lunes, 25 de junio de 2018

EL VORAZ AUXILIO DE LOS ANÉLIDOS


EL VORAZ AUXILIO DE LOS ANÉLIDOS (*)


                                                                                        En las puertas de entrada del templo de la ciencia están 
                                                                                                                                          escritas las palabras: “debes tener fe”.
Max Planck
Los infortunados eventos de Epecuén fueron una calamidad y un retraso en los planes del Dr. Hariberth Webber. ¿Dónde iba a encontrar un lugar más favorable? Un pueblo fantasma arrasado por la laguna, el hospital abandonado y, sobre todo, el cementerio lleno de cadáveres magníficamente preservados por la salinidad del agua. Su proyecto quedó diferido por culpa de esa enfermera entrometida. Pero, aunque el Cielo se empeñe ¡ni Dios podrá detenerlo! Pronto será capaz de reanimar a los muertos. Estuvo muy cerca. La chica fue testigo de las contorsiones del cuerpo. Vio cuando abrió los ojos y estiró un brazo. Y antes de eso, comprobó el deleitable oficio de las lampreas sorbiendo la carne pútrida. Nadie puede negarlo. A su pesar, sonrió. Como para que la desdichada no perdiera el juicio. Pero la ciencia no admite debilidades. Herr Doktor se sabía capaz de abrir las puertas de una revelación enloquecedora pero también, engendrar el amanecer de un nuevo conocimiento. Por desgracia, en la huida abandonó a la mayoría de las lampreas. Sin embargo, ya había multiplicado varias veces su número. Estas de ahora eran mucho más pequeñitas, de otro color y no podía distinguir sus dientes aserrados, pero sin dudas las bocas de ventosa cobijaban la misma voracidad purificadora. Fue un descubrimiento venturoso, otra señal de su destino. Se le había caído la libreta de anotaciones y se las topó al agacharse entre las matas, revulsivas, hambrientas, listas para auxiliarlo. Era el momento de recomenzar. Fingiéndose enfermo logró que lo ingresaran a la clínica y en un descuido de los guardias, se apropió de un destilador, tubos y catéteres. La escasez de materiales lo obligó a improvisar. La solución prodigiosa ya no era verde fosforescente ni tenía la consistencia original, pero la urgencia es enemiga de la prolijidad. Además, había visto a su delatora de este lado de la reja. Por más que los celadores insisten con que la chica está alojada en otro hospicio, no les cree. Tratan de confundirlo. Como cuando le dicen que el cuerpo entubado en la pecera es el de una mísera rana. Son unos impertinentes: su ciencia sólo admite humanos. Todo está listo. La gloria lo aguarda.

© Pablo Martínez Burkett, 2018
(*) El presente relato fue publicado en el #161 de la Revista miNatura dedicado a la Weird Ficition y es una secuela del cuento "Un extraño caso de espejismo en la Laguna Epecuén".

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