lunes, 18 de abril de 2016

EL AUTOR INVITADO: Valentina Vidal


Trac
Se lo puedo asegurar. Cada noche a las cuatro de la madrugada, trac, se oía un crujir de huesos abajo de mi cama. La primera vez pensé que se trataba de una pesadilla, pero la noche siguiente me encontraba despierto y atento a la lectura, cuando otra vez, trac, mis sospechas terminaron por confirmarse. Fue a partir de este momento que se volvió inevitable el hábito de mirar debajo de la cama cada vez que me acostaba. Sin embargo allí no había nada, lo cual aumentaba mi curiosidad crujido a crujido. Y desde ya  le digo: no soy de dejarme llevar por sustos, pero este ruido era estremecedor.
¿Alguna vez lo escuchó usted? Es imposible de olvidar. Pruebe con romperle los huesos a un pollo.  Imagínelo multiplicado por el dolor que pueda provocar en una persona ¿Entiende ahora lo que le digo? oía el crujir de huesos humanos. Y lo sé porque una vez cuando era chico, estábamos con mi primo jugando y Tito se subió a la medianera que daba al patio. Se cayó justo al lado mío. ¿Sabe cómo suena una fractura expuesta? No me olvido más de ese ruido, no señor. 
Debo confesarle que los primeros días preferí hacer de cuenta que todo transcurría con total normalidad. Y podía persuadirme de ello, porque el crujido por entonces no se escuchaba todas las noches.  Hasta que un día, tomé mi libreta azul, donde guardo los números importantes y comencé a llevar un registro: cuatro días y nada.  Quinto y trac. Luego sexto y trac, séptimo y nada ¿Sabe usted cuántos huesos tiene el cuerpo humano? Doscientos seis. Imagínese mi desesperación. Para colmo de males, no le digo que vuelve a comenzar toda la secuencia, pero al revés, descontando un día por semana: Tres días y trac. Dos días y trac. Un día y trac. Y a partir de aquí es dónde ya las cosas comenzaron a preocuparme aún más, porque luego de la tercera secuencia, el patrón volvió a cambiar y  no hubo más nada. Cada noche a las cuatro de la madrugada, trac, se oía un crujir de huesos abajo de mi cama. 
Me dispuse a hablar con el encargado del edificio, más que nada porque el departamento del piso de abajo estaba vacío y es sabido que los ruidos por la noche viajan de manera misteriosa. Así que le sugerí que alguien podría haber entrado y quien sabe que más podría estar sucediendo en un departamento deshabitado. Pero me dijo que no, que lo estaba pintando porque iba a venir gente nueva. Le pregunté que sabía de mi vecina, la que vivía en ese departamento y que se fue de un día para el otro. Me respondió que no sabía nada, haciéndome un gesto circular con el dedo índice de su mano derecha y cerca de la sien que aludía a la salud mental de la señora. Esto terminó por disparar mi desconfianza. Con ella era diferente. Solíamos hacer comentarios sobre el pronóstico y me hubiera avisado de su partida sin dudas. Hasta que llegó una señal: Me dio una puntada, justo acá. Y es que cuando no le encuentro explicación a algo, me duele el pecho vio. Tomé mi libreta y anoté mi primer y único sospechoso: El portero.
Recordé  a los vecinos que se habían ido en estos últimos meses. Es verdad que no soy un tipo sociable y no era de extrañar que no me saludaran al partir. Pero al revisar como se habían estado dando los hechos, me pareció algo peculiar que se fueran de un momento para el otro, abandonando todas sus pertenencias tan despreocupadamente. Como explicarle. La ropa colgada en el respaldo de la silla, o la radio encendida. ¿Entiende lo que le digo? Otra prueba irrefutable fue que siempre aparecía la misma empresa de mudanzas. Está bien, ya sé, podía ser gente confiable, algo difícil de encontrar en estos tiempos y “Raffo Hnos.” tenía excelentes referencias. Eran tan diligentes que terminaban de llevarse todo en apenas una tarde y era como si nunca nadie hubiera habitado aquel departamento. Ya sé lo que está pensando, espere, no me interrumpa. Luego de hablar con el portero y repasar la libreta una vez más,  se me ocurrió llamar a los teléfonos que mi buena memoria recordaba haber visto en los camiones de la mudadora. Adivine que. Esos teléfonos jamás habían pertenecido a Raffo Hnos. ¿Qué le parece? Lo lamenté por mi vecina.
