Así, quienes aprueban una opinión, la llaman opinión; quienes
están disconformes con ella, herejía; y aún herejía no significa otra cosa que
opinión, pero con un mayor énfasis de cólera.
Thomas Hobbes- Leviathan, Capítulo XI
El extraño suicidio del profesor Engel von Himmel me tomó por sorpresa.
Había sido compañero de mi padre en la sección egipcia del Museo Vaticano y
luego, mi mentor. Le debo todo lo que soy. Hace unas semanas, el correo trajo una
carta póstuma donde mi maestro me advertía sobre una descomunal conspiración, mientras
lamentaba implicarme. Quisiera tener tiempo para desmentir la voceada “maldición
de los faraones” pero ya me acechan los sicarios. Y la Zeitschrift fur Ägyptischen Sprache und Altertumskunde se negó a
publicar el fabuloso hallazgo argumentando delirio senil. No queda sino apelar
a la valentía de miNatura para
denunciar este renovado intento de falsificar la historia. El sobre rebosaba de
documentos. El más importante, un papiro de no más de 20 cm por lado, muy mal conservado
y con partes deshechas por las edades. Los herederos de un oficial del Afrika
Korps se lo habían vendido por unas monedas. Al leerlo, sentí un mareo
existencial, una certeza transparente. Frente a mí resplandecía el testimonio
de la irrupción extraterrestre en la evolución del hombre. No deseo contaminar
la exquisita traducción de este mártir de la verdad y simplemente la
transcribo, con temor pero también con esperanza.
Así dice: “En
[…] el faraón citó a Dyehuthi, el escriba, para atestiguar el prodigio
que llegó de los cielos. Un disco ardiente se posó con una lluvia de fuego y
nada pudo la armada del rey […] Los visitantes se allegaron al Señor de las Dos
Tierras y eran muy altos […] el cráneo como huevos gigantes. Su paladín llevaba
un cayado que parecía una serpiente de fuego azul. Venían desde […] y reclamaban
el oro del vientre de la Tierra para restaurar […] la estrella sin calor y
volver a respirar. A cambio, nos harían gran don de dominar los elementos, conocer
la sustancia primordial, y sus transmutaciones, transformar metales […] la salud
de los cuerpos y el viaje de las almas. También nos pedían mujeres para hacer
casa con ellas y engendrar una estirpe de titanes que regresarían a su mundo para
restituir el reinado de la luz que no tiene fin”.
(Nota del Editor: aquí se
trunca el correo electrónico y su autor no ha podido ser encontrado hasta el
presente).
© Pablo Martínez Burkett, 2012
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