jueves, 12 de diciembre de 2013

EL RETORNO DE LA CRISÁLIDA (X): El color de la nieve



Su compañía me hacía feliz por muchas  
razones. A la luz de día no había perdido 
 su encanto. Era, sin duda, la más hermosa 
criatura que  jamás había visto

Sheridan Le Fanu


Como se intuye la cercanía del mar, así Luana lo sintió acercándose. Con una recóndita inquietud, se obligó a no desplegar su magnetismo. Quería que fuera lo más natural posible. Si se fijaba en ella sería antes por atracción que por mesmerismo. El muchacho exhibía una inusual seguridad y desparpajo. Era asertivo al tiempo que inocente. De todas las frases posibles, la abordó con la más inesperada. Luana lanzó una carcajada, feliz de verse sorprendida por alguien que prácticamente la ignoró cuando le pidió, con amabilidad pero con firmeza, que se quitara de su lugar. La discusión sobre la precedencia, los derechos de uno u otros sobre esa porción de Hyde Park resultó muy divertida. Finalmente acordaron compartir el espacio de césped. Luana, prudentemente, eligió el lado más cercano a la sombra. Contra todo pronóstico, el joven hizo cuatro cosas: se presentó como John Gillan, acomodó su corpachón de gigante y después de honrar con monosílabos las preguntas que le disparaba nuestra vampira, se quedó dormido.

Por primera vez en mucho tiempo, la más eminente criatura de la noche no supo qué hacer. Logró calmar su atolondramiento adolescente y aprovechó que el chico roncaba para examinarlo. Sus ultra-desarrollados sentidos se embriagaron con cada detalle. Tomó nota de la piel bronceada, el mechón rebelde, la barba estudiosamente crecida, el zumbar de la sangre, el eco arrebatador del corazón. Poco faltó para que se abismara sobre su cuello pero su habitual voracidad cedió ante las ansias que la atormentaban con extraordinaria novedad. No es que fuera virgen. Ni siquiera lo era cuando su madre la convirtió. Pero si siempre pensó que fornicar, fornica cualquiera; ahora vislumbraba que tenía que haber algo más. Por eso prefería la castidad a demorarse con alguien incapaz de conmoverla. Escogía el placer de la caza a yacer con un hombrecito que únicamente buscaba aliviarse con irresponsable incompetencia. Luana ambicionaba a alguien que mereciera el iridiscente estallido de sus sentidos. Porque tenía que ser algo desigual al anónimo desahogo de los simples mortales. Un camino y no una meta. Una melodía y no un instrumento. Una llave y no una puerta. Ella no necesitaba embotar sus sentidos con el mero contacto físico, ya su condición la proveía de armonías sensoriales más allá de toda comprensión. Necesitaba alcanzar un estado de profunda conmoción. Esa quimera era un deseo que desplazaba aún la urgencia de matar. No podía precisarlo con palabras, pero sospechaba que había otro destino. 

Antes de que se derritieran los polos, el color de la nieve admitía matices, quizás tantos como personas, pero en definitiva todos concordaban. Ahora, los humanos arriesgan afirmaciones pero muy pocos saben realmente de lo que hablan al evocar la nieve. Luana imaginaba que hacer el amor con alguien que fuera capaz de colonizar sus aguzadas percepciones sería semejante a aprehender el inasible color de la nieve. Lo que no imaginaba era que este anhelo, que confería a su condición vampírica no era sino una reafirmación de su humanidad perdida. La voz rasposa de John Gillan la sacó de sus cavilaciones. 

-¿Todavía estás acá? ¡Tengo hambre! ¡Vamos a comer!-.

El muchacho, totalmente ajeno al significado que invitación tal pudiera tener para un miembro de la Hermandad de la Noche, se puso de pie con agilidad animal y le tendió la mano. Luana dudó pero un impulso la encontró entrelazando sus dedos con los del joven, quien al notar la imprevista frialdad se detuvo, ladeó la cabeza como los perros, entrecerró los ojos y se quedó mirándola. Abrió la boca, pero en el último momento, desechó lo que fuera que iba a decir. Luana se sintió agradecida. No estaba preparada para dar demasiadas explicaciones. Al menos por ahora.

Tampoco estaba atenta. Porque en otro momento no se le hubiera escapado que colgada cabeza abajo, la pequeña Ikito rumiaba unos celos furibundos que no lograban acallar unas fauces rezumando sangre.

© Pablo Martínez Burkett, 2013




Este es el décimo capítulo de la saga "EL RETORNO DE LA CRISÁLIDA",  que abre con el cuento del mismo nombre y que prosigue con (2) "Los ojos de Luana"; (3) “Tiempos mejores”; (4) “Frutos de la tierra nueva”; (5) "Fotos"; (6) "Venator"; (7) "Tu madre te ha dicho que no"; (8) "La otra plaga"; (9) "El inesperado John Gillan"; (10) "El color de la nieve"; (11) "Presagios de tempestad"; (12) "La perla de la noche"; (13) "Las llagas del Efecto Caldero"; (14) "Fait divers"; (15) "El sabor del futuro"; (16) "Un souvenir del infierno"; (17) "Primera sangre en Barrio Chino"; (18) "Los Hijos del Sol Negro"; (19) "La sombra de Madre"; (20) "La ordalía de John Gillan"; (21) “El día de la insensatez”; (22) "La estrella de la venganza"; (23) "El pérfido Doctor Wong"; (24) "El camino de la ira"; (25) "El dulce sabor de la sangre"; (26) "El destino de una mirada"; (27) "Gambito"; (28) "El llanto de Milena"; (29) "Un sordo clarín llamando a batalla"; (30) "Carte blanche" ; (31) "Sombra y fuego"; (32) "Una visita de cortesía"; (33) "Sobre el trono del dragón"; (34) "Un golpe de efecto"; (35) "Escarmiento"; (36) "El último concilio", (37) "Fiesta"; (38) "No es más que sangre" y (39) "El talismán".




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