Esperé hasta el siguiente trac de las cuatro. A esta altura lo llamativo no era el crujido, si no que comenzó a cambiar de lugar aleatoriamente. Podía oírse desde la cocina, luego desde el baño, el comedor o el pasillo, sin patrón alguno. Era un verdadero caos. Decidí cortar por lo sano y salí como estaba, provisto del machete que tenía guardado por cuestiones de seguridad personal. Hombre, no me mire así. El machete lo traje de Lobos, antes de vender la casa de la familia y lo guardaba un poco por afecto, otro poco por las dudas. Bajé al departamento vacío pero allí no se oía nada. Seguí en silencio, y fui hasta la puerta del encargado que vivía en la planta baja al fondo.
La puerta estaba abierta, lo cual era un acto de irresponsabilidad en estos tiempos. (Se lo diría en la cara al otro día si lograba comprobar su inocencia, de eso no tenga dudas). Entré y me deslice por el pasillo que da al baño y me quedé esperando. No sé cuánto tiempo habrá pasado pero se oyó fuerte y claro. Trac. Se me salió el corazón del pecho.  Por debajo de la puerta salía un olor asqueroso. Había algo rondando en el ambiente y yo estaba seguro de que era sangre. ¿Sintió alguna vez ese olor cálido que tiene la sangre  antes de que se seque? Si usted hubiese estado ahí seguro me daba la razón. En ese instante comencé a recordar la cantidad de veces  que lo había visto al encargado sacar las bolsas de consorcio. Eran tan pesadas que apenas si las podía arrastrar hasta la caldera. Y los camiones. Esos enormes, silenciosos y herméticos camiones. Hasta me siento culpable de no darme cuenta antes ¿Pero cómo iba a sospechar algo, acaso no era parte su trabajo? En ese momento la puerta se abrió de pronto y me encontré de frente al portero. Y yo tengo a pesar de mis años los reflejos bien aceitados a Dios gracias. Así que le entré a dar machetazos. A mí no me iba a partir los huesos y meterme en una bolsa, no señor. Y cayó pesado, casi sin quejarse porque ni tiempo le di. Entré al cuarto y comencé a buscar por todos lados a Sara. Imagine mi desamparo al no encontrar nada, ni un solo hueso. Hasta que vi el balde sobre la mesa de la cocina que echaba vapor. Me acerqué lentamente, casi no queriendo ver y comprobé que el olor nauseabundo venía de ahí y hay que admitir que cada uno tiene sus límites, así que sin vergüenza le cuento que me desmayé porque nunca pude con los olores fuertes. Y podrá pensar lo que quiera, pero desde aquella noche no volví a escuchar un solo trac.
© Valentina Vidal


Valentina Vidal nació en Buenos Aires en 1970. Es escritora y música. Su instrumento es el bajo y publicó su primer libro de cuentos titulado “Fondo Blanco” por Llanto de Mudo ediciones (2013). También participó en “21 experimentos cortitos” antología de relatos ilustrados por Aleta Vidal, Llanto de Mudo ediciones (2014 y “Martes 7” antología de cuentos por Ediciones del Dock (2015). Varios de sus cuentos fueron publicados en diferentes revistas literarias, recibiendo menciones de honor por “Rojo California” y “La Pared”. Coordinó y realizó talleres de lectura y escritura. En la actualidad colabora en diversas publicaciones, escribe reseñas para Solo Tempestad y se encuentra en período de corrección de lo que será su primera novela.


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