EL SUEÑO DE LOS LOCOS
Tuve en sueño extraño. Muy extraño. No sólo porque en mi sueño tenía plena
conciencia de hallarme en los brazos de Morfeo sino porque además, podía verme
durmiendo. Encaramado en cuclillas como una gárgola, me observaba con una
extravagante lucidez. Estaba rígido de una forma que movía a la piedad y de
repente, tras un parpadeo, toda la habitación cobró un fulgor anómalo.
Enseguida, mi cuerpo yaciente empezó a disolverse hasta hacerse transparente.
Con una agudeza que tenía más de clarividencia que de percepción
sensorial, desde mi atalaya a los pies de la cama fui capaz de observar cada órgano,
cada víscera. Pude escuchar la sutil orfebrería de funciones y fluidos. Me
conmovían los latidos del corazón y era a la vez, ese tambor que retumbaba en
mi pecho. Sentía el fluir de la sangre y al mismo tiempo, era la sangre que se
abismaba en un laberinto de bifurcaciones. Mi cerebro parecía respirar como si fuera
un caballo cansado. Otro parpadeo y me transformé en células cerebrales
dialogando entre sí. Me asaltó un vértigo centelleante que me obligó a cerrar
los ojos.
Cuando pude volver a enfocar, mi cerebro se había convertido en una de
mis maquetas. Una maqueta nueva, diferente a todas las anteriores. No era el
Palacio Episcopal de Astorga, ni los Pabellones de Güell o las Misiones
Católicas en Tánger. Ciertamente que era distinta. Era fabulosa.
No pude evitar sonreír al imaginar el fastidio de mis colaboradores.
Siempre andan quejándose porque, a la hora de construir, no me atengo casi a
plano alguno, sino que improviso a medida que la edificación
avanza. Si supieran que mis obras surgen al influjo
de un ímpetu sobrenatural … Mis modelos tridimensionales son una suerte de espejo
invertido, cuya función no es reflejar la realidad sino modificarla. La
verdadera realidad es las de mis maquetas, la otra, la de afuera, es mera
apariencia, traza imperfecta de un recuerdo o una imagen elusiva.
Supe que con esta maqueta de mi sueño iba a modificar definitivamente la
realidad. Pude percibir su voluminosa geometría de castillo de arena para cíclopes;
su estructura de ser vivo, su combinación con la Naturaleza, con las bóvedas
como panales, las columnas como árboles y las cúpulas como enflaquecidos
hormigueros. Me recreaba en los elaborados pórticos y fachadas con santos,
virtudes teologales, retablos con la Pasión de Cristo o el Nacimiento del Niño
Dios, advocaciones de la Virgen María y hasta el Árbol de la Vida. Me extravié
en el orden y la sucesión, el detalle y el rizo, el arco y la curva, la línea directriz
y las perpendiculares. Me detuve un rato largo, embelesado por la cruz gigante
de cuatro brazos que remataba el conjunto. Me llené de un llameante celo
religioso. Sin dudas que la maqueta que se me presentaba en sueños era inspiración
de la Divina Providencia y este humilde siervo tenía que ejecutarla al otro
lado del espejo. Volví a sonreír al anticipar las protestas de mis
colaboradores.
Poco
a poco fui perdiendo la claridad y cayendo en el letargo propio del sueño
profundo. Antes de volver a mi cuerpo, una voz angélica me recordó la leyenda
que dice que los constructores de la Catedral de Sevilla se propusieron: “hagamos una catedral para que en los
años por venir piensen que estábamos
locos”. En el mismo instante de recobrar la conciencia, la dulce voz me musitó
al oído: “cuando termines tu Catedral de la Sagrada Familia, el mundo sabrá que
está en presencia de la obra de un loco, pero asimismo, la obra de un santo y
un visionario”. Me pareció que ángel también sonreía. Yo debía recordar estas palabras
al despertarme.
Y al despertar, recordé
que además era Gaudí.
En un día
como hoy, pero de 1852, nacía el arquitecto catalán Antonio Gaudí. Creador de
un estilo personalísimo e inclasificable, perseguía la síntesis de las artes y
oficios, con edificaciones detalladas y minuciosas. La Sagrada Familia, en
Barcelona, es uno de los monumentos más visitados de España y la obra a la que
le dedicó toda su vida, vida que está marcada por la que fueron sus cuatro
pasiones: la arquitectura, la naturaleza, la religión católica y el amor por
Cataluña.
© Pablo Martínez Burkett, 2012
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