martes, 24 de enero de 2012

EL ESCOPETAZO - APERTURA PARA EL PROGRAMA "ACARICIA MI ENSUEÑO" DE RADIO AMERICA



EL ESCOPETAZO



Lo miro al viejo mientras hace el asado. Está grande. Con cada año, gana en centímetros de panza los que pierde de pelo. Pero es un fenómeno. Hasta no hace mucho se animaba a ponerse los cortos y nos hacía parir con las gambetas endiabladas. Claro, después había que aguantarse por enésima vez la anécdota de cuando se fue a probar a Platense y cómo la abuela le borró la sonrisa a escobazos por haber quedado seleccionado. Supongo que por eso siempre insistió tanto que nosotros estudiáramos una carrera. Mis hermanos más grandes ya son médicos como él. Este año a mí me toca terminar la secundaria. Seguramente voy a seguir la huella familiar.

Hace casi treinta años que está casado con la mami. Criaron a sus hijos con esfuerzo y mucho cariño. Somos su orgullo. De los tres, el único que todavía vive en casa soy yo. Y después de ser el más chiquito durante tanto tiempo, disfruto inmensamente de esta nueva etapa de “hijo único”. Los domingos, por ejemplo, nos levantamos temprano y nos vamos los dos solos a tomar un café al bar de la esquina. Charlamos un montón de la vida, el fútbol, las minas, el país… Tiene esa forma de acompañarte sin invadir. Escucha y siempre sabe anticipar lo que te pasa. Y como quien no quiere la cosa, te cuenta alguna anécdota de su pasado o el de algún amigo (sospechosamente parecido a él) que termina siendo el mejor consejo.

Unas semanas atrás a este hijo de mis padres le pintó el bajón. Una minita de Salta, que ya va al CBC, me llevaba loco. La conocí en una fiesta. El viejo dice que no entiende cómo funcionan las cosas ahora. Los pibes por su lado, las chicas por el otro, la música punchi-punchi a todo lo que da y prefiriendo un mensaje de texto a una palabra susurrada al oído (en realidad, repite lo que yo le digo, que tampoco lo entiendo mucho). Bueno, el caso es que así conocí a Serena. Me tiró toda la onda, bailamos un poco, charlamos lo que se pudo. Le robé un par de besos y me aceptó como amigo en el Facebook. Todo bien, pero hasta ahí. Venía intentado mi mejor arsenal, sin fracasar, pero tampoco con éxito. Y ya no sabía qué hacer. Porque no sólo me gustaba. Estaba empezando a sentir cosas nuevas, diferentes. Por un lado me causaba tristeza, por el otro, me sentía lleno de felicidad.

El viejo se reavivó. Por supuesto que no dijo nada. Pero un domingo, mientras sopaba una medialuna en el café, salió con otra historia de sus épocas en la facultad, cuando, según no se cansa de recordar, cometían toda clase de “tropelías” con Marito, su hermano de la vida.

Resulta que estos piratas de sólido prontuario, tenían un casette que sin mucha diplomacia habían bautizado “El escopetazo”, por estar destinado a cazar a los elefantes blancos (forma de aludir a las chicas que no se rendían tan fácilmente). Era un mítico disco de lentos que se prestaban mutuamente cuando tenían alguna salida con perspectiva de terminar en Villa Cariño con los vidrios empañados. El viejo andaba en “El alambique veloz”, su Citroën 3CV y el “tío” Mario en el fitito verde. En teoría, las últimas defensas de las más remisas eran allanadas cuando en el estéreo del auto sonaban temas como “Chico trabajador”, de James Taylor; “Samba pa’ ti”, de Santana; “Polvo en el viento”, de Kansas; “Si me dejas ahora”, de Chicago; “Estamos todos solos” de Bob Scagzz; “Eclipse total de corazón”, de Bonnie Tyler y otros temas que me siguió nombrado de memoria, pero que no pude retener. De la gran mayoría no tenía ni la más pálida idea. Eran de antes de que yo naciera.

A veces el viejo se cuelga un poco en el pasado. Igual, a los pocos días me trajo un CD grabado. Haciéndose el misterioso, y como si me diera un talismán o un libro de ritos iniciáticos, me dijo por lo bajo que era un regalo del tío Mario, que yo iba a saber qué hacer cuando llegara el momento. Con curiosidad, examiné la pieza arqueológica que supuestamente era un arma letal. No sé si fue por la carga que le puso con toda la historia de memorables asedios y conquistas, o por mi estado melancólico, o porque los temas eran realmente buenos, el caso es que el CD de los galanes oxidados me gustó una bocha.

Una noche, mientras chateábamos con la esquiva Serena, me preguntó qué hacía. “Escucho música”, le dije. ¿Qué escuchás? fue la pregunta obligada. Y en un rapto del coraje que carezco, le dije: “La banda de sonido que se va a escuchar cuando hagamos el amor”. Lleno de valentía y sin tiempo para considerar que se pudiera ofender o algo así, le mandé el archivo como adjunto.

Sere estaba todavía allí, sorprendida, después supe, pero halagada. Compartíamos los temas mientras bajábamos las letras. Y sin proponérmelo o siquiera pensarlo, le insinué todas las cosas que me venían dando vueltas en el corazón, sin encontrar forma de salir. Al día siguiente, me invitó a su departamento de estudiante. Cuando me abrió la puerta, sonaba la canción que incitó mi audacia, “Mañanas de Septiembre” de Neil Diamond.

A poco más de tres décadas de su reinado, “El escopetazo” prestó su último servicio, demostrando mantener intacto todo su poder de fuego. Lo miro al viejo haciendo el asado. Es un fenómeno.






El 24 de enero de 1941 nacía en Brooklyn, Neil Diamond, cantante y compositor de innumerables clásicos de finales de los 60’, 70’ y 80’, que versionaran tanto Frank Sinatra, como Elvis Presley, U2 como Urge Overkill y tantos otros.





© Pablo Martínez Burkett, 2012

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