CUADRO COSTUMBRISTA DE LA EPOCA COLONIAL SANTAFESINA
conforme lo retrata la "Sección Sociales" del Diario LA GACETA (circa 1820)
En la casa de Doña Inés María de Silva y Francia, patricia de ilustre
prosapia, se reunieron las Damas de Beneficencia de la Casa de Niños Expósitos:
Doña Alicia de la Consolación Benítez del Campillo, Doña María del Mar Liliana
Paz, Doña María Cecilia de Santa Rita Iribar y la Niña Claude, junto al miembro
de número del Cabildo Capitular, Don José María Francisco Solano Martínez
Zuviría.
En el salón-recibidor, abundan los sillones de pana roja, las cortinas
de gobelinos, con daguerrotipos del célebre autor Fernando García del Molino y
los tapices orientales de gran factura. En lugar destacado, cuelgan unas
acuarelas costumbristas de Emeric-Essex Vidal. En semejante ámbito, se
desarrolló tan amena tertulia a fin de tratar el funcionamiento de la Comisión
de Damas, sus proyectos y dificultades. La criada María, solícita y
reverencial, cebaba el mate en cachimbo de plata y bombilla de alpaca boliviana
con filigrana. También se servía a los contertulios una fresca limonada en
vasos de fino cristal de virola de oro y grabado el monograma familiar. Las
galletas caseras horneadas en el horno de barro del fondo apenas si permanecían
en los platos de cerámica de Talavera de la Reina. Tanto la dueña de casa como
sus visitas lucían vestimenta de notable hechura europea, en colores vistosos,
destacando los camafeos familiares, peinetones de carey y mantillas españolas
al tono. Sus manos atesoraban abanicos de seda bordados.
Sentado en su sillón favorito, apoyando sus manos añosas sobre el bastón
de ébano, de vez en cuando, Don José María, miraba la hora en su reloj de
cadena de oro de su chaleco bordó, aspiraba un poco de rapé y dialogaba con el
padre cura, Don Santiago de la Dolorosa, miembro del clero secular, y destinado
por su Excelencia Reverendísima, Mons Don José María y Cano, Obispo Diocesano,
para la atención de la familia. El sacerdote era varón piadoso, culto y
seráfico, y con felicidad escuchaba las hazañas del venerable patriarca, que
como hombre de armas, había dado guerra a los indios; como hombre de leyes,
había numerosos bandos capitulares, como hombre justo, había impartido justicia
como Corregidor Cabildante. Pero por sobre todas las cosas, como hombre de fe,
había colaborado en la difusión de la Santa Religión. Su rostro surcado por
arrugas, ilustraba el paso del tiempo y las mil batallas.
La Niña Claude, recién llegada de su viaje a Europa, con su vestido
celeste de amplio miriñaque, atesoraba en su regazo el libro de Virgilio y contaba
con garbo juvenil su larga travesía tanto en buen tiempo como en tempestades.
La ventana que daba a la calle del Saladero, anticipaba el crepúsculo
con el encendido de las farolas. El mayordomo Alejandro avisa que se
encontraban en la cuadra los carruajes para el regreso a sus casas. No hacía
falta, ya se oía la voz del mayoral, con el "arre, arre "y látigo al
viento, azuzaba los caballos en la barrosa calle.
Doña Inesita despidió en el umbral a tan ilustres visitas, dibujando
volutas con su pañuelo de seda y encaje de puntillas holandesa. El Rev. P.
Capellán se retira al oratorio familiar, bajo la advocación de María de Fátima,
para sus letanías De profundis y la Liturgia de las Horas,
mientras el fiel criado Alejandro acompaña al patriarca Don José María a sus
aposentos. La doncella Claude con su institutriz Geraldine, se dirigen hacia la
biblioteca para las lecciones de Gramática francesa y conjugación de verbos.
Afuera se escucha el sereno. Es hora de dormir.
© Pepe Martínez (o sea, mi papá),
2012
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