ENMIENDAS
El sol estaba muy alto, refulgía con una crueldad insospechada para aquella
época del año. Yo tenía que mantener la cabeza baja para evitar quemarme los
párpados. El motel parecía desierto. Paredes muy blancas cuyo brillo me cegaba,
probablemente recién pintadas, con grietas profundas que no respetaban tal
pulcritud hospitalaria. La piscina se había desbordado y las baldosas de terrazo
rojizo, bajo aquel manto de agua clara, le daban aspecto de una plaga bíblica. Avancé
despacio bordeando la piscina, buscando una puerta abierta. La de la número 11 sólo
estaba entornada. Un empujón suave me permitió internarme en la habitación. Un
intenso olor a sudor químico me invadía las fosas nasales. La moqueta verde
estaba cubierta de manchas y quemaduras, las cortinas oscuras, cerradas y todo
en penumbra; al fondo había un camastro, y tumbado en él, un anciano decrépito
y famélico. Su estructura ósea había perdido la estabilidad original, músculos
contraídos en exceso, una deshidratación acusada debida a largos estadios de
reposo, sin atención alguna. Un espectro corpóreo y mudo. Me acerqué y me senté
a su lado, al borde de la cama. Estaba dormido y su pecho apenas se movía.
Rodeé con mis manos su cuello reseco, rugoso y cuarteado. Cuando lo empecé a
apretar abrió los ojos. Yo le observaba mientras mis manos lo ceñían, lo
atenazaban. Ni siquiera se agitó, ni se quejó, sólo siguió mirándome hasta que
sus ojos se quedaron vacíos. Entonces lo solté, cayó sobre el fino colchón sin
hacer ruido. Me levanté, salí de allí y continué avanzando por la hilera de
habitaciones, entrando en unas, esquivando otras. El agua tibia me mojaba las
piernas. El silencio era acogedor. Nadie interrumpió mi recorrido. No sé cuánto
tiempo duró. Sólo que al abandonar el motel y ver aquel gigantesco letrero con
luces de neón: ENMIENDAS, no pude menos que sonreír recordando al gerente, un
ex-sacerdote nostálgico de otros tiempos, que había colgado en la puerta un
cartel ofreciendo con el servicio el sacramento de la confesión y la
extremaunción.
ESTEFANIA MARTINEZ FARIAS
Nacida en 1970 en Cartagena, España. Doctora en
Filología Árabe por la Universidad de Granada. Animales en las fuentes árabes y
referencias en fuentes griegas. Tesis doctoral. Granada: Universidad de Granada, 2008.
ISBN: 9788469143698. Publiqué un par de artículos en revistas
especializadas al terminar la tesis: - “El ‘anqa’ en el Qisas de al-Thalabi”, Oriente
Moderno. Nuova serie, anno LXXXIX, 2 (2009), pp. 305-317 y -“El
gallo, figura trascendental en las Qisas al-anbiya’ ”, MEAH, Sección
Arabe-Islam, 58 (2009), pp.77-92.
Me vine a vivir a Holanda y hace un año descubrí el placer de escribir mis
propios textos. Publiqué un microrelato, ¨Lo que hace un nombre¨ en el primer
número de la revista digital Los
omniscientes (julio 2014), un relato breve ¨Yolanda¨ en Revista Contra Estudio y otro relato ¨Un
acuerdo sin palabras¨ en Periódico
Irreverentes. Y paso día y noche enfrascada en contar mis historias en mi
blog al que le puse un título acorde con los contenidos: Exorcizando la antimemoria de mis días oscuros. Por eso de que
fantasía y realidad a veces son solo un juego de palabras.
Gracias por visitar El Eclipse de Gyllene Draken.
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