Por Pilar Alberdi (Editorial Círculo Rojo, Sevilla, 2011)
El libro ISLA DE NAM con Gyllene Draken
Debo confesar que al leer en la contratapa: “En la floreciente Venecia de los mercaderes y los grandes viajes, dos jóvenes se prometen amor para toda la vida”, me preparé para otra previsible historia de pasiones desencontradas, con la tragedia aleteando sus negros propósitos y el amor triunfando en definitiva. Casi una relectura de Turandot.
Debo confesar también, que todas mis aprehensiones y prejuicios se alistaron. En general, no leo novelas y menos de amor. Y si quiero una tragedia donde al final “ganan los buenos”, escucho la ópera de Puccini. Lo único que me alentaba era saber que cualquiera sea el contenido, siendo una obra de Pilar Alberdi, tenía garantizado el buen trato del idioma (detalle cada día más infrecuente) y un notable pulso narrativo.
Sin embargo, sin embargo, mis caústicas prevenciones resultaron singularmente injustificadas. Realmente me encontré con una más que agradable sorpresa. En primer lugar, por el carácter especular y vertiginoso que adquiere en el último tercio de la faena (aunque las vanguardias digan que está mal, sigo siendo un fanático de la fiesta taurina) y en segundo lugar, por tratar cuestiones tan en línea con el catálogo de fantasmas que habitualmente me hostigan.
Pasando al análisis, nos encontramos en presencia de una novela corta, que por estas márgenes del Río de la Plata seguimos empeñados en llamar nouvelle.
Conforme reclama el vehículo narrativo elegido, los personajes principales –Giacomo Baldosini y Elisa Daltieri- tienen un menor desarrollo pero no por ello menos intenso y son presentados en retazos retrospectivos que, aunque breves, son suficientes para insuflarles una vivacidad que los hace trascender la condición de mero string of words (según el recordado “sincericidio” de Stevenson al definir al personaje de un libro).
Podría decirse que toda la novela se estructura en torno a una situación de tensión que va empujando la trama, tensión que se traslada al lector pero convertida en urgencia por obtener una resolución lógica. Pero ese desenlace se hace esperar, porque solapadamente se van gestando nuevos enigmas que relanzan el péndulo dialéctico, al punto que resulta imposible abandonar la lectura. Y lo que pintaba como una (aparente) historia de amor eterno, a poco que se profundice, deviene en una tremenda parábola sobre el conocimiento, el deseo y sus criaturas, los sueños; y la vocación humana por demorarse en llegar a aquel lugar dónde nos aguardan, cuando no, a extraviarse definitivamente en pos de un afán por quimeras que nos permitirán tener… lo que ya se tiene.
Generalmente nos gusta invocar el frágil cristal con el que se construyen los sueños. Señalo que aquí, el material es la piedra viva y nada más diré para no develar el gran misterio que encierra. Simplemente, digamos que la historia de tan devotos enamorados oscila entre lo que sucede en una Venecia hacia el 1300 y una imprecisa Isla de Nam. En Venecia, cohabitan los mercaderes y las fantasías de conquistar grandes riquezas y míticas ciudades. Y en la Isla de las Rocas, viven unos pobladores de rostro velados, idioma incognoscible y costumbres pacíficas, que se arroban frente la ancestral costumbre de reunirse en corros para escuchar una historia.
En este sentido, el texto permanentemente acude a recordarnos que estamos inmersos en una narración oral, utilizando al efecto, recursos propios de saltimbanquis y encantadores medievales, perfeccionando un relato encadenado, casi como de canción, que cada cierta cantidad de estrofas, recita un estribillo: “Escuchad, escuchad, gentes de Nam”. Aunque la historia es única, las peripecias se suceden unas a otras, en un corsi e recorsi continuo.
El lenguaje es amable y sin amaneramientos, logrando que el lector sienta con el personaje-narrador y se asocie a su decir atribulado. Creo que en esa vívida oralidad reside uno de los grandes aciertos esta novela.
Por otra parte, con mínimo y acertado trazo, nos pinta las costumbres de la época, sin rehusar a la crítica social: “al pasar [las monedas] de las manos de unos pobres criados a las manos de otros seres más pobres aún” (pág. 24) o también “Tomaso Daltieri, era tanto en sus formas como en sus firmes creencias un mercader de la Edad Media, y miraba con recelo el lucro producto de la usura, aunque lo practicase en sus préstamos a otros comerciantes y hasta a príncipes” (pág. 31). Asimismo, nos plantea continuamente un evocativo retorno a las fuentes, a la honesta y desahogada vida pastoral: “Sed aire, mar, montaña, nube, humilde florecilla de los prados… manantial que nadie pregunta quién va a beber si el pastor o la oveja, alimento que a nadie pregunta quién lo ha de comer si el rico o el pobre”. (pág. 23).
