TUYA ES LA
SANGRE
Una novela de Gustavo
Di Pace
El jueves 28 de abril a las 19.00 hs,, en la Sala Juan L. Ortíz de la Biblioteca Nacional, tuve el inmenso placer de presentar TUYA ES LA SANGRE, la primer novela de Gustavo Di Pace. Estas son, mutatis mutandi, las palabras que dije esa noche y que quiero compartir con todos ustedes.
TUYA ES LA SANGRE, la novela de Gustavo Di Pace,
versa sobre el asesinato del actor Salvador Navas en la habitación 12 de la
Pensión Suecia, una pensión de mala muerte de por acá nomás, como que queda en
la calle San Luis, entre Paso y Av. Pueyrredón. Un fotógrafo de revistas,
devenido en fotógrafo policial, oficia de detective vocacional.
Asesinato.
Detective. Investigación. ¿Estaremos en presencia de literatura policial? Si
bien es cierto que la existencia de un crimen es condición sine qua non, no alcanza la presencia de un acto criminal para
transformar a una narración en policial. Luego, ¿Qué convierte a un cuento,
relato, novela en policial? ¿Qué lo excluye? La verdad, nada demasiado
concreto.
¿Entonces?
Acudamos a los que saben. Lo que podemos esperar es un crimen misterioso,
normalmente un asesinato, en torno al cual se centra todo; un círculo cerrado
de sospechosos, todos ellos con móvil, medios y oportunidades para haberlo
cometido, un detective, aficionado o profesional, que se aparece cual deidad
vengadora para resolverlo; y, al final del libro, una solución a la que el
lector debería poder llegar por deducción lógica a partir de las pistas
introducidas en la novela mediante artificios engañosos pero sin olvidar las
normas básicas del juego limpio (Cfr. James,
P.D. “Todo lo que sé sobre novela negra”,
Ediciones B, Barcelona, 2010, pág. 18).
Un detective,
aficionado o profesional. Si yo les preguntara cuáles son los detectives
(literarios) más famosos, probablemente el censo estuviera orientado al Chevalier Auguste Dupin, Sherlock
Holmes, el padre Brown y Monsieur Poirot. Y si le gustan las historias con
menos ajedrez cerebral y más músculo, seguro que los nombres irían para el lado
de Philip Marlowe y Sam Spade. Y si esa fuera nuestra elección, estaríamos
hablando por un lado de los clásicos Edgar Alan Poe, Sir Arthur Conan Doyle,
Chesterton y Agatha Christie y por el otro, de los rudos: Raymond Chandeler y Samuel Dashiell Hammett.
Sin embargo, pese
a la entidad de los autores invocados y la masiva aceptación de las historias
protagonizadas por sus criaturas, muchos todavía consideran a este tipo de
literatura como un género “menor”, una suerte de hijo bastardo de la literatura
“seria”. Al punto que autores, editores y críticos no se ponen de acuerdo en
cómo llamarla: novela policíaca, novela de misterio, detectivesca, de
persecución, de suspenso, thriller, negra, dura, hard-boiled.
Vamos a tratar
de clarificar un poquito la cosa. Nuestro catálogo de detectives favoritos ya
nos enuncia que como mínimo, hay dos grandes corrientes. Una es la llamada escuela inglesa donde generalmente el
detective es alguien que, sumido en el aburrimiento de su rango social, se le
da por inmiscuirse en la resolución de un crimen, resolución a la que accede
merced a sus asombrosos poderes de observación, un análisis minucioso y
pormenorizado de las pruebas y una lógica irrefutable que, tras no pocos desvíos
y pistas falsas, le permite mediante un diáfano silogismo, desenmascarar el
asesino.
En el otro
extremo, tenemos la llamada escuela
americana (la ya citada hard-boiled.
Quizás nos sirva para situarnos de qué estamos hablando, si pensamos que en
inglés se usa la misma expresión para referirse a los huevos duros, es decir,
hervidos hasta endurecer). Y el término no podría resultar más elocuente porque
este desprendimiento del género empieza a tomar cuerpo a partir de la Gran
Depresión de la década del 30’. Aquí el detective ya no es un caballero sino
que resulta un sujeto apenas un poco menos canalla que los rufianes del caso. Y
a veces, ni apenas. Son historias que se vuelven de consumo masivo (en
ediciones pulp) y que tienen un foco
marcado en lo social, la crisis, la corrupción, el bajofondo, la violencia y el
sexo; todo contado con un lenguaje crudo, con el argot de la calle y sin
ninguna elipsis o eufemismo.
Y ya que
hablamos del argot de la calle, que nos remite a nuestro lunfardo, cabe
preguntarse si por estas pampas australes hay un “policial” con características
propias. En el prólogo a Diez cuentos
policiales argentinos, la primera antología de autores nacionales del
género, el compilador, Rodolfo Walsh
dice: “Hace diez años, en 1942, apareció
el primero libro de cuentos policiales en castellano. Sus autores eran Jorge
Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Se llamaba Seis problemas para don Isidro
Parodi”.
