sábado, 30 de julio de 2011

EL LIBRO DEL QUE TODOS HABLAN PERO NUNCA NADIE VIO

                                      Una edición del siglo XVII se encuentra en la Biblioteca de
                                                Wiedener de Harvard y otra en la biblioteca de la 
                                                Universidad de Miskatonic, en Arkham; mientras que hay
                                                una más en la biblioteca de la Universidad de Buenos Aires.

H. P. LOVECRAFT – Historia del Necronomicon





NADA HACÍA PRESAGIAR el suicidio del querido profesor, Dr. Randolph Whippoorwill. Nacido en Inglaterra, llegó al país a la edad de tres años. Jamás mencionó las circunstancias que motivaron la mudanza de su familia, pero algo habrá tenido que ver la locura que abrasó a su padre. Siguiendo su huella erudita, Randolph junior también se destacó en historia antigua, magia y ocultismo. Primero fui su alumno, luego amanuense y más tarde, su amigo. Esposo ejemplar, dejó a una viuda inconsolable pero riquísima. Resultó natural que me ocupara del sucesorio, asaz sencillo, salvo por la faena de catalogar los libros y demás efectos que heredara de Randolph senior, un eminente antropólogo del Museo Británico, quien antes del exilio rioplatense, había consagrado su vida a investigar una civilización proto-persa hallada en Ormuz, el actual Irán.






Aunque familiarizado con las infinitas bibliotecas que ocupaban un piso del petit-hotel de la calle Juncal, desconocía el cuarto secreto que me franqueó la llave dejada en un sobre. Un olor rancio y malsano me atacó al abrir. Las instrucciones eran imperativas: debía incinerar a todos sus huéspedes. Me encontré con libros raros, antiquísimos, que se apilaban hasta los techos, con predominio de idiomas desconocidos. Otros, en latín y griego, exhibían imágenes de seres alados con una inmunda cabeza de octópodo. Era Azathoth, el dios ciego y descerebrado, señor del caos y sultán de los demonios, de cuyo poder me había prevenido el maestro. Con asombro inaudito, descubrí bajo una campana de vidrio una edición de la obra de la que numerosas sectas se jactan pero que nunca había sido vista. Era el Necronomicón, del poeta loco Abdul Alhazred, en una traducción del siglo XVII. Un sello denunciaba que alguna vez había pertenecido a la Universidad de Buenos Aires. Me aventuré a lo abominable, repasando páginas repletas de conjuros para despertar a los antiguos amos del mundo y restaurar su reino de terror. Las compuertas del abismo comenzaron a zumbar su inminente apertura.

En mi confinamiento, aguardo a que un oficial de guardia venga a tomarme declaración por el fuego.





© Pablo Martínez Burkett, 2011



2 comentarios:

  1. Me llevó a pensar en la incontable cantidad de libros que se han perdido en el tiempo, quemado en hogueras e incendios invasores, en las historias orales cuyos portadores han sido extinguidos... y la humanidad aún no juzga debidamente.

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  2. Muchas gracias por tan reflexiva glosa. Los libros son espejo del hombre. Por eso no es de extrañar la reiterada presencia en la Historia de aquellos para quien, allanar bibliotecas y quemar libros, es un eficaz atajo para preservar la única imagen que debe perdurar.

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