Su monstruosa avidez de sangre de seres vivos les proporciona la
energía necesaria para subsistir durante las horas de vigilia
Sheridan
Le Fanú - Carmille
Todos los registros fueron borrados.
Los indicios, desacreditados. Se negó la existencia del Alpenfestung, el refugio del III Reich en los Alpes bávaros, donde
se almacenaban el oro y las armas secretas, y cuya defensa se confió a tropas de
elite. Se dijo que fue el mejor engaño de toda la Segunda Guerra Mundial, otro
ardid de Joseph Goebbels. Durante años, se consintió que teóricos de la
conspiración tramaran sus fábulas. Sin embargo, la verdad fue otra. Hacia abril
de 1945, una patrulla rusa encontró la fortaleza. Se enfrentaron con horrores
jamás imaginados. Regueros de sangre tiñeron la escarpada geografía. La noche
se pobló de gritos, fogonazos, llantos, y risotadas macabras. Las radios
quedaron exhaustas de reclamar el auxilio de tanques, artillería y más batallones.
La ferocidad de la Waffen Grenadier
Division der SS Rumänische fue arrolladora. Las guiaba un SS-Standartenführer transilvano. Además, eran inmunes a balas,
sables y bayonetas salvo que se los hiriera en el corazón o se les rebanara la
cabeza. Los atacantes se replegaron, los más muertos a dentelladas. En la aldea
cercana nadie quiso aportar datos y fue preciso torturar a los pobladores. Un
pastor confesó que enfrentábamos a una brigada de voluntarios fanatizados a quienes
el Dr. Mengele en persona había convertido en monstruos insaciables,
administrando la mordedura de su comandante. Cargamentos de judíos, gitanos y
prisioneros de guerra les servían de sustento. Un camarada, que era de
Valaquia, nos dio el remedio. El capellán transformó en agua bendita el
contenido de todos los depósitos ambulantes y caramañolas. Se santificaron municiones
y aceros. Se forjaron crucifijos y otros símbolos de piedad. El asalto fue brutal.
La orden: tomar tantos prisioneros como fuera posible. Así lo hicimos. Desde
entonces soy el comisario del pueblo en una División del Ejército Rojo ignorada
en todos los organigramas. Porque nuestros médicos también han experimentado en
abundancia. Hemos aguardado por más de cuarenta años. Estamos listos para
extinguir al imperialismo decadente. Deseamos hartarnos de su sangre burguesa.
© Pablo Martínez Burkett, 2014
El presente relato ha sido publicado en el #133 de la Revista Digital miNatura dedicado a los vampiros.
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