No es por
enmendarle la plana a Walsh,
justamente, pero a mí me gustaría recordar aquí que un día de febrero de 1927,
un muchachito de cabellos sobre la frente subió las escaleras del diario
Crítica y le pidió trabajo al mítico Natalio Botana.
Al día siguiente, ese muchachito, sí, nuestro Roberto Arlt, era cronista policial en la página que dirigía Silverio
Manca. Cada viernes, Crítica le
publicó un artículo sobre un crimen, un robo, un accidente o un suceso bizarro.
Esos artículos inauguraron una forma de contar muy nuestra. Años después, el
propio Walsh, a partir de Variaciones en
Rojo reescribió el género alumbrando pequeñas parábolas, alegorías y formas
breves de la prosa que toma de Kafka, de Borges o de Brecht (Cfr. Piglia, Ricardo, prólogo de Walsh
“Cuentos Completos”.
¿Pero por qué
nos gustan las historia de detectives? Seguramente por “el suspenso, el miedo
que provoca ansiedad en el lector, el ritmo narrativo y la intensidad de la
acción, la violencia y el heroísmo individual” (Cfr. Giardinelli, Mempo. “El género negro”, Capital Intelectual,
2013, pág. 25) pero también nos gustan porque “el contenido social originario
de las historias detectivescas es la difuminación de las huellas de cada uno en
la multitud de la gran ciudad (Cfr. Benjamin,
Walter. “Detective y el régimen de la
sospecha”).
Buenos Aires es
una gran ciudad. Y nuestro fotógrafo, detective vocacional, mientras trata de
resolver la muerte de Navas, desanda en un constante contrapunto, la muerte
irresuelta de su propio padre. De hecho, TUYA ES LA SANGRE empieza con un “A mi
viejo lo mataron”. Hay en toda la novela, un diálogo interior que oscila entre
la muerte de Navas, la muerte del padre, la muerte de Navas. Matar al padre. En
el nombre del padre. Nuestro detective hard-boiled
argento revisa su historia vital a partir de la muerte del padre en rollos de
36, 24 y 12 fotos. Y claro, las fotos veladas...
En ocasión de
reseñar “EL CHICO DEL ATAÚD” (Alción Editora- Cuentos, 2014) decía que
nuestro autor tiene “Una prosa amena, sólida, sin fisuras… que sin pontificar
ni alardear con la posesión de receta alguna, reflexiona en torno a aquello que
fingimos eludir y que es para lo que hemos venido al mundo” que no es sino,
completar las dos imperativas fechas,
como quería Borges. La vida es meditación de la muerte, dijo algún poeta.
Gustavo celebra la vida chapaleando en la muerte de Navas y sus derivaciones. Y
lo hace de modo admirable, presentando pistas que remiten a pequeños detalles
de la vida cotidiana, reflejando con acierto las costumbres sociales de estos
tiempos tan contemporáneas.
TUYA ES LA
SANGRE es sin duda una gran novela policial. Nos da un detective que se nos
parece mucho en nuestras inconsistencias, nuestras dudas, nuestro peregrinar
por la vida, tratando de resolver ese gran enigma que es la muerte.
Hacia finales
del siglo XIX, un crítico victoriano que escribía para la revista Blackwood’s Magazine, concluía su
artículo sobre las historias de Sherlock Holmes con las siguientes palabras:
“Considerando la dificultad de dar con invenciones que resulten mínimamente
novedosas, este negocio del sensacionalismo no tardará en agotarse”.
Nunca una
profecía estuvo tan errada.
El género
policial se desarrolló, creció, se reinventó y en este lado del Río de la Plata
fructificó con un sabor particular, desde una temprana adopción por Groussac,
Eduardo Holmberg, Horacio Quiroga, más tarde por Arlt, Borges, Bioy, el padre
Castellani y Rodolfo Walsh y ahora también, por nuestro amigo Gustavo Di Pace. ¡Tuya
es la sangre!
© Pablo Martínez
Burkett, 2016
Gustavo Di Pace (1969). Publicó Los patios interiores (cuentos),
Libris de Longseller, 2003, Mi yo multiplicado y El chico del ataúd (cuentos),
Alción Editora, 2011 y 2014 respectivamente, y cuentos en diversas antologías y
revistas de Argentina, México y España. Acaba de publicar Tuya es la sangre (Alción Editora,
2016) y tiene en preparación Para
entrar
en
estado literario (ensayos sobre literatura) aún inédito. Fue jurado en
concursos literarios, dio charlas, talleres y cursos de Escritura Creativa y literatura
en diversos ámbitos académicos y culturales del país. Desde 2002 coordina El Respiradero, su taller
literario.
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