium y su hija, atacada por un
tigresombra. Ella era hermosa: de piel muy pálida, cabello negro tinta y figura
agraciada. Bien podría pasar por hija de algún Dominus[1]. Tenía
las manos heridas y el pecho, a juzgar por los retazos de tela que le apretaba
los senos. Llevaba los ojos vendados. Su angustiado padre no parecía perder la
esperanza. Posaba una mano sobre la frente de ella y la recostaba en sí mismo. Le
susurraba palabras tranquilizantes, sin bien la muchacha no emitía sonido. Morgo
admitió que le habían partido el corazón. No era su costumbre negar auxilio a
los desvalidos. Siempre que se tragaran sus disfraces de negociantes, por
supuesto. Pero ahora veía el resultado de su caridad como un problema. Palco llevaba
razón. La prioridad era alcanzar a la Diosa del Lago, no había tiempo de
conducirlos a algún poblado, así que tendrían que irse con ellos al campamento.
Esos gentiums tenían lengua y el
padre todavía conservaba los ojos.
—Bueno… sí,
é malo —admitió Morgo. Se limpió la nariz con el dorso de la mano y esbozó una
sonrisa—. Necesitamo carná, ¿no é así, Palco? Y dicen que a la Diosa del Lago
le gustan los gentiums —el cazador imitó
la sonrisa de su jefe—. Dale, dile a lo otro… yo doy la seña de parar.
Morgo alzó
una mano y los cazadores que custodiaban los bueyes bestchanĭcus se acercaron a
ellos para cerrar las llaves de paso y detenerlos. El mismo Morgo maniobró en
la nuca de su montura con maestría. Los depósitos de agua dejaron de funcionar
y así su bestchanĭcus se detuvo con una serie de silbidos, envuelto en una nube
de vapor. Verificó que tuviese la pistola bajo la camisa de lino y desmontó. Sus
cazadores ya empuñaban distintas armas, desde dagas de doble filo hasta
pistolas eléctricas y de proyectiles.
Palco había
cumplido la tarea de comunicar las órdenes a los suyos y ahora estaba al final
de la partida. Aferró al gentium y a
su hija y los tiró de la montura sin miramientos. Cuando Morgo los alcanzó,
hombre y muchacha estaban arrodillados en el suelo mugroso del bosque, espalda
con espalda. Morgo desenfundó la pistola y miró al gentium a los ojos. Los tenía de un somero verde, con una estrella miel
alrededor de la pupila.
—Dijimo
mal, poblador —dijo Morgo—. Nosotro no somo negociante, somo cazadore de
Mercado Negro… ¡y vaya suerte que tienen! Vamo a cazar a la Diosa del Lago, esa
mujer-serpiente que tiene loco a tó el mundo en el río Azona cuando hay crecida.
Ustede pueden ayudarno. No teníamo carná pá la Diosa… pero creo que ya la
encontramo…
Apuntó a la
frente del gentium arrodillado. Para
su desconcierto, se mantuvo tranquilo.
—¿Buscan a la
Diosa para decapitarla y venderla en el Mercado Negro? —preguntó en voz baja,
con acento distinto y lenguaje de Dominus. Eso lo puso nervioso—. Sí, es curioso.
Muy curioso.
—¿Qué, gentium? —barbotó Morgo—. Dilo ante de
matarte. ¿Qué sabe ustede, qué é curioso?
El hombre sonrió
con amplitud y dijo:
—Responderé
por orden. Sabemos que no es fácil matar a la Diosa. Y menos decapitarla.
Morgo no
tuvo oportunidad de comprender la confesión. Tampoco sus cazadores. Se escuchó
un zumbido metálico y vio a dos de sus gentiums
con las tripas afuera. Palco quedó sin cabeza y brazo derecho, otro cazador perdió
ambas piernas al nivel de los muslos. Todo sucedió en lo que dura un parpadeo.
Antes de que Morgo pudiese reaccionar, sintió un golpe agudo en el estómago y
le arrebataron la pistola. En un segundo la situación se revirtió. Él estaba en
el suelo, el gentium que pretendía
lanzar de carnada de pie ante él, apuntándole con el arma. Vio a la muchacha de
los vendajes ensangrentados realizar movimientos gráciles, como quien baila
sobre el agua para atraer a pobladores incautos a su perdición y los últimos
cazadores cayeron destazados entre alaridos. Muertos ante el mismo sonido del
que hablaban los sobrevivientes de la Diosa del Lago. Morgo percibió el poder
invisible zumbar cerca de él, mas el gentium
que lo dominaba gritó:
—¡Así está
bien, querida! Este es mío.
Morgo
escuchó apagarse el ruido y temblando de terror, miró al gentium. Mantenía aquella sonrisa triunfante de quien lleva cinco
pasos por delante de su enemigo.
—Y lo
curioso… es que ustedes buscaban a la diosa y su hija los encontró. Ahora,
puedes dejar de existir en paz —volteó la cabeza con una mueca y usó una voz
que era suya y, a la vez, no lo era—: O podemos permitirte existir, para que hables
de la nueva Diosa que camina en Terra
Oeste…
Morgo se
encontró asintiendo frenéticamente ante esa opción. Se arriesgó a incorporarse
al ver que el gentium perdía el
arrojo. Mas también vigilaba a la muchacha junto al bestchanĭcus de repuesto. Su
piel casi era luminosa, hechizante. Cuando Morgo ya estaba totalmente de pie,
jadeó al sentir el cañón de la pistola presionarle el pecho. El gentium le ofrecía una sonrisa socarrona.
—Bromeaba. El
viaje ha sido largo y mi pequeña está hambrienta.
El
proyectil impactó a Morgo y lo lanzó al suelo. Segundos antes de recibir otro
disparo en el entrecejo, pensó que había sido un estúpido. Los Dioses eran
capaces de obligar a los gentiums a
hacer cosas de las que no estuviesen conscientes. Incluso, brindar caridad a
sus hijos y servirles de alimento involuntario.
© Malena Salazar Maciá
La Habana (1988). Estudia
Derecho en la Universidad de La Habana. Egresada del Taller de formación
literaria Onelio Jorge Cardoso. Ha publicado en diversas antologías y revistas
como Manscupia, El Caimán Barbudo, Cosmocápsula y miNatura. Ha recibido premios
y menciones en numerosos concursos literarios, entre ellos, el “Premio David” de la UNEAC, en la
categoría de novela de ciencia-ficción y el “Premio de cuento de ciencia-ficción Juventud Técnica”, convocado por Editorial Abril, La Habana, Cuba,
2016, que le fuera otorgado por el relato que aquí publicamos.
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