Să mă ierţi sfinţia-ta
Eu n-am venit aici dă voia
mea![1]
Ion Budai-Deleanu
Ţiganiada sau Tabăra ţiganilor
Sin ahorro de látigo, los
eslovacos llegaron en dos diligencias. Desde una de las ventanas en lo alto alguien
les empezó a gritar con desesperación. Es el mismo huésped que otras veces ha
intentado comunicarse con nosotros. El gaydé
ya ha demostrado que está loco: una vez arrojó unas cartas, envueltas en un
pañuelo con una moneda de oro. Entonces, le di los papeles al Amo y me quedé
con la moneda. Como ahora seguía gritando, salí a mirar. Todos se volvieron
hacia mí, señalándolo. Les dije que el pajarito estaba listo para convertirse
en águila, cortesía del dulce horror de la Noche. Se rieron por la ocurrencia.
Los eslovacos empezaron a bajar unas cajas vacías en el patio del Castillo.
Gente estrafalaria estos eslovacos. Silenciosos, se afanaban en alinear los
ataúdes junto a la escalera. Completada la faena, les pagué lo convenido.
Escupieron sobre el dinero para atraer la suerte. Suerte fue la que tuvimos
cuando como atamán de los gitanos decidí adscribirme al servicio del Amo. Desde
entonces nos hemos establecido en esta comarca transilvana y nada nos ha
faltado. En ocasiones, me ha tocado legitimar verdaderos prodigios. Sí, yo vi
con mis propios ojos que el Amo, desde una de las almenas, levantó una mano e
invocó a las fuerzas de la Oscuridad. Como un coro del Averno, le respondieron
unos aullidos. Pronto llegó la manada. El Amo ejecutó otro gesto y los lobos se
almorzaron con feroz codicia a una pobre mujer que había perdido el juicio
reclamando la devolución de su hijito. Fue mejor así. El Amo me había ordenado
secuestrar un infante para alimentar a las tres mujeres fantasmales con las que
mantiene comercio carnal. Pero me estoy distrayendo. Pronto estaremos en viaje.
Ya todo está dispuesto. Me toca disponer del féretro del Amo. Nunca lo había
visto así, tan cerca. Exhibe una novedosa juventud, el cabello vigorosamente
oscurecido y la piel rozagante. Tiene la boca más roja que lo usual y parece
sonreír. Unas gotas de sangre fresca se le escurren por la comisura hasta la
barbilla y el cuello. Diríase que duerme con la felicidad de una serpiente
saciada en su apetito bestial. Termino de clavar la tapa y la aseguro con unas
sogas. El Conde está a salvo. Londres allá vamos.
© Pablo Martínez Burkett, 2010
El presente relato ha sido publicado en el #133 de la Revista Digital miNatura dedicado a los vampiros.
[1] "Perdonadme, Vuestra Merced / No he venido aquí por mi voluntad". Ion Budai-Deleanu - La
Gitanada o El campamento de los gitanos.
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