Otro de los aciertos que encontramos en ISLA DE NAM es su continua remisión a corrientes de pensamiento que fundan (o reformulan) la forma de vincularnos con el entorno. En efecto, preanunciando uno de los temas del barroco, esto es, la tensión entre apariencia y realidad, la novela abunda en interrogaciones que hubieran hecho las delicias del Obispo Berkeley: “Queridos míos: ¿no os parece curioso que alguien en otro lugar del mundo, os hubiera podido crear antes de conoceros?” (pág. 15). Y aún, sin cortapisas, postula la duda subjetiva que engendra sabernos entregados al engaño de los sentidos: “¿Acaso veo yo la realidad como la veis vosotros?” (pág. 22). También creemos que abreva en otras fuentes filosóficas, igualmente ricas e intensas, tal que la invocación panteísta que nos remite a un mundo como lo quería Spinoza: “[Gentes de Nam] sed el hierro de la mina y la mina en sí; sed del hierro ya forjado la aldaba de una puerta, la madera de la misma, la mano que llama a la puerta” (pág. 23). Y para finalizar con este capítulo, uno no puede dejar de mencionar cierto sustrato, apenas delineado, pero no por ello menos evidente, que revela la lucha entre la palabra y su representación, entre símbolo, significado y significante, cuestiones todas estas que hospedan tanto a Schopenhauer, Lacan; Saussure, Eco (sólo para citar los dioses de mi panteón): “Es terrible la lucha entre las palabras y la naturaleza; entre las palabras y la comunicación. Entre vuestra lengua y la mía”. (pág. 47)
Y los que amamos la filosofía griega no podemos dejar de notar cierta resonancia platónica, en particular al mito de la caverna, cuando un atribulado Giacomo barrunta: “A lo mejor yo mismo, en mi manera de contar las historias, les estaba dibujando un mundo ya conocido por ellos o, al menos, intuido". (pág. 57)
En su hora, los romanos decían que “clásico es lo bueno que perdura” y ya que estamos con los clásicos, en otro recurso que recuerda a Cervantes, ISLA DE NAM introduce situaciones en paralelo: “El rey camino al patíbulo” (Capítulo 8 y sbss.). Sabido es que padrastro de El Quijote puebla las andanzas de su hidalgo inmortal con verdaderos excursos narrativos (Vgr. “Marcela y Grisóstomo”; “El curioso impertinente”; etc.), remedio este muy en línea con la novela italiana, entendido como novela corta.
Precisamente, esta obra fue finalista del Premio Felipe Trigo de novela corta, 2010, al que fue presentado con el título original, La promesa.
En suma, una nouvelle de 72 páginas, de lectura amable e intensa, que obliga al repaso continuo, porque nada es lo que parece, aunque todo está allí, frente a un lector que sabe que ya no será el mismo luego de transitar por los azares que reunieron y desunieron a Giacomo Baldosini y Elisa Daltieri.
Por esas serendipias de la vida, doy con la crítica literaria de una reedición de uno de mis autores favoritos, José “Pepe” Bianco (un sutil escritor argentino de literatura fantástica que le tocó la malheur de ser un Salieri literario, porque en tanto miembro del círculo de Borges y Bioy Casares, siempre quedó opacado por su inmensa sombra). El caso es que justamente, en el prólogo a la primera edición de “Las Ratas”, Borges dice algo que es perfectamente predicable de esta ISLA DE NAM: “es un libro que recuerda que hay un lector; un hombre silencioso cuya atención conviene retener, cuyas previsiones hay que frustrar, delicadamente, cuyas reacciones hay que gobernar y presentir”.
Felicitaciones Pilar. Bajo estas premisas, leer es un verdadero placer.
© Pablo Martínez Burkett, 2011
Muy buena tu reseña, es difícil con un libro corto no caer en desvelar demasiado y que pierda interés.
ResponderEliminarYo lo tengo bastante curiosidad, que dicho sea de paso, has aumentado con tus palabras.
Buen blog, me quedo por aquí.
Un saludo
Muchas gracias. Realmente son muy apreciadas tus palabras, por provenir de quien sabe mucho más que uno, a la hora de reseñar libros. Y muchas gracias, por quedarte por aquí. Nos seguimos viendo. Saludines.
ResponderEliminarTu reseña me ha parecido estupenda, no me extraña que la autora la haya incluído en su blog. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias por la apostilla. Ha sido un momento de íntima felicidad leer esta historia de Giacomo y Elisa.
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