lunes, 12 de julio de 2010

EL OSARIO DE LA MEMORIA

                                             I believe my baby got a black cat bone
Seems like everything I do, seem like I do it wrong
ALBERT COLLINS – Black Cat Bone











EL INFRECUENTE HALLAZGO tenía revolucionada a la ciudad. Los esqueletos recuperados en las excavaciones del parque público presentaban un increíble estado de conservación. La datación con carbono-14 los situaba hacia el año 12.890 a.C, durante la glaciación de Würm o Wisconsin III. Los arqueólogos catalogaron los huesos con profesional desapego y los guardaron en largas cajas etiquetadas: “N1809/F1849 - Boston Common”. Entre los estudios dispuestos, seguramente algún antropólogo forense determinará a qué animal fabuloso pertenecían las dentelladas que marcaban el fémur de uno de aquellos infortunados que, según consenso general, habían sido soterrados por el hielo. Yo sé bien que es atrozmente cierto. Déjame que te cuente, querido lector.





La hambruna venía diezmando el clan de ‘al-de-Maak y pese a la reciedumbre del frío, los dos cazadores se aventuraron más allá de las tierras baldías. Una virulenta tempestad los obligó a refugiarse en una caverna. La tormenta de nieve empeoró como nunca antes y perdieron la noción de los días y las noches. Vanas fueron las invocaciones a los Primordiales y una conmoción progresiva de aislamiento, frío y hambre se apoderó de ellos. Sufrían además el derrumbe de filosas estalactitas que, al menos, les dejaba recoger un poco de agua, cuidándose de evitar el pozo en medio de la cueva. En poco más ya no tuvieron luz ninguna. El retorno a la morada de sus ancestros estaba pronto. Para darse ánimos se contaban historias de cuando la tierra era verde. Uno recordó al príncipe Gedeihlich y el ataque de la horda del enmascarado durante el baile de las cosechas. El otro citó al chamán demente que arrancó uno a uno los dientes de su esposa moribunda y la enterró viva. Uno recitó las artes oscuras que conferían la inmortalidad del alma. El otro se retorció famélico.





Masticó con placer inaudito el último pedazo de carne. Se consoló repitiendo que no tendría que confesar tan repugnante crimen. Recostado con una mueca impía se durmió. Así lo sorprendió la muerte, así empezó su peregrinaje por este mundo. Richard Parker ya había inaugurado el destino de perecer en manos antropófagas. Unos huesos alineados en unas largas cajas nos vuelven a poner juntos.

Quizás me conozcas querido lector: alguna vez fui Edgar Allan Poe. No sé quien habré de ser en el abominable mañana. No descartes que fueras a encontrarme si te miras al espejo.



© Pablo Martínez Burkett, 2010




El presente texto fue publicado en la edición # 103 de la Revista Digital miNatura.

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