¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves?
Cuando la mentira es la verdad.
DIVIDIDOS - ¿Qué ves?
LA SESIÓN DE hipnotismo arrojó resultado negativo y la imagen seguía enquistada en la mente del desdichado, que en papeles, paredes y aún su propia piel, dibujaba una letra aleph, cuya grafía está compuesta por otras letras del alfabeto hebreo y que, conforme es creencia entre los cabalistas, expresa los entresijos de la divinidad. El hombre se declaraba transeúnte de burbujas temporales, peregrinar éste que era fuente de la obsesiva revelación mística. Infrecuente pero nada extravagante en un manicomio.
La ciencia era incapaz de enfocar la causa que lo mantenía aparcado en los arrabales de la cordura. Menos podía explicar sus desapariciones periódicas. Estas ausencias causaban regocijo en la burocracia hospitalaria, más dada a multiplicar sumarios administrativos que a resolver alegatos de bilocación. Respondía el interrogatorio siempre de forma absurda. “El agua y la clepsidra están hechas de la misma substancia. Las monedas son infinitas como también infinitas son sus caras. Sólo estoy aquí porque me observan, pero en la paradoja contigua soy el que empuña los electrodos”.
En efecto, la impotencia terapéutica declinó al electro-shock, brutalidad que agravó el cuadro. Ahora creía recordar un corte de luz en un vagón del subterráneo. Un centelleo imperceptible para la mayoría de los pasajeros que siguieron con la nariz metida en un libro, mirando por la ventana o pronosticando la elasticidad del salario. Para el huésped de la habitación 26 ya nada fue igual y la certidumbre del horizonte se volvió difusa.
Comenzó a navegar por entrelazamientos superpuestos y adquirió un estado ulterior de conciencia, una perspectiva de eternidad inasible. La última tarde que se dejó ver, estaba sentado en el cementerio adyacente al hospital. Enigmático, el paciente sentenció: “Así como es arriba, es abajo” y se abandonó a percibir el purulento hormigueo de la corrupción o la orfebrería nuclear del sol. Probablemente, haya sospechado la inminencia del vórtice final. Sonrió al anticipar que en alguno de los pliegues fugaces ya se había demorado con avidez en el cuerpo de la mujer que tanto lo inquietaba.
© PABLO MARTÍNEZ BURKETT, 2011
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