NOSTALGIAS
Con
el tiempo, todas las cosas se cansan y comienzan a buscar algún oponente que
las salve de sí mismas.
Clive Barker, The Hellbound Heart
Los escasos
interesados en el pasado no se ponen de acuerdo y los registros que se
conservan no son del todo confiables pero es muy probable que, ante la
inminencia del holocausto climático, las IA tomaron el control y, con
insensible eficiencia, dispusieron lo necesario para erradicar la causa del
desastre planetario. Quienes no murieron por la fiebre hemorrágica de Marburgo
cayeron por el virus del Ébola, el ántrax u otras bacterias letales. Algunos
pocos lograron guarecerse en los refugios subterráneos, pero para cuando se
logró disparar un pulso electromagnético y bloquear a las IA destructoras, más
del ochenta por ciento de la población había perecido. La Tierra era un colosal
cementerio. No sabemos qué se acabó antes: si los alimentos o la esperanza,
pero en las instalaciones bajo la superficie se sucedieron los motines y los
hechos de sangre. Finalmente, los más aptos abordaron las pocas naves nodrizas
disponibles y pusieron proa hacia Europa, la luna de Júpiter que se venía
terraformando para una futura colonización. No fue nada fácil establecerse en
una atmósfera aún inhóspita, pero luego de varias décadas se alcanzó un estado
de prosperidad análogo a la del paraíso perdido. Sin embargo, nunca los
abandonó la nostalgia y los expatriados se autodenominaban como terrícolas. Esa
añoranza estimuló el deseo de regresar. Los sensores de largo alcance barrieron
la superficie terrestre. Sí bien los virus no tienen mucha sobrevida fuera del
organismo, las bacterias pueden permanecer por siglos. Tras minuciosos exámenes
negativos se organizó el primer viaje. Ya habría tiempo para volver, pero por
ahora, las expediciones serían recreativas. Entre militares y turistas fueron
veinticinco los que pisaron el planeta madre y aunque el cielo ya no era azul,
varios lloraron de felicidad. A su regreso, luego de una rigurosa cuarentena se
los liberó para compartir la experiencia. No fue lo único. Tal vez se debió a
un análisis insuficiente, a sensores defectuosos o una imprevisible evolución
de las bacterias, pero a los pocos días estaban todos muertos. Escribo esta
crónica mientras veo cómo se apilan los cadáveres, reventados de bubas
purulentas. Yo mismo tengo fiebre.
© Pablo Martínez
Burkett, 2019
(*) El presente relato corto ha sido publicado en el #167 de la Revista miNatura, edición dedicada al cambio climático.
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