Nada de lo que sucede ahora o sucederá en
el futuro puede refutar la hipótesis de que el
mundo comenzó hace cinco minutos atrás.
BERTRAND RUSSELL - El Análisis de la Mente
UN SÁBADO TOCÓ ir a la Fiesta Nacional de la Flor. A veces, las obligaciones maritales incluyen acompañar a la legítima a eventos aborrecibles. En medio de una marabunta de turistas y selvas domesticadas, un japonés se empeñaba en vendernos un bonsái, insistiendo con que era un retoño de la higuera Bodhi, árbol sagrado a cuya sombra Buda alcanzó la iluminación, previo repaso de las vidas pretéritas, la muerte y el eterno peregrinar. Elocuente, el vendedor declaraba que este bonsái era el punto de unión entre el cielo, la tierra y el inframundo y que, por lo tanto, poseía la capacidad de comunicar los diversos planos del universo. El embuste no resistía el menor análisis pero terminé pagando una pequeña fortuna. Al llegar a casa, ya nos habíamos olvidado de la promesa de viajes en el tiempo y bilocaciones varias y por no encontrarle mejor destino, lo pusimos en el quincho.
Al día siguiente, el aluvión familiar resultó excusa para un asado. No sabía que el ejemplar acechaba con decorativa inocencia y fue imposible predecir la vorágine que me arrojó a un abismo temporal.
Así, mientras encendía el fuego, soñé que ardía el horizonte y a la vera del Támesis, la Catedral de St. Paul se derretía hasta los cimientos.
Pasmado, sacudí la cabeza y recordé un batallón de SS Totenkopfverbände que aclamaba el humo homicida de la chimenea.
Asediado por el asco, dispuse las piezas de carne sobre la parrilla y una procesión de menesterosos y ciegos, viudas y huérfanos; lloraba el suplicio de un santo varón.
Para arrinconar las imágenes, me dispuse a cortar la carne ya asada. La sangre engendró a un mercenario persa que agonizaba en la Batalla del Gránico. Luego, fui sumergido brutalmente en el inasible pasado.
El vértigo me impidió retener cualquier identidad. Sin embargo, sé que era todas las miradas y ninguna. Era el asesino y el mártir, la nube y el mar. Era el fuego y las lenguas que informan la flama. Era todo y era nada. Con un relámpago, el río fugaz se detuvo. Supe que era inminente la zambullida en lo porvenir. Preferí evitar ese pavor y tiré el arbolito a la basura. Inmediatamente me arrepentí. Lo rescaté y con unas ramas reavivé el fogón. La familia me observaba con inquietud, pero no me moví hasta que se consumió íntegro. Igual, quedé con un severo desarreglo nervioso. No descarto que las cenizas conserven su pérfida eficacia. Siento que me aguardan el horror y la esperanza. Probablemente ya sea uno de mis futuros.
© Pablo Martínez Burkett, 2010
El presente relato fue publicado en la edición # 106 de la Revista Digital miNatura.
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