Es
demasiado tarde para ser ambicioso: las grandes mutaciones del mundo ya se han
obrado.
Thomas Browne – Urn burial
Si alguien se
lo tiene merecido soy yo. Espero que esto sirva para purificar mi deuda con la
humanidad después del estrago que ayudé a provocar con las explosiones nucleares
en el atolón Bikini. No es algo que conste en los archivos oficiales, que con
burocrática asepsia detallan la reubicación de la población indígena, pero los
afectados se cuentan por miles. La abominación que engendramos es una afrenta
contra el Cielo. Ninguna causa lo justifica y aunque se conocían los
efectos de la radiación en células y tejidos, a nadie le importó. No sé qué era
peor, si lidiar con deformados mutantes o con la insensibilidad marcial de mis
superiores. Harto de tanta locura, pedí la baja como médico de la Armada y me
retiré a un rancho en los bosques profundos de Idaho.
Lejos de los hombres he intentado encontrar la paz. Cada
tanto, presto tareas comunitarias en el hospitalito del pueblo. Y no pocas
veces, me toca oficiar de veterinario. Así llegaron unos piadosos vecinos con
un lobezno al que una trampa le había fracturado una mano. Quizás fui indolente
con el anestésico o quizás, era hora de mi castigo, el caso es que el cachorro me
mordió. Practicadas las curaciones de rigor, me di una antitetánica y me olvidé
del asunto. La herida sanó en un plazo asombroso. Sin embargo, al poco tiempo, empezó
a despertarme el minucioso rumor del bosque. En los días siguientes, accesos de
furia sustituyeron mi habitual carácter flemático. Otras alteraciones se
hicieron más evidentes: podía saltar las peñas o correr por los llanos a una
velocidad pasmosa; mi pecho se ha ido poblando de un vello bestial y di en ambicionar
el sabor de la carne humana. La sola idea del olor a sangre me embriaga. Se
avecina la luna llena y un fuego demencial me hierve las venas. Conozco las
leyendas y sé que son del todo inverosímiles, pero nada es absurdo en esta
época de horizontes atómicos. Si la Naturaleza ha decidido restaurar el
equilibrio, exterminando el nocivo virus humano, no me extrañaría que tenga el
honor de ser el paciente cero. Escribo esta nota, no para ser perdonado, sino
para librar de culpa a quien ponga fin a mi miseria.
© Pablo Martínez
Burkett, 2012
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