In fact,
I want my pain to be inflicted on others[1]
Patrick Bateman – American Psycho
Un hecho fortuito engendró la sucesión de crímenes. Cuando era niño,
la gatita de su abuela jugaba con los ovillos de la canasta de labores. Un desafortunado
movimiento de Mrs. Tickles y quedó enrollada
con unas vueltas de lana en el pescuezo. Mientras más tiraba, más se ahorcaba. Pudo
auxiliarla, pero la convulsión final lo conmovió de forma decisiva. Durante los
años en el Holy Trinity Catholic School estudió todos los
aspectos de la asfixia, que anotaba en un cuaderno de apuntes. Ya entonces, le
provocaba una erección imaginar el bloqueo en la yugular y la carótida, así
como la reducción del flujo sanguíneo en el cerebro hasta provocar la muerte. Intentó
repetir la experiencia con otras mascotas de las afueras de Burton upon Trent, pero no obtuvo éxtasis semejante. Era
1922 y el que sería luego el Estrangulador de Staffordshire empezaba a gestarse.
La primera
víctima fue una chica que había ido a llorar una pena en el cine. La presintió tan
acongojada, que con el cordón de los zapatos, hizo un nudo y por detrás, puso
fin a su miseria. Sin embargo, como no había podido verle el rostro, decidió
repetir. Con la segunda, estuvo más preciso. Armó un patíbulo en el granero de
su casa. La durmió con cloroformo para raptarla. Al despertar, la infortunada
se descubrió parada sobre un banquito, con las manos atadas en la espalda y una
soga al cuello. Ninguna súplica fue bastante. Ningún llanto logró conmover a un
verdugo que había dispuesto un largo de cuerda tal, como para que la muerte
sucediera luego de veinte minutos de espantosa agonía. Cada detalle fue
minuciosamente anotado en el cuaderno, como en todas las demás ejecuciones, quince
en los últimos cinco años. La impericia de la policía local hubiera garantizado
la impunidad de no ser por un detective que mandó Scotland Yard. Se revisaron
todas las pistas, aún las más absurdas. Al borde de la claudicación, al
forastero le resultó llamativa la cantidad de ácido y cal que venía comprando
el maestro de música, hombre bueno si los había, quien no opuso resistencia al
ser prendido. El cuaderno resultó determinante. La condena fue ser colgado por
el cuello hasta morir.
© Pablo Martínez Burkett, 2011
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