Dedicado a Rosa Marta Axelrud de Lendner, una gran escritora, una gran mujer.
Esa mañana las noticias en la pantalla del vagón del metro eran temibles. Desde luego que uno se termina acostumbrando a estas guerras modernas, pero igual muchos abandonaron el refugio del holosistema al que iban conectados para levantar la cabeza con alguna ansiedad. Que todo pasara tan lejos no era ninguna garantía. El telediario enlazó con la videocámara de un misil intercontinental apartando nubes en su camino de muerte. Más abajo, una ciudad se agigantaba. Nos miramos con perplejidad cuando el contorno se volvió conocido. No íbamos a asistir a otra vaporización en directo, íbamos a protagonizarla. Aún conservo el reloj pulsera que mi padre heredó de su abuelo. Miré la fecha. Qué mal día para que justo suceda el Apocalipsis, alcancé a pensar con vana melancolía. Y después nos cegó la luz. Y después, un trueno. Y después, un temblor. Y después el silencio.
Tengo un
desdibujado recuerdo de lo que sucedió luego. Estábamos sepultados kilómetros bajo tierra y no sólo fue preciso atravesar por túneles aburridos de soledad, también hizo falta trasponer sucesivas capas de locura, desesperanza, ira, piedad, tristeza, miedo, resignación. Un pastor fanatizado nos arengaba repitiendo que los pecadores impenitentes ya habían sido purificados por el fuego y que, por nuestra fe, habíamos sido rescatados del Gehena. Finalmente emergimos. Nunca sabré si me tocó ser oveja o cabrito. No había ningún rey esperándonos. Tampoco ángeles. Sólo unos pocos mutantes tan sorprendidos como nosotros. Con menos determinación que necesidad, se prepararon para atacarnos. Tuve que matar a dos. Estoy seguro de que en sus ojos hubo agradecimiento. El infierno era todo nuestro.
desdibujado recuerdo de lo que sucedió luego. Estábamos sepultados kilómetros bajo tierra y no sólo fue preciso atravesar por túneles aburridos de soledad, también hizo falta trasponer sucesivas capas de locura, desesperanza, ira, piedad, tristeza, miedo, resignación. Un pastor fanatizado nos arengaba repitiendo que los pecadores impenitentes ya habían sido purificados por el fuego y que, por nuestra fe, habíamos sido rescatados del Gehena. Finalmente emergimos. Nunca sabré si me tocó ser oveja o cabrito. No había ningún rey esperándonos. Tampoco ángeles. Sólo unos pocos mutantes tan sorprendidos como nosotros. Con menos determinación que necesidad, se prepararon para atacarnos. Tuve que matar a dos. Estoy seguro de que en sus ojos hubo agradecimiento. El infierno era todo nuestro.
© Pablo Martínez Burkett, 2009
El presente texto ha sido publicado en el # 98 de la Revista MiNatura, nov/dic 2009 y en la edición dominical del 07/02/2010, del suplemento cultural del Diario El Tiempo, de la ciudad de Azul (Provincia de Buenos Aires).
Es de esos cuentos que ganan cada vez que los lees, siempre encuentras una palabra, una frase, un matiz que te aporta algo distinto. Muy bueno. Felicidades. Abrazos
ResponderEliminarCarmen
Muchas gracias Carmen. Esta serie de cuentos tienen para mí un muy especial afecto, porque me obligaron a abordar una temática prefijada desde la necesaria concisión. Y si me es permitida la aparente inmodestia, he quedado muy satisfecho con los resultados.
ResponderEliminarMe gusta que te guste. Besos.