Realidades preciosas haces llover,
De ti proviene tu felicidad,
¡Dador de la vida!
NEZAHUALCÓYOTL (1402-1472)
Solamente él
AQUEL NO FUE un viaje más. Mis obligaciones profesionales finalmente me habían traído a la ciudad cuyo nombre siempre me hacía latir la sangre con tanta fuerza. Invariablemente me gusta imaginar que en algún recodo de la historia, mi corazón castellano había sido ofrecido para alimentar el eterno peregrinaje de Huitzilopochtli. Mi prolífica imaginación siempre adornó la historia con el beso postrero que me ofrecieron unos dulces labios, antes de subir procesionalmente al templo de los dos altares y el sonoro eco de un poema, en una lengua extraña pero querida, que celebraba el reposo de las luchas pasadas y acunaba la promesa de encontrarnos en otro nuevo pliegue del tiempo.
Y aquí estaba, otra vez, atiborrándome de los sonidos, olores y sabores tanta veces recordados. Salí con emoción a pasear por fin por el corazón de la tierra. Lógicamente el destino, con su habitual obstinación, me guío por callejas y negocios hasta una librería de viejo estupenda. No pude resistir la tentación de ver qué encontraba. A la caza de un compendio de las poesías del rey poeta Nezahualcóyotl, te encontré parapetada entre los anaqueles, fingiendo leer no sé qué libraco con aspecto de enciclopedia respetable. Lo inesperado de mi irrupción te hizo dar un respingo, revelando que escondías un librito notoriamente licencioso. Tu sonrisa, entre pudorosa y pícara, me alentó a entablar un diálogo no exento de nimiedades y alguna que otra zalamería. Como desde el fondo de un pozo, el eco amplificado se hizo cada vez más presente. Mi corazón volvía a latir con una extraña fuerza. No podía despegar la mirada de tus labios. El sortilegio era tal que ni me di cuenta que decías que los argentinos éramos unos italianos que falsean el español, con pretensiones afrancesadas y costumbres africanas. Con una determinación ancestral, me dispuse a hacerte sentir el grado de desorden iraquí que solemos provocar en las mujeres, lleven chador o huepilli.
Mientras seguías con la parrafada sobre el sutil encanto de ser argentino, me incliné y tomándote por el talle, te besé y cesaron todos los océanos de tiempo, olvidándonos de mis libros de historia y tus manuales libertinos. Te llevé hasta mi hotel y todo volvió a repetirse, quinientos años después. Tus caricias fueron experta obsidiana abriendo una vez más mi corazón. Luego de amarnos con recobrada pasión, la ciudad brillaba bajo la ventana. Al despertarme, encontré una triste nota de despedida conteniendo un elogio al tiempo circular. Quinientos años después, las mismas palabras, la misma promesa apenas susurrada por tan dulces labios. Nuevamente mis días estaban contados. Esta vez, debía regresar a mi tierra. Una vez más, mi corazón quedaba aquí. Llevo quinientos años amándote y otros quinientos más habrán de venir.
© Pablo Martínez Burkett, 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario