EL VORAZ AUXILIO DE LOS ANÉLIDOS (*)
En las puertas de entrada del templo de la ciencia están
escritas las palabras: “debes tener fe”.
Max Planck
Los infortunados eventos
de Epecuén fueron una calamidad y un retraso
en los planes del Dr. Hariberth Webber. ¿Dónde iba a encontrar un lugar
más favorable? Un pueblo fantasma arrasado por la laguna, el hospital abandonado
y, sobre todo, el cementerio lleno de cadáveres magníficamente preservados por la
salinidad del agua. Su proyecto quedó diferido por culpa de esa enfermera entrometida.
Pero, aunque el Cielo se empeñe ¡ni Dios podrá detenerlo! Pronto será capaz de
reanimar a los muertos. Estuvo muy cerca. La chica fue testigo de las
contorsiones del cuerpo. Vio cuando abrió los ojos y estiró un brazo. Y antes
de eso, comprobó el deleitable oficio de las lampreas sorbiendo la carne
pútrida. Nadie puede negarlo. A su pesar, sonrió. Como para que la desdichada no
perdiera el juicio. Pero la ciencia no admite debilidades. Herr Doktor se sabía capaz de abrir las puertas de una revelación enloquecedora
pero también, engendrar el amanecer de un nuevo conocimiento. Por desgracia, en
la huida abandonó a la mayoría de las lampreas. Sin embargo, ya había
multiplicado varias veces su número. Estas de ahora eran mucho más pequeñitas,
de otro color y no podía distinguir sus dientes aserrados, pero sin dudas las bocas
de ventosa cobijaban la misma voracidad purificadora. Fue un descubrimiento venturoso,
otra señal de su destino. Se le había caído la libreta de anotaciones y se las
topó al agacharse entre las matas, revulsivas, hambrientas, listas para auxiliarlo.
Era el momento de recomenzar. Fingiéndose enfermo logró que lo ingresaran a la
clínica y en un descuido de los guardias, se apropió de un destilador, tubos y
catéteres. La escasez de materiales lo obligó a improvisar. La solución prodigiosa
ya no era verde fosforescente ni tenía la consistencia original, pero la
urgencia es enemiga de la prolijidad. Además, había visto a su delatora de este
lado de la reja. Por más que los celadores insisten con que la chica está alojada
en otro hospicio, no les cree. Tratan de confundirlo. Como cuando le dicen que el
cuerpo entubado en la pecera es el de una mísera rana. Son unos impertinentes:
su ciencia sólo admite humanos. Todo está listo. La gloria lo aguarda.
© Pablo Martínez Burkett,
2018
(*) El presente relato fue publicado en el #161 de la Revista miNatura dedicado a la Weird Ficition y es una secuela del cuento "Un extraño caso de espejismo en la Laguna Epecuén".
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