Llegué allí y mi asombro no tuvo
límites.
Sheridan Le Fanu
Que llegara solo no era buena señal. Las Criaturas de la Noche se fueron apartando en mi derrotero hasta Madre. Junto a ella estaba Luana que mi me miró. No sé qué es peor si su enojo o su desdén. Tomó la granada de moxibustión que habíamos robado y se marchó. De todas las órdenes que me dio fue la única que pude cumplir. En las demás, fallé en todas. Volví sin Ikito y peor aún, sin Milena. Milena, Milena… no puedo imaginar por qué se ofrendó y menos aún, que lo hiciera por quien la había mancillado y expuesto de forma tan artera con aquel episodio de las mellizas eslavas. Pobre Milena, tan fiel, tan valiente. Tan tonta.
Madre recibió mi informe detallado sobre el ataque de la pandilla de Ikito a los cuarteles de la mafia china. Relaté la embestida contra los fusiles de haces ultravioletas, ciertamente fatales, pero no lo suficiente como para prevenir el furor de la horda homicida. Describí sin ahorro de énfasis alguno los estragos causados por las granadas con polvo de artemisa y la pavorosa combustión que arrebataba a los vampiros hasta desvanecerlos consumidos por una bola de fuego. No se lo merecía, pero por pudor, omití mencionar que en medio del aquelarre criminal, Ikito se hizo tiempo para fornicar con Huàn yǔ wūshī. Simplemente mencioné que mientras se distraía en uno de sus habituales jueguitos de seducción, el cínico Rainmaker accionó un mecanismo secreto que disparó una flecha emponzoñada con el fatal polvo de artemisa.
Aunque trataba de exhibir serenidad, en el rostro de Madre campeaba la preocupación. Los que tenían menos dominio de sí gritaban incómodos y asustados. Algunos empezaron a reclamar la inmediata convocatoria del Consiliul. Otros, que era momento de rendirse o desaparecer hasta que todo se calme. Todos coincidían en que, de las acechanzas milenarias que hubo que enfrentar, esta era la más tremenda porque acarreaba la extinción.
Por un instante me abstraje de las discusiones entre cobardes y prudentes. Recordé mis tiempos de hombre, la enfermedad en la sangre que me había puesto al borde de la muerte. Y el rescate en los salvíficos colmillos de Luana. Y ser inmortal. Y alimentarme con la sangre de otros. Y disfrutarlo con loco frenesí. Formar parte de un clan, de la Hermandad de la Noche. Y ahora imaginar que era posible morir otra vez. Por un haz ultravioleta, por una granada del polvo dorado. Imaginar que mi reverdecido sistema circulatorio volvía a colapsar hasta convertirme en una pompa incandescente, como Milena... Era lógico que los Hijos del Sol Negro mostraran tanta preocupación: la costumbre de una existencia centenaria o aún más los había reblandecido. Ya no recordaban ninguna nota de humanidad. Pero yo…
El hilo de mis pensamientos y el murmullo de la concurrencia se extinguieron de golpe. Luana hizo su aparición. Solitaria, distante, inmensamente bella. Caminaba abriéndose paso entre la muchedumbre, pero sus pies parecían no tocar el suelo disimulados en el capote arremolinado. El mechón encanecido le enmarcaba aún más las facciones de sereno triunfo. Hasta Madre la miró con alguna curiosidad. Pero la Regente de las Criaturas de la Noche se limitó a hacerle una leve reverencia, luego giró sobre sus talones y aplaudió dos veces. El portalón del fondo se abrió con estrépito de gozne antiguo y alcanzamos a divisar que el patio estaba atestado de gente. Esa presencia multitudinaria nos llenó de recelo. Pero Luana avanzó hacia la silente aglomeración y nosotros detrás de ella. A medida que nos acercábamos, nos paralizó un terror insano al comprobar que ese ejército de estatuas eran todos chinos. Nos sentimos traicionados. Nos preparamos para lo peor. Creímos que el final era inminente. Luana giró una vez más y nos enfrentó con esa sonrisa única. Estaba burlándose de nuestros temores atávicos.
Con voz firme y narcótica, nos recordó la decisión de ir a una guerra total con las Triadas chinas, el plan acordado para desplazarlos en el control del mundo subterráneo. Y ratificó la idea original de aniquilar a la gran mayoría y convertir a un mínimo remanente para tareas menores. Hasta tuvo un rapto de humor al admitir que si era por ella, no dejaba uno vivo pero reconoció que las circunstancias aconsejaban tener un ejército bien dispuesto.
-¡Estos son nuestros nuevos aliados!- arengó con genuino júbilo y respondiendo al ademán ampuloso de Luana, los chinos salieron de su apocamiento y gritaron al unísono, exhibiendo una dentadura aserrada de nuevos vampiros.
No salíamos de la estupefacción. Dudábamos entre festejar o inquietarnos. Pero aún faltaba el último golpe de efecto: entre las filas se percibió un reverberar de patitas correteando. Olisqueando el aire apareció Cujo, el javato vampirizado. Y luego, desafiante, solemne, su dueña, la Pequeña Ikito. Hasta los chinos alborotados se callaron.
¿Qué clase de confabulación se gestaba?
© Pablo Martínez Burkett, 2014
Este es el trigésimo cuarto capítulo del folletín por entregas "EL RETORNO DE LA CRISÁLIDA", que abre con el cuento del mismo nombre y que prosigue con (2) "Los ojos de Luana"; (3) “Tiempos mejores”; (4) “Frutos de la tierra nueva”; (5) "Fotos"; (6) "Venator"; (7) "Tu madre te ha dicho que no"; (8) "La otra plaga"; (9) "El inesperado John Gillan"; (10) "El color de la nieve"; (11) "Presagios de tempestad"; (12) "La perla de la noche"; (13) "Las llagas del Efecto Caldero"; (14) "Fait divers"; (15) "El sabor del futuro"; (16) "Un souvenir del infierno"; (17) "Primera sangre en Barrio Chino"; (18) "Los Hijos del Sol Negro"; (19) "La sombra de Madre"; (20) "La ordalía de John Gillan"; (21) “El día de la insensatez”; (22) "La estrella de la venganza"; (23) "El pérfido Doctor Wong"; (24) "El camino de la ira"; (25) "El dulce sabor de la sangre"; (26) "El destino de una mirada"; (27) "Gambito"; (28) "El llanto de Milena"; (29) "Un sordo clarín llamando a batalla"; (30) "Carte blanche" ; (31) "Sombra y fuego"; (32) "Una visita de cortesía"; (33) "Sobre el trono del dragón"; (34) "Un golpe de efecto"; (35) "Escarmiento"; (36) "El último concilio", (37) "Fiesta"; (38) "No es más que sangre" y (39) "El talismán".
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